Semana Santa
Viernes Santo de la Pasión del Señor
Lecturas bíblicas:
a.- Is. 52, 13-15; 53,1-12: Fue traspasado por nuestras rebeliones.
El cuarto cántico del Siervo de Yahvé, es la interpretación histórica de Israel como
expiación redentora a favor de la propia comunidad y de todas las naciones de la
tierra. Al anuncio de la glorificación de este Siervo, sigue su estado actual,
desfigurado, casi no parece figura humana, no parecía hombre, esto es lo que los
pueblos comprenderán sin que nadie se los explique, cerrarán la boca (v.15), pues
contemplarán algo totalmente inaudito. ¿Quién dio crédito a nuestra noticia? (v.1).
La pregunta, se dirige a los gentiles de su tiempo, pero también a nosotros, porque
a todos llega el kerigma de la salvación, el fruto de las obras hechas con el brazo
poderoso de Yahvé, revelación a la que apuntan todas las profecías. La salvación,
nos viene por los frutos de sus sufrimientos y dolores, la salvación y redención nos
viene del Siervo de Yahvé. Este Siervo, primero se nos ha presentado con rasgos
de rey, en el primer canto (cap. 42), como profeta, en el segundo y tercero (cap.
49-50), para finalmente en el cuarto, (cap. 52-53), aparecer como desprecio de los
hombres, más aún, abandonado por todos, sumergido en el dolor y víctima de las
injusticias, el Siervo sufriente. Los frutos de su dolor son reconocer que sufrió por
nosotros, su sacrificio fue en nuestro lugar y que gracias a él, hemos obtenido la
paz con Dios y somos salvados. El Israel fiel, también identificado con el Siervo,
sufrió la muerte, esclavitud y las tinieblas en su destierro en Babilonia, ciudad que
simboliza el pecado, no sólo de Israel, sino de toda la humanidad. Y será Yahvé
quien resucite a su pueblo, y a este Siervo, le dará una multitud por herencia. Sólo
el regreso a la vida de su Siervo, luego del dolor y la muerte, pudo aplacar la ira
divina y la satisfacción de los pecados de su pueblo y del resto de la humanidad. En
las manos de Yahvé, el Siervo obtiene, lo que ningún sacrificio consiguió, ni siquiera
los de Israel, la vida perenne, mediante la fecundidad, cumpliéndose la promesa
hecha a Abraham. Los evangelistas, inspirados por el Espíritu Santo, vieron en
Jesús de Nazaret el cumplimiento de estos cánticos de Isaías. La vida, pasión,
muerte y resurrección de Jesús son contempladas y cumplidas con estas palabras
proféticas: creemos que Jesús de Nazaret es el Mesías, el Siervo sufriente, que
expió los pecados de toda la humanidad en la Cruz gloriosa del Calvario. Nuestra fe
la ponemos en un Mesías sufriente, en Jesús Crucificado y Resucitado.
b.- Heb. 4, 14.16; 5,7-9: Se convirtió en causa de salvación .
A la garantía que tenemos: la promesa de la eficacia de la Palabra de Dios, el autor
nos ofrece otra: el Sumo Sacerdocio de Cristo. Este sacerdocio de Cristo, es para
incentivar nuestra perseverancia en la fe. En el trasfondo, tenemos el sacerdocio
levítico y el sacrificio, que una vez al año se ofrecía en el Templo de Jerusalén, con
la sangre de las víctimas, entraba el Sumo sacerdote en el santo de los santos,
para llevar a cabo la expiación de los pecados del todo el pueblo; sacrificio que no
borraba el pecado, ni santificaba a los que lo ofrecían. Ahora, el autor sagrado, nos
presenta a Jesucristo como Sumo Sacerdote que ejerce su función delante de Dios
en los cielos, a favor de todos los hombres. Sin embargo, este Pontífice, no está
alejado de nosotros, como para que no pueda compadecerse de nosotros, conoce la
fragilidad de nuestra naturaleza y las tentaciones, sólo que a diferencia nuestra, no
sucumbió a ellas. El autor de esta carta, nos presenta como ningún otro, la
Humanidad de Cristo, y su debilidad. Durante su existencia, ofreció súplicas y
oraciones y aprendió a obedecer en la escuela del sufrimiento. Es en el Huerto de
Getsemaní donde encontramos este tipo de oración, casi violenta (cfr. Lc. 2, 39-
46); la diferencia entre este pasaje y aquel, es que aquí fue escuchado, ahí no, ya
que asume la muerte, pero sí podemos decir que fue escuchado, porque fue
liberado del sepulcro, para su resurrección. Jesucristo aprendió a obedecer, en la
escuela del dolor, y no en las purificaciones rituales, a pesar de ser Hijo de Dios,
reflejo de la gloria de Dios e impronta de su sustancia (cfr. Hb. 1, 3). Sus
hermanos, también sufren, y por lo mismo, el dolor es el camino para salvarlos, con
lo que aprendió a conocer lo que significa para el hombre, su fidelidad a Dios.
