Semana de la Octava de Pascua
Miércoles.
Lecturas bíblicas:
a.- Hch. 3, 1-10: Pedro y Juan sanan a un paralítico.
La primera lectura, nos habla del primer milagro que obraron Pedro y Juan, dentro
de un marco de sana de convivencia de judíos y judíos cristianos. Los dos
apóstoles, acuden a la oración de las tres de la tarde, hora en que se sacrificaba el
cordero en el templo de Jerusalén. El lugar exacto, era la puerta hermosa, donde
encontraron a un tullido de nacimiento que pedía limosna, una buena ocasión que
tenían los judíos para dar limosna a los pobres, obra equivalente a la oración. El
autor de los Hechos, recalca estos milagros, como los hechos por Jesús, porque son
testimonio de la nueva era que inauguró Cristo Jesús con su vida y obras, pero
especialmente con su Misterio Pascual. Se cumple la palabra de Jesús, que les había
encargado de sanar enfermos y predicar el evangelio, con los mismo poderes con
que sanaba ÉL y que les había confiado (cfr. Lc. 9, 2). La palabra de los apóstoles
es confirmada, por los milagros que obraban (cfr. Lc. 8, 6); los milagros eran la
mejor ocasión para predicar sobre Jesús, la salvación que traía a los hombres, pero,
que provocaba una reacción muchas veces adversa de parte de los judíos por la
adhesión de algunos a la fe (cfr. Hch. 5, 17; 14,8). La curación de este paralítico,
marca un hito en la vida de ese hombre que pasa de la muerte a la vida, y en los
apóstoles, revivir el poder sanador de Jesucristo, en beneficio de los necesitados. El
Nombre de Jesús es invocado, es decir, su persona y autoridad; los apóstoles obran
con el poder de Jesús, e invitan al enfermo a dirigirse y poner su confianza personal
en ÉL. Pedro intenta demostrar que Jesús de Nazaret, está vivo, que ha sido
constituido en Mesías y Señor (cfr. Hch. 2, 36).
b.- Lc. 24,13-35: Los discípulos de Emaús.
El evangelio nos pone en camino junto a Pedro que sale de Jerusalén (cfr. Lc.24,
12), y a dos discípulos que se dirigen a Emaús. Seguramente eran discípulos que
se hospedaron en Emaús al encontrar alojamiento en Jerusalén con motivo de las
fiestas pascuales. Van conversando de todo lo acontecido los últimos días; han sido
días muy duros para los seguidores de Jesús. Se les une otro caminante, Jesús
Resucitado, pero con su cuerpo glorioso, no le reconocen, como la Magdalena. Los
dos discípulos creen que se trata de otro peregrino, pero ante la pregunta de qué
hablaban, no pueden creer que alguien que venga de la ciudad, no sepa lo sucedido
con Jesús de Nazaret (vv.18-19). Hacen una pausa. Cleofás hace un sumario de lo
acontecido: el Mesías, en que habían confiado, ha terminado mal: crucificado,
muerto, y sin resucitar. Se había dicho que era un profeta, ante Dios y los
hombres, poderosos en palabras y obras, los líderes de Israel son los responsables
de su muerte, pensaban que sería el liberador de Israel del dominio romano, que
colmaría la esperanza de los profetas; la misma liberación que esperaba Zacarías
(cfr. Jr.14,8; Lc.1,68-79). Todo se había acabado puesto que hacía tres días que
Jesús había muerto, no había esperanza de vida. Han escuchado que esa mañana
han sucedido hechos extraordinarios: las mujeres encontraron la tumba vacía; dos
ángeles que aseguran que Jesús vivía; en Lucas, en ningún momento las mujeres
ven a Jesús (cfr. Jn. 20,11-18). También los discípulos fueron, pero no vieron nada
(v.24). Entonces interviene Jesús que les reprocha no saber interpretar los hechos
según las Escrituras; hay desilusión en las palabras de Jesús, como la de los
ángeles cuando se dirigen a las mujeres, ya que no han sido capaces de creer lo
antes anunciado (cfr.Is.3,8). La razón a la que alude Jesús es que su inteligencia y
su corazón no han estado a la altura de creer lo que ÉL enseñó; faltó fe a sus
palabras por ello los califica como insensatos. El mismo Jesús, se denomina Cristo,
debía padecer para entrar así en su gloria, donde el enunciado teológico, se
convierte en necesidad nacida de la voluntad de Dios. Lo mismo que los ángeles
había recordado a las mujeres (cfr. Lc.24, 5-8). Como en Lucas, hay tiempo entre
su resurrección y su ascensión, su entrada en la gloria se pospone; una gloria con
la que va a ser investido, que recibe de Dios, a cuyo lado se sentaría, para venir
con poder y gloria (cfr. Lc. 9, 31-32; 21,27, Sal.110,1). Es precisamente la muerte
la que hizo entrar a Jesús en su gloria, lo contrario, de lo que querían sus
enemigos. Jesús se dedicó a explicarle las Escrituras, desde Moisés y los profetas,
en lo que se refería a ÉL (cfr. Sal.118, 22; 110,1; Is. 53,12). Avanza la tarde, y
llega la hora de cenar, el interés de los caminantes por el desconocido ha ido en
aumento y el deseo que permanezca con ellos (vv.28-29). Cuando el forastero
reparte el pan, da la bendición, entonces se les abren los ojos de la fe (vv. 30-31.
34). Todo se centra en esto: Jesús Resucitado les repartió el Pan, es decir, Jesús
está vivo en la Eucaristía, escondido si se quiere, puesto que cuando quieren
retenerle con su mirada, desaparece. Jesús está allí, como Pan y Vida nueva para
los suyos, con lo que ilumina todo el misterio de su muerte y resurrección. Los
apóstoles regresan por donde habían venido, han experimentado que Jesús está
donde se reúnen los hermanos (vv.32- 33), y se encuentran con la confesión de la
comunidad: “Es verdad. ¡El Se￱or ha resucitado, y se ha aparecido a Sim￳n!” (v.
35; 1Cor.15,5). Cada uno de ellos había experimentado el encuentro con Jesús
Resucitado, pero especialmente Pedro, por la tarea que Jesús le había
encomendado: confirmar la fe de sus hermanos. Dios suscitó la fe de los discípulos
para que también nosotros, a través de la misión de la Iglesia en el tiempo,
podamos experimentar el encuentro con Jesús Resucitado y con Pedro decir: es
verdad el Señor ha Resucitado y está vivo en la Eucaristía.
Teresa de Jesús, defenderá siempre que la Humanidad de Cristo es la puerta para
la vida mística y no otras teorías llamativas de su tiempo. La Eucaristía, presencia
sacramental de Cristo Resucitado, tema profundo para la vida de oración y servicio
eclesial. “Pues si todas veces la condici￳n o enfermedad, por ser penoso pensar en
la Pasión, no se sufre, ¿quién nos quita estar con El después de resucitado, pues
tan cerca le tenemos en el Sacramento, adonde ya está glorificado, y no le
miraremos tan fatigado y hecho pedazos, corriendo sangre, cansado por los
caminos, perseguido de los que hacía tanto bien, no creído de los Ap￳stoles?” (Vida
22,6).
Padre Julio Gonzalez Carretti OCD