Jueves 18 de Abril de 2014. Viernes Santo
Papa Francisco: «no existe un cristianismo sin la Cruz
y no existe una Cruz sin Jesucristo»
Él fue traspasado por nuestros crímenes. Lectura del libro del profeta
Isaías 52, 13-15; 53, 1-12
Salmo Responsorial Sal 30, 2.6.12-13.15-16.17 y 25 Padre, en tus manos
encomiendo mi espíritu.
Aprendió a obedecer y se convirtió en causa de salvación eterna para
todos los que le obedecen. Lectura de la carta a los Hebreos 4, 14-16; 5,
7-9
Lectura de la pasión San Juan 18,1-19,42
Hemos llegado al día del gran silencio donde la cruz nos llama la atención. La
Cruz no es un ornamento del altar, sino el misterio del amor de Dios. No nos
hacemos la cruz para espantar la mala suerte, sino para tomar fuerza, pues nadie
sale solo del poder del pecado.
En la cruz está, no es cuento, Cristo traspasado por nuestros crímenes. Po r
eso en esa cruz encomendó al P adre Dios su espíritu. Sintiendo en lo más profundo
que nos perdonaba porque nos sabíamos lo que hacíamos.
Muchas veces nos creemos doctores, sabiendo todo. Y es mentira,
pues en la cruz somos desnudados. Nada somos. Todo es basura. Frente a la duda
de aquel pueblo liberado de la esclavitud egipcia Dios ordena a Moisés hacer una
serpiente y la ponga sobre un asta, y le dice que quien será mordido por las
serpientes y la mirará permanecerá con vida. Pero ¿qué es la serpiente? La
serpiente es el signo del pecado. Astuta. Engañadora. Mala. Mentirosa. Fue aquella
que sedujo a Eva, proponiéndole el pecado. Y es Dios quien manda que se eleve el
pecado como bandera de victoria. Y es victoria porque allí mismo fueron curados
de aquel veneno tentador y muy peligroso.
Hoy es elevado el Hijo del hombre, el verdadero Salvador, Jesucristo.
Por eso es el cristianismo no es doctrina de filosofía, no es un programa para vivir y
lograr la paz. No. El cristianismo es una persona. Hoy elevada en la cruz. Una
persona que se entregó para salvarnos que se ha hecho pecado. ¿Y saben por qué?
Porque en la cruz colgaban a los pecadores a los peores delincuentes. Y así como
en el desierto fue elevado el pecado, aquí ha sido elevado Dios, hecho hombre y
hecho pecador por nosotros. Y todos nuestros pecados estaban allí. No se
comprende el cristianismo sin entender esta humillación profunda del Hijo de Dios,
que se humilló a sí mismo haciéndose siervo hasta la muerte y muerte de Cruz, para
servir.
Esa cruz nos grita que vivimos entre la miseria del pecado. Son los pecados
lo que nos delatan como seres necesitados de esa misericordia de Dios. Entonces,
no existe un cristianismo sin la Cruz y no existe una Cruz sin Jesucristo, palabras
del Papa Francisco.
Fijemos nuestra mirada en la cruz. ¿Qué encontramos?
Clavos para seguir clavándolo.
Espinas para seguir maltratándolo.
Latigazos para seguir castigándolo.
¿Entonces qué?
Jesús tomó para sí todos nuestros pecados, nuestras soberbias, nuestras
seguridades, nuestras vanidades, nuestras ganas de llegar a ser como Dios” Es
Dios el centro de nuestras vidas, no nuestros triunfos o vanidades. Ese orgullo y
vanidad se curan con las llagas de Cristo. Con los dolores de Cristo que dejó su
pellejo en la cruz. Ese es el misterio de la verdadera cruz. No la de oro o plata que
llevamos en el cuello.
Nada de adornos o lujos para embellecernos y llamar la atención. No y no.
La cruz es la de Cristo donde están nuestros pecados. No hay otra. No podemos
fabricar otra. Ella aunque nos escandalice siempre ahí estará.
Pongámonos de rodillas, pues, delante de esta cruz. Que Esa que todos los
días ve pasar a tanta gente por la capilla San José. Gente que se resiste a buscar el
perdón y la reconciliación. Personas que no se detienen a pensar todo el
sufrimiento que ocasiona el pecado: cuando no saludamos. Cuando le negamos un
favor. Cuando abandonamos a la familia. Cuando apoyamos el odio y el
enfrentamiento.
Pidamos perdón. Es la hora de la conversión, La hora de llorar nuestro
pecado. Pues al morir otros serán los que no lloren. En el cementerio lugar del
reposo de nuestro cuerpo maltrecho por tantos pecados no se podrá hacer nada.
Pedirle perdón es reconocer que se es pecador. Que se lleva una vida
contraria a la que Cristo quiere. Ese perdón no se cancela como un simple borrón y
cuenta nueva. Ese perdón lo entrega Dios en sus llagas sangrantes. En sus heridas
de la cruz.
Por eso, pidámosle que nos lleve hacia él y que cada uno se deje curar.
Porque obligados ni para el cielo. Dios nos juzga amándonos. Si acojo su amor
estoy salvado, si lo rechazo me condeno, no por él, sino por mí mismo, porque Dios
no condena, Él sólo ama y salva.
Desde hoy y para siempre debemos responder al mal con el bien, tomando
sobre sí la Cruz, como Jesús.
Y aquí, en silencio, apreciemos tanto amor nos tiene Dios que se levantó en
la cruz para redimirnos. Para salvarnos. Para darnos el gozo de la salvación. De
este encuentro, en este día de tanto silencio, resuena la voz del amor para
abrazarnos con toda esperanza. Y solamente nos pide algo misterioso y divino.
Sígueme.
Señor que tú fuerza salvadora que es amor de redención, disipe nuestros
miedos, aligere nuestras cargas y nos disponga a una vida de perdón y
reconciliación. Amén.
Padre Marcelo
@padrerivas