II Semana de Pascua
Martes
Lecturas bíblicas:
a.- Hch. 4, 32-37: Todos pensaban y sentían lo mismo.
La primera lectura nos presenta la primitiva comunidad de Jerusalén, lo que era y
su ideal o meta por alcanzar. En esas coordenadas hay que leer esta primera
lectura. A la luz de esa experiencia se podría decir que una comunidad cristiana
debe ser signo de Cristo resucitado, llena de su Espíritu en cada uno de sus
miembros. La primera columna que sostiene esta realidad eclesial, es que sea una
comunidad de fe en la escucha de la palabra de Dios. Fuente de espiritualidad,
trasmitida por los apóstoles, donde en dato fundamental es que Cristo está vivo. La
fe vivida en comunidad genera hombres y mujeres valientes en vivir el evangelio y
anunciarlo a los demás. Es la fe en la escucha de la palabra la que crea cohesión
interna, junto a sus legítimos pastores, crea la comunidad de fe en Cristo
resucitado: vida para ellos y para el mundo entero. Otra característica de esta
experiencia, es la vida en común, es decir compartir los bienes según las
necesidades de cada uno. Es un ideal al que hay que tender para que no sea una
organización benéfica la comunidad, sino donde se comparta la vida y el amor
verdaderos, desde Cristo Jesús: vivir unidos, saber aceptarse, con todas las
virtudes y defectos. Siempre será amar, lo esencial del cristianismo, lo esencial del
evangelio de Jesús, su mandamiento previo a su muerte en el Calvario. La
comunidad cristiana, no se entiende si no es desde la celebración comunitaria de la
Eucaristía y la oración. Ser constantes en la fracción del pan y en la oración supone
más que una costumbre, un revivir lo mandado por el Se￱or: “Haced esto en
memoria mía” (Mt. 22,19). La Eucaristía es la fuente del culto cristiano,
conmemorar la muerte y resurrección de Jesús hasta que vuelva, es hacer
presente su misterio pascual, de ahí la importancia de celebrarla con frecuencia. Sin
Eucaristía no hay comunidad, lo mismo se puede decir de la oración, ambas son
necesarias, pues ambas tocan lo esencial del misterio de Jesús resucitado. La
oración comunitaria abre el espíritu para la celebración de la Eucaristía, mientras
que ésta lleva la oración a su vértice más alto, que es la comunión con Dios.
Finalmente esta comunidad debe ser misionera. Comunicar la fe como comunidad
es esencial al mensaje cristiano: es la evangelización, el kerigma, es decir el
anuncio y el testimonio de Cristo redentor, que nos libra de nuestra condición de
pecadores y nos reconcilia con el Padre (cfr. Jn. 20, 21-23). La comunidad obedece
el mandato de evangelizar y bautizar dado por Cristo resucitado, con la fuerza del
Espíritu Santo, otro don dado por Jesús a su Iglesia, a su pueblo nuevo (cfr. Mt.
28,18-20). Su acción en la Iglesia ha llevado a hombres y mujeres a dedicar su
vida a evangelizar todas las naciones en hazañas misioneras por todos conocidas.
b.- Jn. 3, 11-15: Jesús: El que bajó del cielo vuelve al seno del Padre.
El evangelio continúa el diálogo de Jesús y Nicodemo, donde lo medular es creer en
el enviado del Padre para tener vida eterna. La teología de Juan, se centra en la
vida eterna, que se otorga al que cree en Jesús. El lenguaje de estos versículos es
algo oscuro, cuando se refiere a ese saber, y haber visto y de lo cual se da
testimonio. ¿A que se refiere Jesús? Hay dos lenguajes, el del reino de Dios del
habla Jesús y el humano de Nicodemo; el bautismo como realidad tangible, es de la
tierra, con elementos propios, en cambio, el Espíritu viene de lo alto, vida nueva
para el que acepta a Jesús como Hijo de Dios, cree en ÉL y entra en el mundo de lo
divino, las cosas del cielo, en el reino de Dios. Entre los hombres, el único que
posee la experiencia de la vida del cielo o del reino, es el Hijo de Dios (cfr. Jn. 1,18)
porque viene de Dios, es su enviado y sube al cielo (v.13). El título de Hijo de Dios,
es Aquel, en el que se unen en una admirable combinación lo humano y lo divino, lo
de arriba y lo de abajo, la Encarnación es el misterio que está de trasfondo. Si ha
venido de lo alto y vuelve allí ¿cómo ha sucedido? Esto ha sucedido por la elevación
del Hijo del hombre (vv.14-15), a la cruz, por una parte y su exaltación en ella,
por otra. La crucifixión de Jesús es manifestación de su futura resurrección y
ascensión gloriosa a los cielos. Así como Moisés elevó la serpiente en el desierto
(cfr. Nm. 21, 8-9), como un signo de salvación (cfr. Sb. 16, 5-7), así ahora ese
signo adquiere su sentido pleno en Cristo mirando a Jesús, contemplándolo en su
misterio pascual, se obtiene la salvación, la vida eterna. El bautismo, inicio de
nuestro existir para las cosas del cielo, es para el místico, el comienzo de la unión
con Dios, unión que posee la semilla de la perfección en el ejercicio de la vida
teologal que nos regala el sacramento y que el cristiano aumenta con su adhesión
personal al misterio que vive dentro de sí.
S. Juan de la Cruz, comentado los versos: “Y luego me darías, / allí tú, vida mía,/
aquello que me diste el otro día” escribe el místico: “Llamando a el otro día al
estado de la justicia original, en que Dios le dio en Adán, gracia e inocencia, o el día
del bautismo, en que el alma recibió pureza y limpieza total, la cual dice aquí el
alma en estos versos que luego se la daría en la misma unión de amor. Y eso es lo
que entiende por lo que dice en el verso postrero, es a saber: aquello que me diste
el otro día; porque, como habemos dicho, hasta esta pureza y limpieza llega el
alma en este estado de perfecci￳n” (CA 37, 5).
Padre Julio Gonzalez Carretti OCD