II Aemana de Pascua
Lunes
Lecturas bíblicas:
a.- Hch. 4, 23-31: Oración de los apóstoles.
Luego de dar testimonio de Cristo resucitado ante el Sanedrín, con motivo de la
curación de un tullido, ser amenazados, los apóstoles se entregan a la oración en
comunidad. La reacción de la comunidad no fue escapar, sino orar. Era la mejor
actitud en medio de la persecución, por haber dado testimonio de Jesucristo, que
estaba vivo, era la respuesta a la acción patente de Dios (cfr. Hch. 11, 18; 16, 25;
21, 20). En la oración reconocemos el modo litúrgico de orar de la primitiva
comunidad cristiana, pero también el esquema de orar del AT., en particular de
Ezequías (cfr. 2 Re 19,15-19; Is. 37, 15-20). Es el Sal. 2,1-2, donde el autor
encuentra anunciados los hechos ocurridos durante el misterio pascual de Cristo. El
rey de Israel, en la época monárquica había recibido el título de Ungido, por lo
tanto el mesías, representante de Yahvé en medio de su pueblo, por lo mismo toda
ofensa al rey era como ofender a Yahvé. Desaparecida la monarquía el Salmo se
interpreta en forma mesiánica, es decir, esperar al Mesías en el futuro; ahora los
reyes y autoridades de la tierra, Herodes y Pilato se pusieron en contra del Señor,
pero todo fue inútil, porque ahora está vivo, resucitado. La comunidad denomina
también a Jesús, como el Siervo, con lo cual se quiere significar que el cristiano
debe estar dispuesto a recorrer el mismo camino que su Maestro. No suplican les
libre de las persecuciones, sino que piden libertad para anunciar el evangelio con la
palabra y prodigios hechos en nombre de Jesús. El temblor que sienten, luego de
orar, entre los paganos significaba que la divinidad había escuchado su oración;
Lucas usa este recurso, para dar a entender la complacencia divina por esta oración
eclesial de estos cristianos.
b.- Jn. 3, 1-8: Nacer del agua y del Espíritu.
En el evangelio encontramos el diálogo de Jesús con Nicodemo, impresionado
seguramente de las palabras de este joven rabino. Es un hombre de buena fe,
quiere aceptar la doctrina de Jesús, lo considera un enviado de Dios, preocupado
por la llegada del Reino de Dios. Hay que nacer de nuevo para poder ingresar en él,
o sea, un cambio de mentalidad, pero es mucho más que eso, porque se trata de
renacer de lo alto, de arriba, de Dios. Esto es posible porque el Verbo se hizo carne,
puso su tienda entre los hombres (cfr. Jn. 1,12-13). No basta con nacer de la carne
y de la sangre, para ingresar al reino de Dios, tampoco el deseo o la esperanza. Es
necesaria la presencia del Espíritu Santo, que Jesús trae, es que regenera al
hombre que con fe acoge la salvación que se le ofrece. Espíritu y Santo y fe, el
hombre puede renacer; puro don de Dios. Inalcanzable para las solas posibilidades
humanas. Sólo lo que nace del Espíritu crea una nueva vida, personalidad, por la
cual puede responder responsablemente a Dios. Jesús habla del agua que limpia el
pecado original y del Espíritu Santo que la vivifica para dar vida. Debemos volver
continuamente a la fuente bautismal, donde nacimos a la vida de Dios, ingresamos
en la Iglesia y tenemos asegurada la heredad de la vida eterna.
San Juan de la Cruz: “No dio poder a ningunos de estos para poder ser hijos de
Dios, sino a los que son nacidos de Dios, esto es, a los que, renaciendo por gracia,
muriendo primero a todo lo que es hombre viejo (cfr. Ef. 4, 22), se levantan sobre
sí a lo sobrenatural, recibiendo de Dios la tal renacencia y filiación, que es sobre
todo lo que se puede pensar. Porque, como el mismo san Juan (3, 5) dice en otra
parte: “El que no renaciere en el Espíritu Santo, no podrá ver este reino de Dios,
que es el estado de perfección”. Y renacer en el Espíritu Santo en esta vida, es
tener un alma simílima (semejantísima) a Dios en pureza, sin tener en sí alguna
mezcla de imperfección, y así se puede hacer pura transformación por participación
de unión, aunque no esencialmente” (2S 5, 5).
Padre Julio Gonzalez Carretti OCD