"Vamos hacia Dios, no caminando sino amando" San Agustín
Sábado 19 de Abril de 2014 sábado santo
Romanos 6, 3-11 Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no
muere más
Salmo responsorial: 117: Aleluya, aleluya, aleluya.
Mateo 28, 1-10 Ha resucitado y va por delante de vosotros a Galilea
En la madrugada del sábado, al alborear el primer día de la semana, fueron María
Magdalena y la otra María a ver el sepulcro. Y de pronto tembló fuertemente la
tierra, pues un ángel del Señor, bajando del cielo y acercándose, corrió la piedra y
se sentó encima. Su aspecto era de relámpago y su vestido blanco como la nieve;
los centinelas temblaron de miedo y quedaron como muertos. El ángel habló a las
mujeres: Vosotras no temáis, ya sé que buscáis a Jesús el crucificado. No está
aquí: Ha resucitado, como había dicho. Venid a ver el sitio donde yacía e id aprisa a
decir a sus discípulos: Ha resucitado de entre los muertos y va por delante de
vosotros a Galilea. Allí lo veréis. Mirad, os lo he anunciado. Ellas se marcharon a
toda prisa del sepulcro: impresionadas y llenas de alegría corrieron a anunciarlo a
sus discípulos. De pronto, Jesús les salió al encuentro y les dijo: Alegraos. Ellas se
acercaron, se postraron ante él y le abrazaron los pies. Jesús les dijo: No tengáis
miedo: id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verá.
Hermanas, hermanos
En esta casi noche saltan a la mente de todos 4 momentos muy
interesantes de la vida de Jesús: encarnación, bautismo, muerte y resurrección.
Hoy, vigilantes estaremos ante el acontecimiento grande la Resurrección.
Pensemos…
Permítanme que haga referencia, en este momento, a la Santísima Virgen
María. Ella junto a José estaba admirada de lo que decían de Jesús. Simeón les
bendijo y dijo a María, su madre: Este está puesto para caída y elevación de
muchos en Israel, y para ser señal de contradicción, ¡y a ti misma una espada te
atravesará el alma! a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos
corazones (Lucas 2, 33-35) A ella tan dolorosa nos la dejó Jesús a nosotros. Y
desde entonces, Ella es la que nos dice al oído verdades para mantenernos
orientados hacia el amor a Dios.
Que bello poder recordar ¡Madre ahí tienes a tu hijo! Y luego ¡Hijo ahí tienes a
tu Madre! Ella había quedado sola. Primero fue José y ahora Jesús. Ahora a nuestra
compañía. Pero es de noche, es decir, hay oscuridad, ya que nos quedamos
también sin Jesús. Todos huyeron menos María. Fue traicionado menos María. Fue
negado menos María.
Más que acompañar a María, Ella nos acompaña y hace crecer la confianza y
la espera. Claro sin ocultar sus lágrimas de mujer y madre. Pero ella sabe en el
fondo que Dios cumple lo que promete y por eso sigue adelante. Como aquel día
cuando el Ángel Gabriel le dijo: ¡No temas! ¡No temas! ¡No temas! Pues tienen
gracia delante de Dios.
¡Qué maravilla! ¿Qué alegría! Poder ver esas manos tan finas, tan de mujer.
No tiemblan de miedo, ni mucho menos de duda. Son las manos que señalaron las
tinajas de agua en las bodas de Caná para que su hijo las convirtiera en vino de
fiesta. Son manos que espera volver a abrazar a su hijo en ese encuentro definitivo.
Era toda una promesa: “Volveré y los tomaré conmigo, para que donde esté yo
estén también ustedes” (Jn 14,3) Déjame, Se￱ora poder besar esas manos para que
al hacerlo sea acariciado por la mano que bendice y nos señala el camino
verdadero de la resurrección y la vida.
Entonces…
Resurrección ya! Pues
Hoy se nos pregunta ¿Cuándo vamos a empezar a vivir resucitados? ¿Acaso
morir para asomarnos a la gloria de Dios? Nuestra vida, toda la vida, está llamada a
ser Pascua. En esa forma misteriosa y amorosa de vivir en esta vida, pero sabiendo
que somos del más allá. De la vida de Dios.
Para ello hay que morir a pequeñas muertes. Algunas, de esas muertes, las
he provocado, otras las hemos sufrido. Unas profundas y otras estériles. En cada
una de esas muertes hay nombres, recuerdos y hasta rostros que de noche nos
saltan en pleno sueño. Si hay que enumerar diremos: aquel saludo que negué a
quien lo necesitaba. El sufrimiento que provoqué por mi forma rápida de hablar sin
medida y verdad. Por la impaciencia de aceptar al otro como es. Por la falta de
silencio delante de la situación que no requiere de palabras sino de hechos y
acción. Y en aquellos momentos donde se cree que nada tiene sentido y la fe grita
¡Úsame!