Jesucristo, se hizo semejante a los hombres, menos en el pecado, y en la
desobediencia, precisamente para rescatarlos con su obediencia al Padre eterno.
Esto lo capacitó para ejercer su soberanía, sobre aquellos para quienes es causa de
salvación eterna. El cristiano debe acercarse al trono de la gracia, para encontrar
misericordia y el perdón de sus pecados, la gracia de la fortaleza para mantenerse
en la lucha. Motivo de agradecimiento del cristiano, es la comunión que tiene con
Dios, gracias al Sumo Sacerdocio de Cristo. que ejerce en favor de los creen en ÉL.
Es por Cristo Sacerdote, que tenemos paz con Dios, acceso a la fuente de la gracia
divina y la misericordia que nos renuevan la vida teologal de fe y amor.
c.- Jn. 18, 1-19,42: Pasión de Nuestro Señor Jesucristo .
La liturgia de la palabra de hoy, se centra en la Pasión narrada por San Juan. En
este testimonio de historia y de fe encontramos un Jesús dueño de su propio
destino cuya vida nadie se la quita sino que él la entrega voluntariamente (cf. Jn
10,18). Es su glorificación. Casi la entronización de un rey como veremos más
adelante. Para comprender la Pasión que vamos a escuchar hay que tener en
cuenta que todo el evangelio de Juan tiene como trasfondo la encarnación (cfr. Jn.
1,14) realidad que se expresa su dimensión humana, es decir la carne del hombre
Jesús y su dimensión divina (cfr. Jn. 1, 14ss), o sea, su gloria. Se trata del misterio
de Dios, que se hace visible en la humanidad de Jesús. Lo palpable del misterio de
Dios en Cristo, se convierte en revelación: “El que me ha visto a mí, ha visto al
Padre” (Jn. 14, 9). Esta es la síntesis de todo el cuarto evangelio. Hay tres ideas
teológicas, transversales en el evangelio de Juan y por supuesto presentes en la
Pasión, sin las cuales no sería posible comprender tal narración: "la Hora" de Jesús,
"la Elevación" del Hijo del Hombre y "el Juicio" de este mundo. Toda la vida de
Jesús está orientada hacia la Hora, meta de su camino, donde Dios mostrará toda
su gloria, amor por los hombres en su Hijo (cfr. Jn. 2, 4; 12,23; 13,1; 17,1). Muy
unido a la Hora, está el tema de la Elevación en la Crucifixión, desde donde atraerá
a todos hacia ÉL, es el grano de trigo, que cae en tierra, para dar mucho fruto, es
decir, vida nueva, la Resurrección (cfr. Jn. 12, 24-32). La idea del Juicio de este
mundo, es una lucha entre la luz y las tinieblas, precisamente la muerte de Jesús,
es el momento medular de ese Juicio (cfr. Jn. 3, 19; 12,31). Jesús, se muestra con
una libertad única para donar la vida y recuperarla, un señorío y majestad para
enfrentar su pasión y muerte (cfr. Jn. 10,17-18). Historia y fe, luz y tinieblas,
testimonio nos introducen en el misterio de nuestra redención.
Podemos dividir la narración (Jn 18,1-19,42) en cinco grandes bloques:
1.- Jesús en el jardín (18,1-12);
2.- Jesús ante Anás y la actitud de Pedro (18,13-27);
3.- Jesús ante Pilato (18,28-19,16a);
4.- Jesús muerte en el Gólgota (19,16b-37); 5.- Jesús es sepultado (19,38-42).
