SOLEMNIDAD DEL DOMINGO DE RAMOS. CICLO A.
( Mt. 21, 1-11 / Mt. 26, 14-27, 66)
“Cuando se acercaban a Jerusalén y llegaron a Betfagé, junto al monte de
los Olivos, Jesús mandó dos discípulos, diciéndoles: Id a la aldea de
enfrente, encontraréis enseguida una borrica atada con su pollino,
desatadlos y traédmelos. Si alguien os dice algo contestadle que el Señor
los necesita y los devolverá pronto”. Esto ocurri￳ para que se cumpliese lo
que dijo el profeta: “Decid a la hija de Sión: Mira a tu rey, que viene a ti,
humilde, montado en un asno, en un pollino, hijo de acémila” . Fueron los
discípulos e hicieron lo que les había mandado Jesús: trajeron la borrica y el
pollino, echaron encima sus mantos y Jesús se montó. La multitud extendió
sus mantos por el camino; algunos cortaban ramas de árboles y
alfombraban la calzada. Y la gente que iba delante y detrás gritaba: “ᄀViva
el Hijo de David!”. “ᄀBendito el que viene en nombre del Se￱or!”. “ᄀViva el
Altísimo!”. Al entrar en Jerusalén, toda la ciudad peguntaba alborotada:
“﾿Quién es éste?”. La gente que venía con él decía: “Es Jesús, el profeta de
Nazaret de Galilea”.
EVANGELIO: Mt, 27, 11-54 (Lectura abreviada de la Pasión)
C. Jesús fue llevado ante el gobernador, y el gobernador le preguntó:
S. -«¿Eres tú el rey de los judíos?»
C. Jesús respondió:
+ -«Tú lo dices.»
C. Y, mientras lo acusaban los sumos sacerdotes y los ancianos, no
contestaba nada. Entonces Pilato le preguntó:
S. -«¿No oyes cuántos cargos presentan contra fi?»
C. Como no contestaba a ninguna pregunta, el gobernador estaba muy
extrañado. Por la fiesta, el gobernador solía soltar un preso, el que la gente
quisiera. Había entonces un preso famoso, llamado Barrabás. Cuando la
gente acudió, les dijo Pilato:
S. -«¿A quién queréis que os suelte, a Barrabás o a Jesús, a quien llaman el
Mesías? »
C. Pues sabía que se lo habían entregado por envidia. Y, mientras estaba
sentado en el tribunal, su mujer le mandó a decir:
S. -«No te metas con ese justo, porque esta noche he sufrido mucho
soñando con él.»
C. Pero los sumos sacerdotes y los ancianos convencieron a la gente que
pidieran el indulto de Barrabás y la muerte de Jesús.
El gobernador preguntó:
S. -«¿A cuál de los dos queréis que os suelte?»
C. Ellos dijeron:
S. -«A Barrabás. »
C . Pilato les preguntó:
S. -«¿Y qué hago con Jesús, llamado el Mesías?»
C. Contestaron todos:
S. -«Que lo crucifiquen.»
C. Pilato insistió:
S. -«Pues, ¿qué mal ha hecho?»
C. Pero ellos gritaban más fuerte:
S. -«¡Que lo crucifiquen!»
C. Al ver Pilato que todo era inútil y que, al contrario, se estaba formando
un tumulto, tomó agua y se lavó las manos en presencia de la multitud,
diciendo:
S. -«Soy inocente de esta sangre. ¡Allá vosotros!»
C. Y el pueblo entero contestó:
S. -«¡Su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos!»
C. Entonces les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de azotarlo, lo entregó
para que lo crucificaran.
C. Los soldados del gobernador se llevaron a Jesús al pretorio y reunieron
alrededor de él a toda la compañía: lo desnudaron y le pusieron un manto
de color púrpura y, trenzando una corona de espinas, se la ciñeron a la
cabeza y le pusieron una caña en la mano derecha. Y, doblando ante él la
rodilla, se burlaban de él, diciendo:
S. -«¡Salve, rey de los judíos!»
C. Luego le escupían, le quitaban la caña y le golpeaban con ella la cabeza.
Y, terminada la burla, le quitaron el manto, le pusieron su ropa y lo llevaron
a crucificar.
