III Domingo de Pascua, Ciclo A
Domingo
a.- Hch. 2, 14. 22-33: No era posible que la muerte dominará a Jesús
La primera lectura recoge parte del primer discurso de Pedro a la multitud el día de
Pentecostés, donde expone el kerigma de Jesús, presentado como hombre
acreditado por Dios en su persona, palabras y obras. Esto parece contradecir su fin
en una cruz, pero esa muerte era parte del plan de Dios, anunciado en las
Escrituras, y de la cual, ellos, los judíos son responsables; pero Jesucristo ha
resucitado, venciendo la muerte. Las cita de Joel 3,1-5 y el Sal. 16, 8-11 apoyan la
idea de cómo el Espíritu Santo de Dios no podía permitir que Jesús permaneciera en
el sepulcro, vuelve a la vida para dar inicio a la nueva creación. Al hombre sólo le
queda asumir esta nueva vida, participación en la vida del Resucitado.
b.- 1Pe. 1, 17-21: Habéis sido redimidos con la sangre de Cristo.
El apóstol Pedro, nos muestra el itinerario o peregrinación, el presente, el pasado y
el futuro del cristiano. Hoy puede invocar al Padre por medio del Hijo en el Espíritu
Santo. Es la invocación del Abbá, el Padre, que el Hijo hace lleno de confianza de
ser escuchado, no hace acepciones de personas, no valen los privilegios ante ÉL,
sólo está presente el valor de cada persona humana, y su obrar según Dios. El
apóstol, nos exhorta a cultivar el temor de Dios, es decir, toda la vida cristiana
debe estar orientada por la piedad y la devoción. La confianza, no quita la
reverencia, que debemos a Dios nuestro Padre. El temor de Dios, nos hace
comprender como vivir las exigencias de nuestra fe cristiana y la esperanza cierta.
Toda esta acción de Dios, ser rescatados a precio de la Sangre preciosa de Cristo,
era parte del plan económico-salvífico de Dios, para nosotros, para rescatarnos
para Sí. La idea del rescate tiene profundas raíces bíblicas, es la redención que se
pagaba por un esclavo, que pertenecía a otro. Dios nos rescató de nuestra vida de
pecado para darnos la dignidad de hijos de Dios. Israel conoció la esclavitud en
Egipto y de Babilonia. Pedro, para pedir que la vida cristiana se fundamente en
exigencias morales bien enraizadas, es porque el rescate fue nada menos que la
Sangre de Cristo. Su Sangre derramada equivale a su muerte redentora y sacrificio
del Cordero sin mancha, oblación perfecta para recatar al hombre pecador. Dios
resucitó a su Hijo, y lo glorificó sentándolo a su derecha en el reino de los cielos
abriendo así el camino para todos lo que creen en ÉL de poder gozar de la
eternidad. Fe en Dios y esperanza en sus promesas, he ahí el secreto para nuestra
peregrinación por esta vida que culmina en el cielo, pasando por la cruz y
resurrección personal.
c.- Lc. 24, 13-35: Los discípulos de Emaús. Le reconocieron al partir el pan.
El evangelio nos presenta el encuentro de Jesús con los dos discípulos de Emaús
(vv.13-27). Los dos caminantes van a Emaús, no conocemos el motivo de su viaje,
se supone que se alojaban allí, por no haber sitio en Jerusalén con motivo de las
fiestas pascuales. Mientras caminan conversaban sobre los últimos acontecimientos
ocurridos en la ciudad. Mientras discuten y comentan se les acerca otro caminante
como ellos que va en la mis dirección. Era Jesús Resucitado, con cuerpo glorioso,
pero no lo reconocieron, como la Magdalena (cfr. Jn. 20,14-15). El autor sagrado
con esta idea de cuerpo glorioso nos quiere enseñar que el alma pervive en el
sheol, pero además, la materia, de alguna forma tiene un lugar en la gloria final
(cfr. 1Cor. 15, 35). Otra interrelación que proporciona Lucas a sus lectores es que
comprendan que Jesús Resucitado camina a su lado, aunque no sean capaces de
reconocerle (cfr. Lc. 9,45). Cleofas, que así se llamaba uno de ellos, se extraña
que este caminante no esté al tanto de la pasión de Jesús de Nazaret; por ello le
hace un resumen de la actividad del Maestro, “poderoso en palabras y obras
delante de Dios y de los hombres” (v. 19; cfr. Lc. 4,16-30 y 13,31-35; 7,15; 9,8;
9,18-19). Fue entregado en mano de los sumos sacerdotes que lo mataron,
siguiendo la idea del autor del evangelio, que ve en los líderes de Israel, a los
responsables directos de su muerte. Confiaban en el poder de Jesús para expulsar a
los romanos de su tierra, como cumplimento material de las profecías antiguas (cfr.
