San Pio V, Papa (30 de Abril)
¿Experimento realmente que Dios no juzga sino que salva?
I. Contemplamos la Palabra
Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles 5, 17-26
En aquellos días, el sumo sacerdote y los de su partido -la secta de los
saduceos-, llenos de envidia, mandaron prender a los apóstoles y meterlos en la
cárcel común. Pero, por la noche, el ángel del Señor les abrió las puertas de la
celda y los sacó fuera, diciéndoles: - «ld al templo y explicadle allí al pueblo
íntegramente este modo de vida.» Entonces ellos entraron en el templo al
amanecer y se pusieron a enseñar. Llegó entre tanto el sumo sacerdote con los
de su partido, convocaron el Sanedrín y el pleno de los ancianos israelitas, y
mandaron por los presos a la cárcel. Fueron los guardias, pero no los
encontraron en la celda, y volvieron a informar: - «Hemos encontrado la cárcel
cerrada, con las barras echadas, y a los centinelas guardando las puertas; pero,
al abrir, no encontramos a nadie dentro.» El comisario del templo y los sumos
sacerdotes no atinaban a explicarse qué había pasado con los presos. Uno se
presentó, avisando: - «Los hombres que metisteis en la cárcel están ahí en el
templo y siguen enseñando al pueblo.» El comisario salió con los guardias y se
los trajo, sin emplear la fuerza, por miedo a que el pueblo los apedrease.
Sal 33, 2-3. 4-5. 6-7. 8-9 R. Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha.
Bendigo al Señor en todo momento,
su alabanza está siempre en mi boca;
mi alma se gloría en el Señor:
que los humildes lo escuchen y se alegren. R/.
Proclamad conmigo la grandeza del Señor,
ensalcemos juntos su nombre.
Yo consulté al Señor, y me respondió,
me libró de todas mis ansias. R/.
Contempladlo, y quedaréis radiantes,
vuestro rostro no se avergonzará.
Si el afligido invoca al Señor,
él lo escucha y lo salva de sus angustias. R/.
El ángel del Señor acampa en torno a sus fieles
y los protege.
Gustad y ved qué bueno es el Señor,
dichoso el que se acoge a él. R/.
Lectura del santo evangelio según san Juan 3, 16-21
Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca
ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no
mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve
por él. El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque
no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios. El juicio consiste en esto: que
la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus
obras eran malas. Pues todo el que obra perversamente detesta la luz y no se
acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras. En cambio, el que realiza
la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según
Dios.
II. Oramos con la Palabra
JESUCRISTO: tu palabra de hoy es de gozo y de esperanza. Porque el Padre te
envió para que no perezca ninguno de los que crean en ti, para que el mundo se
salve por ti. Y me lo aplico a mí: viniste para que yo no perezca, para que tenga
vida eterna, para que me salve por la fe que me une a ti para siempre. ¡Gracias,
Señor, gracias!
Esta oración está incluida en el libro: Evangelio 2011 publicado por EDIBESA.
III. Compartimos la Palabra
El miedo se transforma en libertad
Como la traca final de unos maravillosos fuegos de artificio llenos de luz y color,
el libro de los Hechos despliega ante nuestros ojos la magnitud del
acontecimiento vivido por los discípulos, que a través de múltiples circunstancias
va a recorrer el largo camino que lleva de Jerusalén hasta el centro mismo del
Imperio y los límites del mundo conocido.
En el relato de hoy creo que podemos fijarnos en dos cuestiones concretas.
De un lado, quienes habían pretendido solucionar los problemas que Jesús les
causaba eliminándolo, se dan cuenta de que esos problemas retornan
multiplicados. El texto nos hace saber que están realmente rabiosos. La fuerza
del mal, la injusticia, el atropello del inocente… no han surtido el efecto
esperado. Hay una fuerza del bien que seguirá oponiéndose cuando ellos ya
daban por cerrada la historia. Y ello alimenta la esperanza de que la presencia
del Señor Jesús en nuestra propia vida e historia nos capacita para anunciar su
mensaje y luchar por la justicia y el bien.
De otro lado, asombra y conmueve la experiencia que aquel grupo de hombres
atemorizados y escondidos ha tenido que vivir. El miedo ha dado paso a la fe, y
se transforma en una libertad ante la que no hay fuerza humana que les detenga
en su decisión y su necesidad de proclamar aquello de lo que son testigos. Esa
misma experiencia es posible para cada uno de nosotros, si nos dejamos tocar
realmente por el resucitado.
Nuestra tarea es aceptar la luz
Las múltiples imágenes que sobre Dios hemos recibido a lo largo de nuestra
vida, es probable que contrasten con la rotunda afirmación que el evangelio de
Juan hace, de diversas maneras, sobre quién es Dios y cuál es su deseo más
hondo: Dios es AMOR y su sueño y pretensión no es otra que la de que ninguno
de sus hijos perezca.
Juan se atreve a decir más, abundando en las ideas que ya en otros textos
hemos visto. El que cree en el Hijo está salvado ya. Contra todo prejuicio o idea
preconcebida que pueda rondar nuestra mente y hacer de Dios
fundamentalmente un juez, el evangelio nos anuncia algo insólito: Dios no
condena. La causa de aquello que damos en llamar condenación está en
nosotros mismos, en nuestra libertad para cerrar puertas, ojos, oídos, corazón…
a toda luz -que en el fondo viene de Dios- y que tiene la fuerza de abrirnos a la
vida, la esperanza, la alegría, el futuro… Ese empecinamiento nuestro en no ver
más que lo negro de toda situación, ese bloqueo que nos impide abrir cerrojos,
destruir muros, empujar las piedras de nuestros sepulcros y permitir que la luz
de Dios, que es el Hijo, ilumine, configure y dote de sentido esta vida nuestra de
cada día. Lo de preferir la tiniebla a la luz resulta extraño, porque no es lo que a
primera vista diríamos que constituye nuestra elección, pero debe ser posible…
Que la contemplación del Señor Jesús resucitado, a quien celebramos en esta
prolongada fiesta pascual, sea ocasión para ir iluminando aquellos lugares o
aspectos de nuestra vida que se resisten a abandonar las sombras y abrirse a su
luz.
Hna. Gotzone Mezo Aranzibia O.P.
Congregación Romana de Santo Domingo
Con permiso de dominicos.org