Semana Santa
Miércoles Santo
Lecturas bíblicas:
a.- Is. 50, 4-9: Pasión del Siervo del Señor.
La primera lectura, nos presenta el tercer cántico del Siervo de Yahvé. Este Siervo
de Yahvé, se muestra más como un sabio, que como profeta, receptor y transmisor
de la enseñanza divina, fiel maestro de la tradición. Con su palabra sostiene al
Israel histórico, cansado, escéptico y desilusionado. El poema testifica en forma
personal, la función profética de Israel, a pesar de las vejaciones que tiene que
sufrir. A pesar del destierro, azotes, las bofetadas, el Siervo ha sabido obedecer a
Yahvé. Los Sinópticos van a identificar a este Siervo, con Jesús ante Pilatos.
Aunque se identifique a este Siervo con el “resto de Israel”, este Siervo, representa
a muchos individuos, que fieles a su fe, sufrieron violencia a causa de ella. Entre
ellos Jesús y también nosotros, que completamos a la Pasión de Jesús (cfr. Col.1,
24). El Siervo confía en Yahvé su justificador, tiene puesta en Él toda su esperanza,
es su fuerza y vive de ella. Su seguridad está en la cercanía de Dios, que salva al
inocente, a pesar de que todos lo acusan. Poco a poco, este Siervo, nos va
conduciendo a Cristo Jesús, un Mesías Crucificado, doliente, que confía plenamente
en Yahvé.
b.- Mt. 26,14-25: ¡Ay de aquel por quien el Hijo del hombre es entregado!
El evangelio, nos presenta al traidor, Judas Iscariote, uno de los Doce. Lo entregará
en manos de los enemigos, por unas cuantas monedas (v.15). Sus verdaderas
motivaciones son mucho más profundas. Hay un acuerdo monetario entre Judas y
los sumos sacerdotes. El evangelista, presenta la pasión desde el comienzo, como
el cumplimiento del plan de la economía de la salvación, establecida por Dios Padre.
El precio de la traición había sido anunciado por la Escritura (cfr. Zac. 11,12-13). Al
detalle del precio, se une que el profeta presenta al Mesías, como Rey manso y
humilde (cfr. Zac. 9, 9). Mateo, nos presenta el final desesperado de Judas: al ver
que habían condenado a Jesús, se arrepiente de su traición (v.3), que germina
como remordimiento, pero, que no se abre a la búsqueda de perdón. No es el caso
de Pedro, que vuelve a Jesús, en cambio, Judas vuelve a aquellos con los que había
pactado, que finalmente, no le ayudan a recuperar la paz de su conciencia, más
bien, se muestran indiferentes a su nueva situación (v.4). La conciencia de pecado
de Judas, es acompañada por una inmensa y amarga soledad, que termina en una
determinación terrible: el suicidio. Quizás en la mente del evangelista tiene como
trasfondo la figura de Ajitófel, que traicionó a David (cfr. 2Sm.17, 23). La figura de
Judas representa, el rechazo del pueblo de Israel a Dios, a Jesús, al Mesías; su
final, es una seria advertencia a la comunidad eclesial, el nuevo Israel. Todos los
discípulos fueron invitados por Jesús, a formar parte de una comunidad de vida,
también Judas, solo ellos son los conocedores de los misterios de Dios. El fracaso
de Judas, tiene un precio, treinta denarios de plata. En la entrega se agregarán
otros personajes. ¿Cómo pudo traicionar a Jesús? El corazón humano es un abismo
y la libertad hace que el hombre opte lo que puede convertirse en un estado de
gracia y paz o desesperación y muerte. Nadie se imagina el dolor de Jesús en su
corazón, por haber acogido a Judas entre los suyos, y no abrir su corazón a su
amor redentor. Encerrado en sí mismo, Judas paga caro el orgullo de no pedir
perdón, y se condena a sí mismo al suicidio. Había escuchado muchas veces a
Jesús, predicar sobre el amor de Dios por el hombre, de su misericordia para con
quien peca, Judas no acoge la gratuidad del amor. Esta realidad, es quizás lo que
más cuesta aceptar al creyente, porque quiere trocar, comprar, capacitarse por sus
propias fuerzas a fuerza méritos para acoger ese amor divino. Cuando se aprecia la
propia pobreza, la soberbia nos humilla, avergüenza, y nos encierra hasta hacernos
insensibles ante un Cristo llagado, que así y todo, nos perdona nuestros delitos. Es
entonces, cuando brilla en lo alto la Cruz gloriosa, única esperanza; es consolador
saber que Dios, es más grande que nuestro orgullo y soberbia, sólo ÉL comprende
nuestro corazón y sus obras, porque ÉL mismo lo creó; sólo ÉL tiene la palabra en
este juicio sobre el hombre y su Hijo crucificado por amor. La Última Cena de
Jesús, fue la celebración judía, la cena pascual. En la víspera de la fiesta, le
preguntan a Jesús, dónde quiere celebrarla, como lo mandaba la ley. ÉL era
considerado el jefe de esta nueva familia, cenará con ellos, como cualquier padre
en Israel. Esta familia, es formada por libre elección. No se dice nada, de quién le
prestó la sala para el festín (cfr. Mc. 14, 13), lo mismo sucede cuando ingresa a
Jerusalén y pidió a otro le dejase un asno (cfr. Mt. 21, 1-3). Pero en ambos casos,
Jesús ordena y su petición es cumplida. Sin embargo, Jesús está preocupado que se
acerca su hora: “Mi tiempo está cerca” (v. 18). No se refiere al tiempo de la cena o
festividad pascual, sino su tiempo, su Hora de pasar de este mundo al Padre (cfr.
Jn.13,1). Todas las familias judías celebraban la Cena pascual, pero la Cena que
Jesús va a celebrar es especial, porque estará sólo Jesús con sus discípulos, en una
casa de arriendo, y sin la familia de ninguno de ellos. Este es su tiempo, no otro, y
que no posee siempre. Es el Padre quien lo ha determinado, Jesús sabe que su
Hora se acerca. Jesús dispone de hacer todo lo acostumbrado para celebrar la
Pascua: comprar el cordero, los panes ázimos, las bebidas, etc. Así como dispuso
todo con las multitudes que lo seguían, en las verdes planicies, y los alimentó con
panes y peces, ahora dispone la celebración de algo totalmente nuevo (cfr. Mt.
14,13-21; 15,32-39). Con todos esos detalles, Mateo, nos enseña que Jesús era el
único Maestro y Señor, a quien los discípulos obedecen con docilidad.
Padre Julio Gonzalez Carretti OCD