Encuentros con la Palabra
Tercer Domingo de Pascua – Ciclo A (Lucas 24, 13-35)
“El corazón nos ardía”
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.*
Cuando llegamos a nuestra habitación o a nuestra casa, ya caída la noche, cansados por
las labores del día, casi sin darnos cuenta, mecánicamente, dirigimos nuestra mano hasta
el interruptor que está junto a la puerta. Lo oprimimos y se desencadenan una serie de
órdenes que hacen que los dos polos de la corriente eléctrica se unan a través de un
filamento para producir el milagro de la luz. Este es, exactamente, el mecanismo que se
produce en la vida espiritual cuando dejamos que entren en contacto dos realidades que
están a la mano en nuestra cotidianidad: la Vida y la Palabra; cuando se unen la Vida y la
Palabra, se produce, casi milagrosamente, la luz en nuestro interior. Eso que parecía
oscuro, al fondo del túnel de la desesperanza, se ilumina y hace que nuestro corazón arda
al calor del encuentro con el Resucitado. Te invito a que mires tu realidad, alegre o
trágica; mírala en toda su verdad, sin decirte mentiras ni pretender maquillarla para que
aparezca más bonita y presentable ante tus ojos. Mira tu realidad de frente, sin engaños
ni apariencias. Deja que surjan, ante esta realidad, tus sentimientos, tus emociones, tus
pensamientos... Puedes responder preguntas como: ¿Qué ha pasado hoy en tu vida?
¿Qué te duele? ¿Qué te aflige? ¿Dónde sientes que te está tallando el zapato?
En un segundo momento, busca en la Escritura un texto que te ayude a entender los
planes de Dios para ti y para toda la creación. Hay gente que abre la Biblia, sin muchos
cálculos, en la página que sea y lee algunos párrafos. Cuentan que así lo hacían san
Antonio Abad o san Francisco de Asís, para descubrir lo que Dios les pedía en un
momento determinado de sus vidas. Sin embargo, si conoces la Escritura y estás
familiarizado con ella, te vendrán a la memoria unas palabras de Jesús o de san Pablo...
Recordarás, desde lo que estés viviendo, un pasaje bíblico en el que descubras un
alimento especial, de acuerdo a tus circunstancias. Puedes estar seguro de que, poco a
poco, casi sin darte cuenta, casi milagrosamente, comenzarás a sentir que te arde el
corazón, y lo que parecía oscuro, empezará a aparecer luminoso y claro. A lo mejor salten
en tu interior expresiones parecidas a estas: ¡Cómo no me había dado cuenta, si está tan
claro! ¿Por qué no veía las salidas si estaban delante de mis narices?
Esto es lo que nos regala san Lucas en el texto de los discípulos de Emaús. Jesús
resucitado camina junto a los discípulos que van apesadumbrados por la dura realidad de
la muerte del Señor; comienza por preguntarles por lo que van conversando y por lo que
les ha sucedido. Pero no los deja allí; les habla de lo que Moisés y los Profetas habían
dicho sobre el Mesías. Y, poco a poco, comienzan a percibir el ardor en sus corazones y
la luz en sus caminos... Esta experiencia espiritual los pone en movimiento, los lanza a
construir la comunidad a través de su palabra y su testimonio; aun en medio de la noche,
que ya ha caído, los discípulos salen hacia Jerusalén a llevar la Buena Noticia de su
encuentro con el Señor resucitado que los anima y consuela con su presencia.
Cuando te sientas cansado y en medio de la oscuridad, no dudes en oprimir el interruptor
que está junto a la puerta de tu corazón, para desencadenar el milagro de la luz en tu
propio interior, que nace del contacto de la Vida con la Palabra; sólo así, podrás llevar a la
Comunidad la Buena Noticia de la resurrección del Señor en tu propia vida.
* Sacerdote jesuita, Decano académico de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Javeriana – Bogotá
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