TERCER DOMINGO DE PASCUA A
(Hechos2:14.22-33; I Pedro 1:17-21; Lucas 24:13-35)
“¿Quo vadis?” es el título de una novela acerca de los antiguos cristianos. La
historia tiene lugar en Roma bajo un reino de terror. En una escena san Pedro
huye de la persecución de los cristianos en la ciudad. Entonces encuentra a
Jesús yendo al sentido opuesto. Pedro le pregunta, “¿quo vadis, Domine?” que
significa, “¿A d￳nde vas, Se￱or?” Jesús contesta, “Voy para crucificarme de
nuevo en Roma”. Entonces Pedro, dándose cuenta de que él mismo debería
estar en la ciudad con los otros cristianos, regresa a Roma. Encontramos a los
dos discípulos de Jesús en una situación semejante en el evangelio hoy.
No sabemos por seguro quienes sean estos discípulos. Se llama uno de ellos
Cleofás. ¿Puede ser la otra María, la esposa de un Cleofás, que el evangelio de
san Juan reporta como presente en la cruz con la madre de Jesús? De todos
modos, lo llamativo aquí es el hecho que los dos están dejando Jerusalén. Ha
habido rumores que Jesús ha resucitado de la muerte -- un evento inaudito en la
historia -- y ¡ellos están abandonando los paraderos! A lo mejor su motivo es
asegurar su propio bien aunque sea el momento de la victoria de Jesús sobre la
muerte. Desgraciadamente, a veces vemos a matrimonios actuando en una
manera semejante. Se alejan del día más maravilloso en sus vidas -- el día de
su casamiento – por tratar a uno y otro más como competidor que “una sola
carne”. Hablan del “mío” y “tuyo” como si el compromiso de compartir todo
fuera una mentira. Más importante que mantener afecto para uno y otro es
tener la razón por sí mismo.
El amor matrimonial tiene que ser la entrega personal de modo que el bien de la
esposa o esposo tenga prioridad sobre su propio. Se vio este amor en el
cuidado que una mujer tenía para su marido inválido hasta que murió el mes
pasado. Ella lo llevó a todas partes sacando la silla de rodillas del carro cuando
llegaron a su destino. Otro testimonio a este tipo del amor fue el profesor
universitario que cuidaba a los niños mientras su esposa trabajaba como una
alta ejecutiva para el Departamento del Estado en Washington. Este amor
refleja el amor de Jesús por su esposa, la Iglesia. En el evangelio Jesús explica
a los dos cómo las Escrituras dictan que sufriera para el bien del pueblo. Su
historia les hace latir los corazones con ardor por la pureza de sus motivos.
Los discípulos no se dan cuenta quien sea su compañero hasta que estén juntos
a la mesa. Entonces Jesús les parte el pan, y ellos recuerdan cómo él les ofreció
su cuerpo como comida tres noches anteriormente. Ya lo perciben presente a
ellos resucitado para fortalecer su amor. Los matrimonios deberían participar en
la Eucaristía con la misma conciencia. Como es el signo del amor completo, la
Eucaristía les lleva su compromiso al nivel más profundo. No más van a tomar a
uno y el otro por dado. Más bien, van a comunicar al otro el cariño en la
mañana, el aprecio al mediodía, y el agradecimiento en la noche. Así tendrán la
voluntad para recrear juntos, para criar a los niños juntos, y para dar homenaje
a Dios juntos todos los días.
Parece como sueño, ¿no? Y así será sin la comunidad de la fe. Para la mayoría
el idealismo – sea dejar de beber para el alcohólico o sea hacer ejercicio diario
para los letárgicos -- se desvanece como el aire fresco en la mañana si no tiene
el apoyo. La iglesia provee parejas con los mismos propósitos para ayudarlas a
cumplir sus compromisos. En el evangelio los discípulos, una vez que se da
cuenta que Jesús realmente vive, corren en regreso a la comunidad. Quieren
apoyarse mutuamente en el proyecto de Jesús a llevar el Reino de su Padre a
todas partes.
De vez en cuando se ve una pareja viniendo a recibir la Santa Comunión hombro
a hombro. Porque ya son “una sola carne” quieren tomar la carne de Cristo
juntos. Señalan que como Cristo se entregó a sí mismo por la Iglesia, ellos se
les entregan por uno y otro. “Cuerpo de Cristo”. “Amén”. “Cuerpo de Cristo”.
“Amen.” Sí, Cristo es presente en el sacramento y también en el amor mutuo de
la pareja. Cristo es presente.
Padre Carmelo Mele, O.P