Ciclo A: Domingo de Resurrección
Tito Romero, C.M.
Tiempo de los nuevos comienzos
No sé si ya tuvieron la oportunidad de ver la película “Noé”. Definitivamente, no es
una película que vaya a ganar un Oscar, pero a mí me gustó. No me entretuvo el
sonido, las actuaciones, ni los efectos especiales; más bien diría que fue un film que
me hizo pensar. De hecho, me quedé muchas horas después de la película
pensando en un diálogo: en el momento más dramático de la trama, el personaje
malo de la historia le pregunta a Noé si el diluvio significaba el fin del mundo, a lo
que Noé responde: “No es el fin, sino el principio”. Interesante respuesta que me
sirve para reflexionar en tormo a lo que celebramos este domingo: la resurrección
del Señor, el tiempo de los comienzos.
Analicemos primero la historia que inspira la película, la historia de Noé. Tal como
nos cuenta el relato bíblico, Dios se arrepintió de haber creado al ser humano, de
haberle dado libertad, porque debido a ella había aparecido el pecado y, con la
extensi￳n del pecado, el mal en todo el mundo. La soluci￳n práctica fue el “borr￳n y
cuenta nueva”, y así se justifica el diluvio. Después de la eliminaci￳n de toda la raza
humana y, junto con ella, supuestamente de toda la maldad, comienza un tiempo
nuevo, algo así como una nueva creación (en la película, Noé menciona muchas
veces la idea de una nueva creación o un nuevo paraíso después del castigo). Pero,
este nuevo comienzo era solo aparente. El mundo seguía siendo el mismo, el ser
humano (Noé y su familia) seguía siendo el mismo, con las mismas tentaciones y
con la misma libertad, pero ya había aprendido la lección, ya sabía cuáles eran las
consecuencias de su pecado…, ahora ya estaba advertido. Digamos que el nuevo
comienzo fue más de actitud que de realidad. Se supone que el hombre había
madurado y era más hombre.
Ahora hagamos un salto a la época de Jesús. Con el tiempo, el ser humano olvidó el
mensaje bíblico del diluvio y nuevamente el pecado se extendió en el mundo.
Cuando Jesús llega a este mundo, encuentra a un ser humano esclavo del pecado.
El mal se había extendido tanto que empezaba a hacer estragos no solo en el
aspecto espiritual de la gente, sino también en su vida física y social: injusticias,
enfermedades, guerras, muerte, pobreza. Ya no hacía falta cometer un pecado para
sufrir sus consecuencias; más bien, el pecado de otros afectaba a toda la sociedad.
Nadie podía escapar de este círculo vicioso que estaba poniendo en riesgo lo que
Dios había preparado para el ser humano: la felicidad, la vida eterna, el cielo. Jesús
toma la iniciativa que en su momento encarnó Noé. Ya no habría un diluvio más,
pero hacía falta un nuevo sacrificio, una medida extrema para remediar, borrar,
limpiar al hombre y al mundo: la cruz. La sangre de Jesús hizo las veces del agua
en el diluvio. Su muerte en la cruz hizo que Jesús compartiera con el ser humano el
dolor que es consecuencia del pecado. Jesús murió, como tanta gente había muerto
producto del mal. Digamos que Jesús, en la cruz, se asemejó a las personas que,
según el texto del Génesis, se ahogaban en el diluvio. Pero allí no quedó todo. En el
relato del Antiguo Testamento había un arca que significaba la salvación, el acceso
al nuevo mundo; ahora esa posibilidad era dada por una irrupción maravillosa de
Dios, un derroche de amor y no de castigo: la resurrección. ¿Qué es la
resurrección? Es el paso de muerte a la vida, del mal al bien, es la liberación del
pecado y de sus consecuencias, el cambio del dolor a la alegría, es entrar en Dios,
vivir en Dios eternamente. Jesús resucitó, es decir, salió de la muerte, de las aguas
del diluvio, y pasó a vivir nuevamente en Dios. Y con su resurrección, también dio
al ser humano la posibilidad de salir de las mismas aguas de la muerte, del dolor,
de la injusticia, del pecado. Gracias a la resurrección de Jesús, el ser humano ahora
tiene las puertas abiertas para salir de su círculo de mal, de dolor y de muerte. Solo
necesita querer hacerlo, esforzarse, dar un paso… un peque￱o y gran paso. El ser
humano, como en la historia de Noé, sigue siendo el mismo, pero ahora tiene la
experiencia del diluvio
en su mente y la entrada al cielo abierta gracias a la resurrección de Jesús. Por esa
razón, la resurrección es también un nuevo comienzo, el retorno al principio. Con la
resurrección de Jesús, todo vuelve a comenzar, ya no se cuentan los pecados, el
hombre puede volver a ser limpio y más perfecto, puede ir al cielo, si lo desea.
