II Domingo de Pascua o de la Diviona Misericordia, Ciclo A
Domingo
Lecturas bíblicas:
a.- Hch. 2,42-47: Los creyentes vivían unido y lo tenían todo en común.
La primera lectura, es el primero de los sumarios del libro de los Hechos (cfr. Hch.
4, 32-35 y 5, 12-16), es una presentación que hace el autor de los primeros rasgos
de la primitiva comunidad cristiana de Jerusalén. Encontramos que había una
enseñanza impartida por los apóstoles acerca de la acción salvífica de Dios, llevada
a cabo en la persona, palabras y obras de Jesús de Nazaret, en especial en su
misterio pascual de muerte y resurrección. Vivencia clara de la koinonía, espiritual y
material, afectiva y efectiva, ayuda en la necesidad de los hermanos más pobres
con los propios bienes materiales. Celebración de la eucaristía, conmemoración de
la última cena de Jesús, claro signo de los bienes escatológicos o futuros. La
oración, era otro de los aspectos fundantes de la vida personal y comunitaria de los
cristianos, sobre todo la acción de gracias y la oración propia del cristiano como es
el Padre Nuestro. Las obras prodigiosas que hacían los apóstoles llamaba la
atención, lo mismo había sucedido con Jesús, donde la admiración, la sorpresa,
hasta la inclinación a creer se dan lugar entre las personas que los ven obrar desde
su fe. Llama la atención la participación asidua de la comunidad en el culto del
templo y en las sinagogas (cfr. Hch. 6,9. 10; 9, 20; 13, 5; 26,11), lo que no
signifique se va acentuando lo propiamente cristiano en cuanto al culto se refiere.
Las casas eran los lugares destinados a las reuniones litúrgicas. Vemos como la
vida de la comunidad era una continua alabanza a Dios, un servicio a los hermanos,
lo que traía la benevolencia de todo el pueblo. Esto trajo el aumento del número de
miembros de la comunidad, signo de las bendiciones divinas y del Espíritu Santo
que la animaba. Esta llegada de nuevos discípulos a la comunidad era un claro
signo de la salvación obraba en medio de ellos y abría la esperanza de alcanzar los
bienes definitivos del Reino de Dios.
b.- 1Pe. 1,3-9: Nos ha hecho nacer de nuevo para una esperanza viva.
El apóstol Pedro nos invita a alabar a Dios Padre por la obra realizada en Jesucristo
y su resurrección, fuente de salvación para todo el género humano. Probablemente
es un texto litúrgico de alabanza, todo un acto de fe cristiana, que comienza
reasaltando la iniciativa divina en la obra de la salvación para la humanidad, con lo
cual los cristianos se hacían conscientes que a su esfuerza por ser fieles a Dios, les
antecedía su proyecto de salvación, su esfuerzo era una respuesta a una obra ya
realizada por Dios en Cristo Jesús. El hecho de la resurrección de Jesucristo, motiva
la reacción de alabar a Dios por este nuevo nacimiento del hombre pecador (cfr.
Rm. 6, 1-4). Por esta vida nueva que la resurrección de Cristo nos otorga, el
cristiano participa activamente en su vida gloriosa. Se trata de abrirse a una
dimensión nueva en las relaciones con Dios y el prójimo; la vida no termina en esta
realidad que nos circunda sino que no abre un camino para buscar lo
verdaderamente importante adquiriendo derecho de ciudadanía en la eternidad (cfr.
