II Domingo de Pascua o de la Divina Misericordia, Ciclo A.
Antonio Elduayen, C.M.
Queridos amigos y amigas,
Este 2º Domingo de Pascua fue siempre un Día Memorable, por ser la octava de la
Resurrección del Señor. Hoy celebramos en él al Señor de la Divina Misericordia,
por decisión de Juan Pablo II, que hizo suyo el deseo del mismo Señor de la
Misericordia, tal como se lo manifestara a su vidente santa Faustina. Quiso la
Providencia, que el Papa Juan Pablo II, que tanto amara y reflejara en su vida al
Señor de la Divina Misericordia, partiera al Padre en la víspera de un día como hoy
(en el 2005). Quiso también que el Papa Emérito Benedicto XVI escogiera este día
para declararlo Beato: Beato Juan Pablo II. Y quiere ahora que el Papa Francisco lo
canonice, declarándolo santo: San Juan Pablo II. Junto con quien aún llamamos el
Papa Bueno, San Juan XXIII. Desde hoy este gran día del Señor de la Divina
Misericordia, será también el día de los santos. Juan XXIII y Juan Pablo II,
paradigmas de misericordia.
Según el evangelio de hoy (Jn 20, 19-31), al Señor Resucitado le cae perfecto el
sobrenombre de Señor de la Divina Misericordia, ya que es como se mostró
después de resucitado: “Rico en Misericordia”. 1º con los ap￳stoles, al desearles
repetidamente la paz. Ningún reproche por su huida en el Viernes Santo, sino
acogida de amigo y maestro, que les tiende las manos. 2º con los hombres y
mujeres del mundo, al dar a los apóstoles el poder de perdonar lo pecados,
instituyendo para siempre, el Sacramento del Perdón (Jn 20, 23). 3º con la Iglesia,
comunidad de ap￳stoles y fieles, al enviarles el Espíritu Santo, “don de todo
consuelo”.
Fue el Espíritu Santo, quien resucitó a Jesús (Rom 8,11), devolviéndolo a la vida
para ser, cara a nosotros, “el Se￱or de la Misericordia”, de modo que atraídos por
su amor, no vivamos ya para nosotros mismos sino para Él. Es lo más importante
del hecho histórico de la Resurrección y es lo que más conmovió a los apóstoles.
Les emocionó tocar a Jesús y saber que era real, pero les emocionó aún más la
experiencia de fe que los envolvió y los cambió. Es el caso de Tomás, el hombre
incrédulo que cae sobre sus rodillas y adora y se pone a la entere disposición de
Jesús. Ambas cosas van incluidas en su confesi￳n de “Se￱or mío y Dios mío”.
¡¿Quién o qué los podría apartar ya del amor de Cristo?! (Rom 8,35). Es la clase de
la experiencia de fe que tenemos que hacer nosotros: para no tener miedo y para
cambiar el entorno.
El amor hecho misericordia, la compasión, fue el alma de la vida de Jesús, como lo
fue de los Papas Juan XXIII y Juan Pablo II. Hoy la Iglesia los reconoce santos, es
decir, que vivieron y practicaron la caridad en grado her￳ico… y nos invita a hacer
lo mismo, para vivir desde la misericordia y la bondad.
Con permiso de somos.vicencianos.org