Jesús ya hizo su parte.
Hagamos un último salto de los tiempos de Jesús hasta los nuestros. De verdad,
¿hemos aprendido la lección? Después de la posibilidad de redención que nos
otorgó la resurrección de Jesús, ¿el ser humano es distinto? Solo voy a nombrar
algunas noticias de las últimas semanas: saqueos después del terremoto en Chile,
asaltos a las casas que fueron dejadas cuando sus dueños tuvieron que evacuar por
el enorme incendio en Valparaíso, una mamá que públicamente acepta no saber
quién es el papá de su hijo, destapes sobre la corrupción y crímenes de algunas
autoridades del país, marchas para defender situaciones contrarias a la vida y a la
dignidad, numerosos accidentes de tránsito, etc. No, no hemos aprendido la
lección. Es cierto que los autores de estos males son pocos, pero todos de alguna
manera sufrimos las consecuencias del pecado de otros, como en la época de Jesús
y como en la época de Noé. ¿Hará falta un nuevo diluvio? ¿Jesús tendría que volver
a morir y volver a resucitar? La primera opción no es práctica (de hecho, ni siquiera
es real), pero la segunda opción es siempre una posibilidad. Cada año, en cada
semana santa, recordamos y “actualizamos” aquel gesto de amor enorme que tuvo
Jesús por nosotros. En las celebraciones de estos días, nuevamente Jesús, y de
forma real, vuelve a morir y vuelve a resucitar para recordarnos, una vez más, que
Dios nos ama y que tenemos siempre una posibilidad de conversión y salvación.
Cada año se celebra la resurrección de Jesús para hacernos caer en la cuenta que
desde hace casi dos mil años la puerta del cielo está abierta, que las cadenas del
pecado están rotas, que el dolor es compartido, que somos nosotros los que
tenemos que dar ese paso hacia Dios. De esta manera, celebrar la resurrección,
celebrar la pascua, significa tomar la decisión de salir del pecado, de dejar atrás el
dolor, el sufrimiento, la pena. Celebrar la resurrección es hacer lo posible por
convertirnos, por convertir a otros y por convertir el mundo. Celebrar la pascua es
vivir como resucitados, como renovados, como libres. El domingo de resurrección
es, siempre es, la fiesta de los nuevos comienzos, del “borr￳n y cuenta nueva” pero
sin diluvio. Aunque, como en toda la historia, el mal esté allí y siga habiendo
desastres, muertes, delitos y males, la semana santa es una invitación perenne a
vivir una nueva vida a pesar de todo eso.
Querid@ amig@: si después de estos días santos, aún quedan en tu vida vestigios
de dolor, de pena, de estrés, de odio, de tristeza, de pecado, entonces quizá aún no
has dado ese gran paso, aún no te has decidido celebrar la resurrección. ¡Ánimo, la
pascua es tu fiesta! ¡La resurrección de Jesús es tu resurrección! ¡El cielo es tuyo!
¡Celebra la resurrecci￳n, vuelve a comenzar, haz en tu vida un “borr￳n y cuenta
nueva”… y si te queda tiempo en tu nueva vida, anda al cine y mira la película de
Noé antes que salga de cartelera!
Feliz comienzo, feliz pascua, feliz nueva vida!!!
Con permiso de somos.vicencianos.org