1.- Jesús en el jardín (Jn. 18,1-12)
Todo comienza en un jardín y terminará en un jardín (cfr. Jn. 19,41). Puede que
Juan quiera recrear los primeros capítulos del Génesis, con la idea clara que con la
Pasión y Resurrección, comienza una nueva Creación (cfr. Gn. 2-3; Jn. 1,1; Jn. 20,
22; Gn. 2,7; Jn. 7, 39). Jesús, responde con naturalidad a sus preguntas (Jn. 18,
4). La luz y las tinieblas, representadas por Judas y sus acompañantes, son los que
se cierran a la verdad y a la luz. Judas prefiere las tinieblas, y no a Cristo, desde la
última cena (cf. Jn. 3,19; 13, 20; 13,30), no camina sino hacia las tinieblas (Jn.
8,12). Jesús permanece de pie, no pide al Padre que lo libre de esa Hora. Jesús y el
Padre son uno (Jn. 10,30). Es el inicio de su Hora, comienza su glorificación, bebe
la copa del dolor (cfr. Jn.10, 30; 12,27; 18,11). Ante el “Yo soy” de Cristo, sus
enemigos son los que caen en tierra. Da su vida porque puede recuperarla; es el
Buen Pastor que defiende a sus ovejas, auténtica batalla entre la luz y las tinieblas,
de ahí su oración por ellos, sus discípulos. Jesús domina en todo momento la
escena (cfr. Jn. 18,5; 10,18; 18,9; 10,28; 17,14-15).
2.- Jesús, ante Anás y la actitud Pedro (Jn.18,13-27)
Jesús es el que habla ante Anás, de su doctrina y enseñanzas en el templo (Jn.
18,19). Vemos cómo Jesús siempre ha sido causa de interrogantes y juicios que
hacen sobre Él. Pero lo paradojal es que tomar partido o rechazo por Jesús, es
hacer un juicio sobre sí mismo (cfr. Jn. 1,19; 3,18-19; 9,39; 11,49-53). Anás calla
ante Jesús ahí se presenta, como uno que revela lo que ha hecho, como enviado
del Padre (cfr. Jn.18,23). La bofetada, que recibe su puede entender, como el
rechazo del mundo y también las negaciones de Pedro, que está fuera (cfr. Jn.
18,16), comenzando a padecer su debilidad. El criado de Anás, representa al
mundo, que ha rechazado la Palabra de Jesús, junto con Pedro, conoce lo que ha
dicho Jesús (cfr. Jn. 18,21).
3.- Jesús ante Pilato (Jn. 18,28-19,16)
Este texto nos presenta dos ambientes: dentro y fuera del pretorio, dentro está
Jesús y Pilato, fuera la turba que pide que le crucifiquen: cuatro veces sale Pilato
del pretorio (cfr. Jn. 18, 28-32; 38-40; 19,4-8; 19,13-16) y las escenas vividas
dentro son tres (cfr. Jn.18, 38-40; 19,1-3; 19,9-12). En todo momento Jesús está
tranquilo y en diálogo con Pilato. Fuera en cambio, están los judíos, con una actitud
de odio, rechazo y confusión. Pilato pasa de un ambiente a otro. En el fondo, no es
a Jesús a quien está juzgando sino que es él quien está siendo juzgado. Trata de
librar a Jesús, porque sabe que es inocente, pero duda, y cuando le dicen que no es
amigo de César, su puesto político, está en peligro, teme represalias (cfr. Jn.
19,12; 19,8). Jesús se muestra siempre como dueño de la situación, porque sabe,
que tiene el poder, y no Pilato, y si él tiene algo de poder, lo ha recibido de lo alto.
Jesús es Rey y su Reino no es de este mundo (cfr. Jn. 19,11; 19,36)
4.- Jesús, muere en el Gólgota (Jn. 19,16-37)
En el camino hacia el Calvario, Jesús carga con la cruz, sólo, aquí no hay un Simón
de Cirene. El letrero sobre la cruz proclama a Jesús Rey, es toda una proclamación.
Pilato había presentado a Jesús a su pueblo como Rey y había sido rechazado (cfr.
Jn. 19,14.16-17). Ahora, es presentado como Rey a todo el imperio, representado
en las lenguas que se hablaban en el lugar: hebreo, latín y griego. Pilato, sin
saberlo, confirma la realeza de Jesús, lo reconoce como Rey (cfr. Jn. 19, 20.22). El
reparto de los vestidos de Jesús, es otro momento importante para el evangelista
Juan, hace referencia al Salmo 22,19 y nos señala, que la túnica era sin costura
(cfr. Jn. 19,23), signo de unidad. Esto se contrapone con el AT, en que los vestidos,
simbolizaron la división de la monarquía (cfr. 1Re 11,29-31). En cambio, aquí la
túnica, significa la unión de los que creen, el nuevo pueblo de Dios, en torno a
Jesús. De hecho, el evangelista, señala que Jesús, morirá no sólo por la nación,
sino para reunir a todos los hijos de Dios, para hacer la alianza nueva y definitiva
con Dios y la humanidad. La nueva familia de Jesús, está ahí al pie de la Cruz: su
Madre y el Juan, el discípulo amado, representa a la naciente Iglesia (19,25-27).
