Semana Santa
Jueves Santo en la Cena del Señor.
Lecturas bíblicas:
Comienza la Iglesia la celebración del Triduo Pascual con el Jueves Santo, es una
fecha memorable para el cristiano. Eucaristía, Sacerdocio y Mandamiento del Amor
fraterno, son una realidad que el amor de Dios dona al hombre gratuitamente.
Comienza el Triduo Pascual, cuyo centro es la redención humana, por medio de la
pasión, muerte y resurrección de Cristo. La Eucaristía, es memorial de ese misterio
pascual hasta que vuelva al final de los tiempos, Sacramento y Sacrificio de
Jesucristo para pueblo cristiano. En la Última Cena, hay dos gestos de Jesús,
acciones de servicio al prójimo: el lavado de los pies y la mesa común, en que por
primera vez los Apóstoles participan de su Cuerpo y Sangre. Ambos gestos son
expresión de servicio, amor y entrega por parte de Cristo, e invitación para hacer lo
mismo, pues ambos gestos, Jesús manda que repitamos en memoria suya (cfr. Mt.
26,19).
a.- Ex. 12, 1-8.11-14: La Cena pascual judía
La primera lectura, encontramos la narración de cómo celebrar la Pascua del Señor.
Es la fiesta de la liberación de la esclavitud de Egipto. Si bien hay que celebrarla de
prisa, el autor sagrado se da tiempo para detallar cómo la familia debe reunirse y
conmemorar. Se come un cordero, con panes ázimos y con hierbas amargas. Se
celebraba en plenilunio, sin sacerdote, sólo la familia. Se ungían las puertas de las
casa con la sangre del cordero. Se celebra la liberación de la servidumbre en
Egipto, el paso por alto Señor, del ángel exterminador, que los dejó con vida,
porque vio la sangre del cordero en sus puertas. Son los primogénitos que fueron
rescatados de la muerte y ahora son propiedad del Señor. La Pascua no es sólo
pasado, memoria, sino que se revive al momento de la celebración, pero además es
promesa y esperanza de la salvación en su plenitud. La Pascua cristiana, tiene el
mismo sentido liberador, pero con un contenido nuevo: es el paso de la muerte a la
vida, de Jesucristo, que triunfa sobre la muerte, el pecado y el mal para darnos
vida de hijos de Dios, en su Iglesia, preparados por la participación de la Eucaristía,
para el banquete en el Reino de los Cielos.
b.- 1Cor. 11, 23-26: La Cena del Señor.
El apóstol Pablo, nos introduce en cómo celebraban las primeras comunidades
cristianas la Eucaristía. Este pasaje, en el fondo, es una llamada de atención por la
falta de caridad y unidad que había en esas reuniones eucarísticas. El primer abuso,
que se daba era el comer antes que se reuniese toda la asamblea, no había una
sana distribución de los bienes: mientras los ricos comían lo suyo, sin esperar a los
pobres, éstos pasaban hambre. Además, los ricos comían en exceso, frente a los
pobres, que aparecían como cristianos de una clase inferior. Pablo catequiza desde
lo que él había aprendido del Señor, en la comunidad de Antioquía. Su relato
coincide con Lucas, y no con otros dos Sinópticos. Pablo, recalca la muerte de
Jesús, como sacrificio cruento: partió el pan, es decir, “cuerpo que se entrega por
vosotros”, tomó la copa, es la “nueva Alianza en mi sangre”. Jesús luego les ordena
que repitan este gesto en memoria suya (vv. 24-25). Como la Pascua deberá ser
celebrada de generación en generación, es memorial suyo (cfr. Ex. 12,14). Así
como la Pascua judía recalca la liberación de la esclavitud de Egipto, la cristiana es
la celebración de la Resurrección de Cristo, el paso de la muerte a la vida lo que
trae la liberación a la humanidad de la muerte, el pecado y del mal que tendrá su
culminación en la vida eterna para cada cristiano. El bautizado es incorporado a la
muerte de Cristo, pero para resucitar a una vida nueva. El Sacrifico eucarístico nos
da la vida nueva de resucitados, vida eterna anticipada, hasta alcanzar la eternidad,
la unión con Dios definitiva, una vez terminado el camino de fe en esta vida.
c.- Jn. 13, 1-15: El lavatorio de los pies.
El evangelista, por primera vez, nos señala que la vida y muerte de Cristo es un
signo de amor a los suyos (vv.1-3).
Un secreto, que se revela ahora, en los últimos instantes (cfr. Jn. 13, 34; 15, 9. 13;
17,23). Amar a sus discípulos hasta el extremo, es dar la propia vida por ellos.