C. Al salir, encontraron a un hombre de Cirene, llamado Simón, y lo
forzaron a que llevara la cruz. Cuando llegaron al lugar llamado Gólgota
(que quiere decir: «La Calavera»), le dieron a beber vino mezclado con hiel;
él lo probó, pero no quiso beberlo. Después de crucificarlo, se repartieron su
ropa, echándola a suertes, y luego se sentaron a custodiarlo. Encima de su
cabeza colocaron un letrero con la acusación: «Éste es Jesús, el rey de los
judíos». Crucificaron con él a dos bandidos, uno a la derecha y otro a la
izquierda.
C. Los que pasaban lo injuriaban y decían, meneando la cabeza:
S. -«Tú que destruías el templo y lo reconstruías en tres días, sálvate a ti
mismo; si eres Hijo de Dios, baja de la cruz.»
C. Los sumos sacerdotes con los escribas y los ancianos se burlaban
también, diciendo:
S. -«A otros ha salvado, y él no se puede salvar. ¿No es el rey de Israel?
Que baje ahora de la cruz, y le creeremos. ¿No ha confiado en Dios? Si
tanto lo quiere Dios, que lo libre ahora. ¿No decía que era Hijo de Dios?»
C. Hasta los bandidos que estaban crucificados con él lo insultaban.
C. Desde el mediodía hasta la media tarde, vinieron tinieblas sobre toda
aquella región. A media tarde, Jesús gritó:
+ -«Elí, Elí, lamá sabaktaní.»
C. (Es decir:
+ -«Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?»)
C. Al oírlo, algunos de los que estaban por allí dijeron:
S. -«A Elías llama éste.»
C. Uno de ellos fue corriendo; en seguida, cogió una esponja empapada en
vinagre y, sujetándola en una caña, le dio a beber.
Los demás decían:
S. -«Déjalo, a ver si viene Elías a salvarlo.»
C. Jesús dio otro grito fuerte y exhaló el espíritu.
C. Entonces, el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo; la tierra
tembló, las rocas se rajaron. Las tumbas se abrieron, y muchos cuerpos de
santos que habían muerto resucitaron. Después que él resucitó, salieron de
las tumbas, entraron en la Ciudad santa y se aparecieron a muchos.
El centurión y sus hombres, que custodiaban a Jesús, el ver el terremoto y
lo que pasaba, dijeron aterrorizados:
S. -«Realmente éste era Hijo de Dios.»
CUENTO: LA ELECCIÓN DE LA CRUZ
Había una vez un hombre que no quería cargar con su cruz. Se quejaba
continuamente a Dios porque creía que su cruz era muy pesada y muy difícil
de llevar. Entonces Dios le llevó a un monte lleno de cruces de madera de
todos los tamaños y formas: con nudos, lisas, grandes, astilladas, pulidas...
de todo tipo. El Señor le dijo: -¿Ves todas estas cruces? Son las cruces de
los hombres. Ya que no quieres cargar con la tuya, escoge la que quieras
para cargarla sobre tus hombros. El hombre fue caminando entre las
cruces. Había muchísimas y no sabía cuál escoger. Probó una cruz ligera,
pesaba poco, pero larga y molesta de llevar. Se colocó al cuello una cruz de
obispo, un pectoral, pero era tremendamente pesada de responsabilidad y
de sacrificio. Otra era lisa y simpática en apariencia, pero en cuanto se la
echó encima empezó a clavársele sobre los hombros, como si estuviera
cubierta de clavos. Tomó entonces una cruz de plata que brillaba
resplandeciente, pero al tenerla consigo sintió que empezaba a invadirle
una sensación de congoja y soledad. Probó una y otra vez, pero cada cruz
tenía algún defecto y ofrecía su propia dificultad. Y después de pasear entre
todas las cruces vio una de tamaño medio, muy bien pulida y desgastada
por el uso. No resultaba demasiado pesada ni dificultosa de llevar. Parecía
hecha a propósito para él. El hombre la cargó sobre sus hombros, con aire
de satisfacción. Y le dijo al Señor que quería llevarse esa cruz. -¿Seguro
que quieres llevarte esa y no otra? - le preguntó Dios, y el hombre
respondió afirmativamente. Entonces el Señor le explicó que la cruz que
acababa de escoger era precisamente su vieja cruz, aquella que había
arrojado con desgana, la misma que había llevado durante toda su vida.