María, la Madre es figura de Sión, de la que da a luz un pueblo (cf. Is 66,8-9), el
discípulo es figura del creyente. Al pie de la cruz, nace la nueva familia de Jesús,
ahí están su Madre y sus hermanos (cf. Mc 3,31-35), los que hacen la voluntad del
Padre. El discípulo, acoge a la Madre de Jesús, como algo suyo. Al pie de la cruz,
nace la Iglesia, según el evangelista Juan. Luego vemos a Jesús sediento al que le
acercan un hisopo y no una esponja en una caña, que recuerda a los israelitas, el
hisopo, con que pintaron con sangre las puertas, y para que cuando pasara el Ángel
exterminador, siguiera de largo (cfr. Jn. 19, 29; Ex. 12,22). La hora de la
sentencia de muerte, fue la misma, hora sexta del día de la Preparación, momento
en que los sacerdotes comenzaban a degollar los corderos en el Templo, vísperas
de la Pascua. Se cumple la Escritura: no le quiebran ningún hueso, y finalmente,
inclina la cabeza, y entrega el espíritu, en manos del Padre (cfr. Jn. 19,14; Ex.
12,10.46; Zac.12, 10; Jn. 19,30). Entregó totalmente la vida, pero también, el
Espíritu, fuente de la vida, Espíritu de la verdad (cfr. Jn. 16,13). La cruz, es la sede
de la gloria de Jesús. En la cruz, Jesús es glorificado y entrega el Espíritu, que
antes, no conocíamos, pero que había anunciado que vendría, cuando ÉL fuera
glorificado y en Ascensión al Padre (cfr. Jn 7,39; 16,7-15). La atención la pone el
evangelista, en el cuerpo glorificado de Jesús, nuevo santuario de Dios (cfr. Jn
2,21). De él brota sangre y agua, por la lanzada del soldado (cfr. Jn. 19,34). La
sangre y el agua, en primer lugar, nos habla de la Encarnación, Jesús Dios y
Hombre verdadero, que pasa de este mundo al Padre (cfr. Jn. 12,23; 13,1). La
Iglesia ha visto, como Jesús glorificado entrega a la comunidad eclesial: el
Bautismo (cfr. Jn 3) y la Eucaristía (cfr. Jn 6). Como ya había anunciado Jesús: de
su seno, correrán ríos de agua viva (cfr. Jn. 7, 38).
5.- Jesús es puesto en el sepulcro (Jn. 19, 38-42)
Aparecen en esta escena, no sólo José de Arimatea, sino que también Nicodemo
(cfr. Jn. 3,1-10; 19, 39). El cuerpo de Jesús, es el nuevo y definitivo santuario
destruido por los hombres, y levantado por Dios (cfr. Jn. 2,19-22), tienda del
encuentro entre Dios y los hombres. Templo para adorar a Dios, en Espíritu y
verdad (cfr. Jn. 4,24). Es el cuerpo del Señor, un Rey, que ahora duerme. De ahí, el
detenerse en detallar los ritos funerarios judíos, las vendas y lienzos, aromas y
ungüentos, mirra y áloe (cfr. Jn. 19,39). Su sepulcro, es una tumba nueva (cfr. Jn.
19,40-41). Nuevamente nos encontramos en un huerto o jardín, como al comienzo.
En este relato de la Pasión de Jesús, somos testigos de cómo, camina hacia su
victoria: ha vencido al mundo (cfr. Jn. 16,33). Su gloria y realeza se ha
manifestado: es la luz de los hombres, luz que brilla en las tinieblas, y éstas no le
vencieron (cfr. Jn. 1,4). Cada creyente, unido a Jesús Resucitado, vence al mundo
con la luz, vida y verdad que proceden de ÉL y la ha comunicado a todos los
creyentes bautizados, para hacerlos hijos de Dios (cfr. Jn. 1,12).
Padre Julio Gonzalez Carretti OCD