Es verdad que todos queremos resucitar, pues resucitar es triunfar. Muchos
buscamos, a como dé lugar, la plenitud, que no es otra cosa que estar contento en
comunidad y con uno mismo. Plenitud que es alegría por dentro y por fuera. Que es
sentir que perdona y soy perdonado. Cuando avanzo y dejo avanzar sin odios ni
amarguras. Cuando nos hacemos fuerte ayudando y acompañando a los que se
sienten débiles. En definitiva, hay plenitud cuando no nos dejamos vencer por las
tribulaciones. Ser plenos es sentir aquí y ahora que en la oración encuentro abrigo.
La alegría es mi equipaje y que la resurrección se asoma porque se esperarla con
ilusión de hijo de Dios.
¿Quién tiene la última palabra? Sabemos que en las vidas hay muchas
últimas palabras. El autobús que pasó aquel día y lo dejamos ir, los recuerdos. La
muerte del familiar cercano que aún aprieta nuestro frágil y adolorido corazón.
Aquella frase que escuchada nos hizo tanto daño y marcó nuestras vidas. Es el
adi￳s, te quiero, un gracias… tantas y muchas cosas que siguen repicando en lo
más profundo de cada uno. Pero, soy yo, eres tú quien tiene la última palabra. Ni
siquiera Dios, pues sin nuestro permiso no entra a compartir con nosotros todo y a
sanar todo.
Nos disponemos, pues, a celebrar la mejor palabra ¡Vida! En esta espera por
la resurrección en este tiempo de pascua, a la palabra definitiva de Dios en Jesús.
Palabra de esperanza, un canto a la existencia y de forma maravillosa una invitación
a la gran fiesta universal. Jesús lo dijo: Yo soy el pan de vida. El que viene a mí,
nunca más tendrá hambre, y el que cree en mí nunca más tendrá sed” (Jn 6,35)
Lamentablemente tan muero Jesús, incluso en muchos que estamos aquí. Y
ese es el drama del cristianismo. Un cristianismo reducido a tantas muertes y muy
pocas vidas. Pero, saben una cosa, y que no se nos olvide. La última palabra la
tiene la vida. Una vida que vence a la muerte. Una vida luchadora, pujante, que se
mueve, que no se amilana, que quiere vivir aunque tenga dificultades. Esa vida
nunca será vida sin el amor.
Pablo lo repetía constantemente: El amor no pasa nunca (1 Corintios 13,8)
Somos muchos que creemos que el conseguir el amor es algo muy caro. O que el
amor es para otros. Sin olvidar que hay muchos nubes que nos tapan el amor:
rechazos, críticas, indiferencias, juicios, prejuicios, burlas, incomprensión,
frialdad… Pero el amor tiene la última palabra. Que es infinito, que tiene capacidad
para vencer el odio. Es un amor primero que levanta las losas y abre los sepulcros.
Un amor eterno, el de un Dios que desafía a la muerte para envolvernos en un
abrazo protector.
Esa es la mejor noticia. Sin pagar por lo que otro deba. Pues hay noticias que
te alegran el día y otras que te cambian la vida. De estas últimas hay pocas, pero
cuando llegan lo trastocan todo. Desencadenan explosiones de júbilo, de algún
modo te hacen resplandecer, gritar, reír y contagiar alegría. Pues eso celebramos
en pascua. Unas cuantas de esas buenas noticias, contenidas tras el grito: “Ha
resucitado”
Bien cabe en esta noche poder decir con San Lucas ¿Por qué buscan entre
los muertos al que vive? No está aquí., ha resucitado. (24,5-6) y habrá que dejar
muy claro y para siempre, que si ha resucitado serán los pasos que un día daremos,
entonces es que nunca moriremos del todo.
Finalicemos con el Beato Juan Pablo II “No tengan miedo” Ya que la vida
manda y la vida vence. Y más cuando hoy la muerte nos sopla a derecha e
izquierda. Hoy cuando se hace compañera de camino. Entonces, sin miedo que ya
no estamos solos. Bien lo sabemos en esa promesa de Dios para con todos. “Yo
estaré con ustedes siempre, hasta el fin del mundo” (Mt 28,20)
Padre Marcelo
@padrerivas