Semana Santa
Introducción a la semana
La Semana Mayor del año litúrgico nos introduce primero, y nos permite
celebrar después lo que constituye el centro del culto cristiano: el misterio
pascual de la muerte y resurrección del Señor, fuente de nuestra redención.
De la primera parte (Lunes, Martes y Miércoles Santos) podemos destacar los
cánticos del Siervo de Yahvé, del que tratan las lecturas del profeta Isaías (la
más larga se lee el Viernes Santo). Hablan del sufrimiento del inocente (a quien
Dios sin embargo sostiene, suscitando en él un abandono total a su voluntad),
de su carácter mesiánico (= liberador del pueblo según las promesas de Dios),
del alcance universalista de su expiación (es decir, de la eficacia purificadora y
reconciliadora de su sacrificio en beneficio de todos los hombres, incluso de sus
verdugos). Para los cristianos, ese siervo inocente es preludio profético de
Cristo, entregado a la muerte para redimir los pecados de todos nosotros.
Precisamente el Triduo Pascual sigue los pasos de los últimos acontecimientos
decisivos de la vida de Cristo. El Jueves Santo nos hace revivir la última Cena
del Señor con sus discípulos: en ella Jesús establece la Eucaristía como banquete
memorial de su inminente muerte en la Cruz; nos recuerda asimismo la
institución del sacerdocio de la nueva alianza, que prolongará el cuidado del
Buen Pastor sobre su rebaño, y nos inculca el amor fraterno que está en la base
de la comunidad que él inició.
El Viernes Santo recorremos ante todo el camino de la Cruz y nos
compenetramos con su significado salvador: la lectura de la Pasión relata el
itinerario dramático que Jesús siguió hasta su muerte en el Calvario y su
sepultura; la oración universal nos abre a la intercesión por toda la humanidad
que él redimió de esa manera; la adoración de la Cruz nos permite expresar
nuestro reconocimiento y gratitud hacia quien dio su vida por nosotros; y la
comunión nos une íntimamente con ese misterio de amor, haciéndonos vivir de
él.
Finalmente, la Vigilia Pascual nos introduce en la luz y el júbilo de la resurrección
del Crucificado, culminación de todas las promesas de Dios que la Escritura nos
recuerda y anuncio de la vida nueva que iniciamos en el bautismo y alimentamos
en la Eucaristía, a la espera de su consumación en el reino definitivo de Cristo y
de Dios.
Con permiso de dominicos.org