Entrega necesaria para que venga la plenitud de esa donación de vida de parte de
Cristo, con la venida del Espíritu Santo. Por los suyos podemos entender los
discípulos, pero el apóstol Juan, nos hace pensar en todos los hombres, en forma
universal, y no sólo Israel o sólo los apóstoles (cfr. Jn. 11,52; 10, 3-4. 14; 15, 19;
17, 4. 6). Esta comunidad, que ahora celebra, se abrirá a lo universal, como un solo
rebaño y con un solo Pastor (cfr. Jn. 10, 6). A esa realidad apunta la intención de
Jesús, amor hasta el extremo de dar su propio Espíritu a los creyentes (cfr. Jn. 19,
30). Este comienzo, que habla de este amor desbordante, es la puerta para que
esta realidad del Corazón de Cristo se haga presente hasta el final del evangelio;
Juan quiere mostrar un amor que ha cumplido todo cuanto entraña en sí en la
palabra y obras del Maestro.
Un segundo momento lo marca el lavado de pies (vv.4-5), antes de la Cena: Cristo
manifiesta su entrega, su amor a los suyos asumiendo esta actitud de Siervo. Toda
la existencia de Jesús es un inclinarse delante del hombre para servirlo de diversas
formas desde la Encarnación hasta la muerte en Cruz, Siervo hasta el final. El
apóstol, señala cómo Satanás había puesto en el corazón de Judas, el deseo de
entregar a Jesús en manos de sus enemigos. Pero además nos dice cómo el Padre
ha puesto todo en manos de su Hijo, que de ÉL ha venido y a ÉL vuelve (cfr. Jn. 3,
35; 10, 18. 30. 38). Con este gesto de lavar los pies a los suyos, Juan presenta al
Maestro, en toda su humanidad y divinidad. Se quita el manto, se pone en actitud
de esclavo, se despoja de su señorío, y se ciñe una toalla, para secar los pies de
sus discípulos una vez lavados. Se quiere recalcar el servicio que presta Jesús a los
suyos, ya que por dos veces se habla de esta prenda, y no señala que se la quitara,
con lo cual, el Maestro no pierde su condición de Siervo de sus amigos.
Un tercer momento lo encontramos en el diálogo de Jesús con Pedro (vv.6-11),
pues éste, se opone a que le lave los pies. Se trata de entender el señorío de
Cristo, que ÉL entiende como servicio, el otro como un honor. Pedro, rechaza la
Cruz para su Señor, y así entrar en la gloria (cfr. Mc. 8, 31-33). Este gesto no lo
comprende ahora, le dice Jesús, lo comprenderá más tarde (v.7), luego de la
Resurrección, él con su martirio (cfr. Jn. 13, 12-17). En Juan, la Pascua, es tiempo
de comprensión de las Escrituras, y del cumplimiento de lo dicho por Jesús (cfr. Jn.
2, 22; 12,16). La negativa de Pedro, puede terminar en romper relaciones con su
Maestro, por ello le advierte: “no tener parte”, con ÉL, en la herencia de la tierra
prometida, tema que está presente en todo el AT, alcanza su cumplimiento en
Cristo Jesús, que nos promete la vida eterna, verdadera patria del cristiano. No
tener parte con Jesús, era quedar autoexcluido de la herencia que Dios había
puesto en las manos de Hijo. Luego de esta seria advertencia, Pedro quiere que le
lave, no sólo los pies, sino también la cabeza, en definitiva, lo entendía sólo como
un baño ritual, más tarde lo llegará a comprender como un acto de humillación de
Jesús, pero como un gesto que abarca toda la existencia de Jesús desde su
Encarnación. Pedro, no comprende que el gesto de Jesús es de humildad, porque
no conoce desigualdad entre los hombres. No hay grandeza humana, a la que deba
renunciar por humildad, sino la única grandeza humana, consiste en ser como el
Padre, donación total y gratuita de sí mismo. Jesús declara que todos están limpios,
excepto Judas, están purificados porque han escuchado su palabra (cfr. Jn. 15, 3) y
su sangre preciosa ha sido derramada (cfr. 1Jn. 1,7). Todos los discípulos están
limpios, porque se han adherido al designio de Jesús, excepto Judas (cfr. Jn. 6, 67-
71), unión que luego hay que integrar a la vida personal. El lavatorio de los pies, es
la entrega de Jesús hasta la muerte. Para el discípulo, es redención de su condición
pecadora, hasta convertirlo en hijo de Dios, para dar paso a la entrega entre sí de
todos los discípulos, haciendo cada uno su proceso de kénosis, es decir,
vaciamiento total de sí mismos, a ejemplo de Jesús. Sólo así estarán preparados
para la Resurrección. La comprensión del gesto de Jesús, una vez que vuelve a la
mesa, es asumir que el servicio será parte constituyente de la comunidad de los
discípulos entre ellos y con el prójimo, imitando el gesto de del Maestro, que pide
disponibilidad afectiva y efectiva de estar al servicio unos de otros. Acoger a Jesús,
es acoger al Padre que lo envió, que lava los pies de los que creen en su Hijo, es
decir, Dios al servicio del hombre.
Padre Julio Gonzalez Carretti OCD