ENSEÑANZA PARA LA VIDA:
Empezamos hoy propiamente la semana santa por antonomasia. No quiere
decir que las demás semanas del año no puedan ser santas, pero ésta lo es
de forma especial por lo que en ella recordamos y celebramos los cristianos.
Y comienza la semana con un acontecimiento que va a marcar
profundamente el destino de Cristo en la tierra. ¡Cómo se le ocurre! Es que
este Jesús es realmente un provocador. Entrar en la ciudad de Jerusalén
como un agitador de masas. Domingo de Ramos, domingo de gloria, de
exaltación, de proclamación de la realeza divina y humana de Jesús. Palmas
y olivos, gritos, aplausos, algarabía ante algo insólito. La multitud
enardecida ante el paso de un simple profeta, uno más, de los que
pululaban por Palestina: el profeta Jesús de Nazaret. ¿Sabe Jesús a lo que
se expone?. Parece que sí. Porque entra voluntariamente. Y sabe que entra
a morir. Ya no puede, ya no quiere esconderse. Ha venido a realizar la obra
de su Padre y debe hacerla aunque le cueste la muerte. Por eso este día,
junto a esta aclamación y procesión triunfante de los ramos, se lee el
evangelio de la Pasión del Señor. Gloria y cruz., o a la gloria por la cruz. No
una cruz masoquista, sino una cruz de salvación. Porque lo que se exalta
aquí no es el dolor, el sufrimiento, la resignación. Jesús no va a muerte
como un derrotista o un derrotado, va como un triunfador, como un
exaltado. Sabe que va a morir, pero lo hace con la cabeza alta, aunque sea
subido en un borrico, signo supremo de la humildad y de la realeza sin
trono, que es la realeza de Dios. Exaltado sí, pero no a la manera de este
mundo, sino de Dios. La cruz no es parte del designio eterno de Dios, es
parte de la posibilidad del riesgo que corre Dios al dar la libertad al ser
humano. Son los hombres, no Dios, los que plantan la cruz en el mundo, los
que provocaron y siguen provocando el dolor de los inocentes. Dios no ama
el sufrimiento, ni el sufrimiento es bueno en sí mismo, como tampoco la
cruz, bárbaro castigo de suplicio, inhumano e infame. Dios quiere la
felicidad de todos su hijos, también la de su Hijo, y viene al mundo a traer
un programa de amor y de paz, que los hombres rechazan y seguimos
rechazando. Porque ese plan pide renuncia al egoísmo, la injusticia, la
ambición y la acumulación desmedida. Cristo no muere en la cruz, lo
matamos en la cruz, lo seguimos matando en cada ser humano que muere
en nuestro mundo, víctima de tanta injusticia y violencia humanas.
Vivir, pues, este día y los demás días santos de esta semana, no es ante
todo una contemplación pasiva de hechos que ocurrieron hace más o menos
2000 años, o una manifestación popular, folklórica y turística, o un vestigio
literario, estético o cultural del pasado. Los Cristos sufrientes y las Vírgenes
dolorosas se siguen paseando por nuestro mundo, y tiene nombre y rostros
concretos. La Semana Santa es la más revolucionaria de todas las semanas.
No es una semana para llorar ante los Cristos yacentes de nuestras
procesiones, sino para luchar, para ser solidarios, para hacerle frente, como
lo hizo Jesús, a tantos sistemas opresivos que imperan todavía en nuestro
mundo y que condenan a millones de seres humanos a las cruces del
hambre, la incultura, la desigualdad, la guerra, la miseria, la soledad, la
injusticia. Pilatos, Herodes, Caifás no han desaparecido de la historia.
Siguen haciendo de las suyas, muchas veces con el silencio cómplice de
todos nosotros.
Acompañemos hoy, con nuestra propia cruz, no pretendamos vivir un
cristianismo sin cruz, o con otra cruz más importante o distinta como le
ocurrió al hombre del cuento de hoy. Es fácil acompañar o creer en Jesús
cuando todo es gloria y alegría; es más difícil cuando nos visita el dolor, la
enfermedad y la muerte. Pero ese es el sentido de estos días. También en la
cruz, asumida con fe y amor, puede haber resurrección, vida y esperanza.
Aprovechemos estos días, aparte de para descansar y estar en familia, para
rezar, meditar, reflexionar, participar en las celebraciones de la fe cristiana.
¡FELIZ Y SANTA SEMANA!