Pautas para la homilía
III Domingo de Pascua, Ciclo A.
Y, levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén
Mucho se ha escrito a lo largo del tiempo sobre este pasaje del Evangelio. Ello se
debe a que constituye una verdadera y propia catequesis para los cristianos de
segunda generación; para los cristianos que ya no conocieron al Jesús histórico y
que se preguntaban cómo podían reconocerlo ahora, en su realidad eclesial del
momento.
Estamos llamados a una historia de encuentro personal con Jesús
Resucitado.
El camino entre Jerusalén y Emaús no es sólo un camino físico, es el camino de
nuestra vida cristiana, es el camino donde nos encontramos con Jesús. Es el camino
donde Jesús se hace presente sin que sepamos cómo ni cuándo ni de qué manera,
pero siempre con un mismo fin: darnos la vida eterna y abrirnos, si nos dejamos,
los ojos. Este encuentro es único e irrepetible para todos nosotros. Si nos fijamos
en los evangelios que hacen referencia a las apariciones de Jesús Resucitado cada
uno narra una modalidad diversa de encuentro: ángeles, la apariencia de jardinero,
un simple viajero más… pero en todos Jesús regala dos cosas a sus encontrados: la
paz y el don de la fe. Hay muchos tipos de encuentro, tantos como personas, pero
un único regalo: la vida en Cristo Resucitado.
Jesús escucha y dialoga.
Es curiosa la actitud de Jesús Resucitado en el Evangelio de este domingo: se
acerca, se hace el encontradizo y escucha a los peregrinos. Todo un Dios, antes de
revelar el mensaje profundo de las Escrituras a los hombres y de abrirles los ojos,
lo primero que hace es escuchar, preguntar, interesarse por la historia del hombre.
Antes de hablar de Dios tenemos que escuchar qué es lo que dice la gente de Dios,
cuales son sus temores, sus penas, sus lugares oscuros donde Dios se puede hacer
presente. Ahí es donde la predicación del Resucitado tendrá su fuerza y su sentido.
Pero, en definitiva: ¿en qué momento nos encontramos nosotros de este
camino de Emaús?
En el evangelio se nos muestran tres características de los hombres que se han
encontrado con el Jesús Resucitado, de los hombres nuevos, de los hombres de la
nueva Creación. Estas tres características nos pueden ayudar a situarnos en el
punto donde nos encontramos de nuestra vida cristiana, de nuestro camino de
Emaús particular:
1. «tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando. Entonces
se les abrieron los ojos y le reconocieron…ᄏ La Eucaristía es un lugar
privilegiado de encuentro con el Resucitado. En el memorial de su Pasión y
Resurrección se leen las Escrituras teniendo como punto de fuga su Persona y
se parte el pan que es su Cuerpo. La Eucaristía es el momento de encuentro
entre los cristianos y de estos con Cristo, es el momento en que la comunidad
cristiana proclama su fe. La dimensión necesariamente personal del encuentro
con Cristo, de la que antes hablábamos, y la dimensión comunitaria de
celebrar la fe no son contradictorias, son complementarias. La fe, la apertura
de los ojos a la Verdad, es un acto personal que se vive en comunidad.
2. «¿No estaba ardiendo nuestro corazón dentro de nosotros cuando nos
hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?» Otro de los lugares
privilegiados del encuentro con el Resucitado es la Escritura. Siempre los
evangelistas nos remarcan esta verdad, la verdad de cómo Cristo ha venido al
mundo según las Escrituras y ha cumplido todo lo que ellas decían sobre Él. El
misterio del Cristo Resucitado ya se encontraba en las Escrituras aunque
velado. Es por ello que ahora que se nos ha desvelado vemos su profunda
verdad y se nos puede enardecer el corazón.
3. «Y, levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén» El encuentro con el
Jesús Resucitado es un cambio de 180 grados en nuestras vidas. Los
discípulos de Emaús dan media vuelta en su camino y vuelven a Jerusalén.
Dejan la paz de la pequeña villa por la inseguridad de la ciudad. Vuelven a los
lugares donde han sufrido la muerte de Cristo y donde seguro tenían miedo a
que a ellos también les sucediera algo parecido. Pero Cristo Resucitado les
hace desaparecer los miedos y volver hacia lo que huyen. Y esta vuelta tiene
un fin muy simple: anunciar al Cristo, compartirlo, dar testimonio.
Podemos decir que si aún no vemos a Cristo Resucitado en la Escritura, no se nos
llena de fuego nuestro corazón al oír su Palabra y no somos capaces de enfrentar
nuestra vida con el Resucitado como centro y mensaje, aún estamos en nuestro
propio camino de Emaús. Esto no quiere ser un motivo de desaliento, sino el
constatar una oportunidad, la oportunidad que nos ofrece, nunca sabemos cómo,
Cristo de hacerse el encontradizo en nuestras vidas y caminar a nuestro lado hasta
donde nosotros le invitemos a quedarse.
Porque tal y como se cantó la noche de Pascua, iluminado nuestro templo sólo con
la luz del Resucitado y rodeados por la tiniebla del camino: «Nihil enim nobis nasci
profuit, nisi redimi profuisset» : ¿De qué nos serviría haber nacido si no hubiéramos
sido rescatados?
Fr. Alejandro López Ribao O.P.
Convento de Santa Sabina (Roma)
Con permiso de: dominicos.org