Flp. 3,20). Uno de los aspectos a resaltar es la clara unión entre este nuevo
nacimiento y la resurrección de Cristo, es decir, por su acción el hombre es elevado
a la categoría de hijo de Dios. Esta divinidad abre a la esperanza de heredar la vida
eterna o la Jerusalén celestial; “herencia incorruptible, inmaculada e inmarcesible”
(v. 4). Es Dios quien la custodia para el cristiano, por lo tanto no hay duda que la
podamos recibir en el último día. Seguridad y gozo provienen del Señor para el
hombre caminante que es probado diariamente, pero lleva la alegría de ser salvado
y nadie le podrá quitar esa dicha que proviene de Dios. Las dificultades son también
un medio de purificación, como el oro que puesto en el crisol, lo que significa que la
vida cristiana, como este metal es imperecedero, pero ésta última es superior al
oro. Amar a Jesucristo, a quien no han conocido es todo un desafío, pero que la fe
y el amor, hacen acortan la distancia de tiempo y espacio hasta alcanzar la
salvación de sus almas, es decir, el hombre íntegro.
c.- Jn. 20, 19-31: A los ocho días llegó Jesús.
El mismo día de la resurrección Jesús se aparece al grupo de los discípulos, como la
había hecho con la Magdalena. Se denota el miedo que tenía, pero también la
alegría que les provoca la presencia de Jesús vivo. Tras el saludo los envía como
mensajeros suyos cuando les confía su Espíritu para perdonar los pecados o
retenerlos. Tomás estaba ausente y el grupo le anuncia “hemos visto al Se￱or” (v.
24). No cree el testimonio que le dan de Jesús resucitado y pone sus propias
condiciones para creer. En el saludo de Jesús encontramos la presencia de Dios
invisible, antes en el santuario, ahora presente por medio de Jesús en la nueva
asamblea (cfr. Ex. 25, 8; Zac. 2,15; Ez. 37,26). Es la presencia del Pastor que no
abandona su rebaño, nos los deja huérfano y les comunica su paz, con la cual se
disipa el miedo (cfr. Ez. 34, 12; Jn. 16, 33). Además del saludo les muestra las
llagas, manos y costado, su identificación con el Calvario, la cruz, para los que no le
acompañaron en su Pasión, con lo cual actualiza el sentido salvífico de su victoria.
Esas llagan lo identifican con la muerte en la cruz y resurrección, pero ahora en pie,
es la confirmación que Dios ha cambiado la sentencia de los hombre, autoridades
religiosas y políticas, que lo condenaron a morir por ser un malhechor y blasfemo,
por haberse declarado hijo de Dios. Glorificado por el Padre en su resurrección,
ahora Jesús puede enviar mensajeros, recrea la vida de los suyos con un gesto,
soplar sobre ellos, para comunicarles su Espíritu Santo. Es el soplo del Señor, su
aliento de vida con el fin de perdonar o retener los pecados, admitir o excluir de la
comunidad. Ochos días más tarde, Jesús vuelve a la comunidad reunida, ahora si se
encuentra Tomas y el Resucitado accede a las peticiones del discípulo, quiere
confirmar que el que tiene en frente es el mismo que el Crucificado. Ahora ante el
muerto, traspasado y Resucitado hace su famosa confesi￳n de fe: “Se￱or mío y
Dios mío” (v. 28). S￳lo Jesús es Se￱or y Dios, así lo proclama la comunidad
cristiana, ahora corresponde proclamarlo a todos los hombres para que crean. Ver y
creer, son camino de fe, creer sin haber visto, nos hace dichosos, porque nos
asegura la perenne acción del Espíritu Santo en nuestras vidas que nos anima y
sostiene en el camino de la vida nueva de resucitados.
Juan de la Cruz, precisamente hablando de quienes gustan de fenómenos
sobrenaturales, lejos de la revelación y de la tradición apostólica, pone el caso de
Tomás que quiso comprobar la resurrección, antes de creer. Le debió bastar la fe
de la comunidad, de la Iglesia, ahí se aprende a creer y amar este misterio de vida
y salvaci￳n. “Y a Santo Tomás, (lo reprendi￳) porque quiso tomar experiencia en
sus llagas, cuando le dijo que eran bienaventurados los que no viéndole le creían”
(3S 31,8).
Padre Julio Gonzalez Carretti OCD