II Semana de Pascua
Introducción a la semana
Se cierra la octava pascual y se abre un estimulante camino que lleva consigo el
impulso de la nueva vida que nos ha ganado ‘el que vino con agua y con sangre’.
Y decir Segundo Domingo de Pascua es hablar de Tomás, el punto de apoyo para
sentirnos todos dichosos por creer sin haber visto. Otros nuevos títulos que ha
recibido este domingo no lo hacen más grande, porque le sobra luz resucitada y
fuerza de comunión como pueblo rescatado, aspectos que resaltan las primera y
segunda lecturas.
Los Hechos de los Apóstoles surten de vivencias comunitarias y pascuales en la
primera lectura de toda esta semana y durante gran parte de la época pascual.
La valentía que infunde el Espíritu hace posible lo imposible: que de un grupo
débil, perseguido, martirizado… surja el anuncio de esperanza y salvación para
toda la humanidad, sea de la raza y lengua que fuere. Que un puñado de busca-
dores de Dios se sientan ‘pueblo’ y ámbito humano donde se articula al modo del
Espíritu la familia de los hijos de Dios. Comunión de bienes, vidas
complementadas, persecución y, aún así, más con-fianza en un Dios que nos ha
dicho quién es en su Hijo muerto y resucitado. Reclamar la condición de testigos
de quien, por obedecer a Dios, nos ha devuelto a la vida, y trufar esta
reclamación con orgullo y alegría de sabernos capaces del evangelio. El sábado
subraya la servicialidad pascual de la comunidad con la elección de los siete
varones colaboradores de la predicación.
Los evangelios de esta semana, a su vez, fragmentan el bello y profundo diálogo
con Nicodemo. Son palabras que suenan nuevas, radiantes, provocadoras y no
dejan indiferente a todo el que busca el rostro de Dios: nacer de nuevo, ver el
Reino de Dios, brotar del agua y el Espíritu, caer genufle-xos ante tanto amor
demostrado por Dios Padre a este mundo nuestro, estar ciertos de nuestra
salva-ción no de nuestra condena, apostar por la luz, enamorarse de la verdad
que encarna de manera tan servicial y admirable el Resucitado. Son frutos
pascuales, sazón del Espíritu, cosecha que acopia todo el que deja que la Palabra
de Jesús vaya por delante de uno mismo. Concluye la semana con un hermoso
punto de apoyo para el no menos bello discurso del pan de la vida: la
multiplicación de los panes y peces, paradigma de la enormidad de muchos
pocos.
Días para salir de la tiniebla de cada uno y entrar en la luz maravillosa de un
Dios que nunca nos deja de su cariñosa mano. ¡Estamos en las mejores manos!
Con permiso de dominicos.org