Ciclo A: Domingo de Resurrección
Rosalino Dizon Reyes.
Aspirad a los bienes de arriba (Col 3, 2)
¡Ha resucitado el más humilde de nosotros y está sentado a la derecha de Dios!
Ahora esperamos su gloriosa venida y sus palabras acogedoras: «Venid vosotros,
benditos de mi Padre». Y contamos las hazañas del Señor, procurando pasar
haciendo el bien, para que se realicen nuestras aspiraciones de que se haga la
voluntad del Padre en la tierra como en el cielo.
Luego de ver el sepulcro vacío, dedujeron Pedro y el discípulo amado que había
resucitado Jesús. Pero no dejaron de notar que dentro estaban las vendas y el
sudario también, enrollado en un sitio aparte.
Basándose, pues, en lo poco que habían visto, los disipulos llegaron a entender «la
Escritura: que él había que resucitar de entre los muertos»—en cambio María
Magdalena con solo ver la losa quitada del sepulcro supuso enseguida que «se han
llevado al Señor» (resultaría gracioso si ella, loca de amor, por un momento se
hubiera imaginado llevándose al sepultado para guardárselo). Y se dice en
particular del discípulo amado, apropriadamente anónimo, ya que representa a todo
creyente auténtico: «Vio y creyó».
No, no he visto nunca al Señor. De lo contrario, me dejaría de escribir reflexiones,
de adivinar cómo es Dios y cuáles sus designios, a riesgo todo el tiempo de
hacerme un profeta falso que se inventa visiones. Creo, y no insisto en ver para
creer.
Pero, ¿creo yo realmente para ser contado entre los declarados dichosos por el
Resucitado? ¿Acaso veo de verdad desde la fe, de modo que esté dispuesto a ir
con Jesús y morir con él? ¿Tengo yo la resuelta devoción de María Magdalena,
tomándole a Jesús por la unica certitud necesaria y dejando de lado la certeza
lógica?
¿Veo yo la realidad desde Jesús, para que todo cobre un sentido nuevo y pleno, y
no ande siguiendo mis antojos, imponiendo lo que me gusta o prohibiendo lo que
no me gusta, proyectando mis temores, ansiedades e inseguridades? ¿Tengo
grabado en la memoria el dicho vicentino (I 320) de «que vivimos en Jesucristo por
la muerte de Jesucristo, y que hemos de morir en Jesucristo por la vida de
Jesucristo, y que nuestra vida tiene que estar oculta en Jesucristo y llena de
Jesucristo, y que, para morir como Jesucristo, hay que vivir como Jesucristo»?
Además, ¿noto yo—para creer en Jesús, que el Resucitado no es sino el que fue
crucificado y sepultado—las señales de la crucifixión y la resurrección, a saber, a los
discriminados y desestimados que se han dejado atrás? ¿Los acojo yo a ellos con
cariño y respeto, sin dejar que estén echados a la puerta como trapos sucios
tirados afuera?
Y pasar de la muerte a la vida, ¿no quiere decir esto tener entrañas de misericordia
y remembrar a los que con frecuencia quedan desmembrados del cuerpo de Cristo?
Con permiso de somos.vicencianos.org