Domingo de Ramos en la Pasión del Señor
Rosalino Dizon Reyes.
Reine, Jesús, por siempre
Iba camino a Jerusalén, su corazón estaba tan feliz, que latía de amor redentor por
todos. Y al entrar, humilde “montado en un asno” sólo se dejó conducir. Llevaron
tantos y tantos mantos, de todo tipo (de gozo, de esperanza, de fe, de miedo, de
tristeza, de amor…y también de olivos).
Cuando tú pasabas, muchos te miraban, ponían su confianza en ti, se acercaban a
tocarte, habían escuchado hablar de ti, habían sido testigos de tu poder
maravilloso, habían recibido muchas bendiciones, tu madre María siempre
silenciosa y con sus ojos de paz y esperanza también se unía a esa procesión.
En medio de esas alfombras, no hacían otra cosa que gritarte, alabarte,
ensalzarte…y te reconocieron rey. Qué gran título te mereces, ﾿y sabes por qué? Tú
mismo decías: “el que quiera ser el primero (el rey) que se haga el servidor (el
último) de todos” (Mc.9,35). ﾿Y sabes cómo vienes? Tu profeta Isaías lo dice: “para
saber decir una palabra de aliento al abatido” (Is.50,4-7).
Cuando hablabas en las sinagogas, algunos no querían reconocerte, otros sin
embargo no querían decir nada, en muchos casos estaban simplemente a la
expectativa como diciendo “a ver qué pasa”. Ibas a los descampados y dabas
buenas nuevas, dabas de comer a tanta gente, bendecías a los niños, perdonaste a
la pecadora, comiste con los que eran motivo de escándalo para otros…pero a veces
no querían entenderte.
Fuiste el que ofreciste la espalda, cuando te golpeaban, no te tapaste el rostro ante
ultrajes ni salivazos, sólo mirabas con amor y por amor. Esa mirada que pusiste en
tu madre cuando niño, esa miraba estaba en la mirada de tus verdugos que te
gritaban: “ᄀQueremos que suelten a barrabás! ᄀCrucifíquenlo, crucifíquenlo!”
(cf.Mt.27,11-54); como también cuando Pilatos se lavó las manos sin querer saber
nada de ti.
Ahora entendemos cómo tu apóstol San Pablo dice: “se rebajó hasta someterse
incluso a la muerte y una muerte de cruz” (filp.2,6-11).
Cuando te contemplamos traspasado por la lanza del soldado, no podemos hacer
otra cosa que arrodillarnos. Lloramos, nos duele lo que te pasó, pero nos consuela
ver a tu madre tan silenciosa que, con su silencio nos dice: “estoy aquí con ustedes
porque les amo”.
Reine Jesús por siempre y no el pecado, reine en la Iglesia, reine en el mundo,
reine en ti, en mí y en todos. Amén.
Con permiso de somos.vicencianos.org