Jr. 14, 8; Zac. 1,68-79). Todo había terminado para ellos, puesto que ya habían
pasado tres días, no había esperanza que resucitara, aunque todavía estén
presentes las palabras de Jesús al respecto (cfr. Lc. 9, 22; 13, 32-33; 24, 7). Han
tenido noticias, que por esa mañana de domingo, algunas mujeres anunciaban a los
apóstoles que la tumba estaba vacía, que cuando volvieron unos ángeles les
anunciaron que Jesús vivía. Todas estas palabras no recobraron la esperanza en
estos dos peregrinos, necesitaban ver para convencerse de algunos los hechos; lo
paradojal es que tienen ahí, ante sus ojos, al protagonista de todo, a Jesús vivo,
pero no lo ven. Escuchado el relato de Cleofás, toma la palabra el caminante: les
reprocha su ignorancia a la hora de interpretar las Escrituras, como el ángel cuando
les anuncia a las mujeres sus palabras (cfr. Lc. 24, 6-8; Is. 3,8). También aquí
encontramos una desilusión de parte de Jesús respecto a los discípulos, por no ser
capaces, con la razón y el corazón, de interpretar los acontecimientos no sólo de las
palabras que creyeron de Jesús, sino una profundidad en su fe en el contenido de
las mismas. El caminante les hace una pregunta: “¿No era necesario que el Cristo
padeciera eso para entrar en su gloria?” (v. 26). Era preciso que el Mesías
padeciera, es una necesidad teológica, manifestación de la voluntad divina, aviso
que también recibieron las mujeres en el sepulcro. La gloria que Jesús recibirá, se
refiere a su majestad o autoridad, preanunciada en la transfiguración y en su
regreso del Padre al final de los tiempos (cfr. Lc. 9,31-32; 21,27). Esa gloria Jesús
la recibe del Padre, a cuyo lado se sentará y cuya manifestación estaba por llegar
(cfr. Sal. 110,1; 21, 27); lo paradojal es que a esa gloria ingresaría por medio de
su muerte, lo que no querían sus enemigos. Luego de esto Jesús les explica las
Escrituras, comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas en lo que se refería
a ÉL (cfr. 118,22; 110,1; Is. 53,12), textos que se atribuyen al descendiente de
David en clave mesiánica. A pesar de todas estas manifestaciones los discípulos
permanecen sin ver a Jesús resucitado. Revelación durante la comida (vv. 28-32).
Llegados a Emaús, Jesús pretende seguir, no impone su presencia, el interés de los
discípulos ha ido en aumento y quieren que permanezca con ellos (cfr. Gn. 18, 2-5;
19, 2-3). Si Jesús come, es porque eso le afecta su cuerpo, no es un pneuma, un
espíritu; con esta actitud, se desecha la idea que sea un ángel, se refleja su
corporalidad nueva como Resucitado (cfr. 1Jn. 1, 1-2). Sentado a la mesa se
convierte en el protagonista y toma el pan, “pronunció la bendición, lo partió y se lo
iba dando” (v. 30). Todavía el caminante no se identifica, pero su palabra lo
convierte en autoridad moral y sus conocimientos demostrados lo hacen merecedor
de presidir la mesa. Los ritos que Jesús realiza son comunes a otras cenas en que
ha participado (cfr. Lc. 9,6; 22, 19; 24, 43; Jn. 21, 9-13) tanto como anfitrión o
como invitado. Son ellos los llamados a extender el reino de Dios por medio de la
hospitalidad y la celebración de la Eucaristía, convencidos en que Jesús está en
medio de ellos. No basta la explicación de las Escrituras, ahora es necesario el
encuentro personal con Jesucristo en la Eucaristía, es Dios Padre quien abre los
ojos para que el discípulo o catecúmeno vea. Una vez que tienen la noticia que vive
ya no es necesaria su presencia visible, les basta la fe. La reacción de los discípulos
y regreso a Jerusalén (vv. 33-35). No les extraña que Jesús desaparezca, pero sí
reconocen que ese caminante era muy especial, ya saben quién es, hablan entre
ellos y sus intuiciones se formulan en una pregunta: ¿no ardían nuestros corazones
mientras caminábamos a su lado? Era la emoción que les quemaba por dentro de
las explicaciones de la Escritura que le escuchaban a ÉL. La única vertiente que
encuentra esta experiencia es ser comunicada a los demás, quieren que sus
compañeros participen de ella. Regresan a Jerusalén, pero se encuentran con que
también ellos, Pedro, en particular, han tenido la experiencia de Jesús. Se cumplen
las palabras de las mujeres, la tumba estaba vacía, el cuerpo no está ahí, porque
ha resucitado; era lo que tenían que haber sabido leer en las Escrituras, pero que
ahora se ha revelado con toda nitidez.
San Juan de la Cruz, como a los discípulos de Emaús, nos exhorta a confiar en las
Escrituras y no ser tardos en comprenderlas, sino dejarnos inflamar el corazón en
fe ardiente de reconocer a Jesús en la Eucaristía, vida para nosotros y para el
mundo. Palabra, Eucaristía y vida fraterna, un camino nuevo de santidad para la
comunidad eclesial. “Y a tanto llegaba esta dificultad de entender los dichos de Dios
como convenía, que hasta sus mismos discípulos que con el habían andado,
estaban engañados; cual eran aquellos dos que después de su muerte iban al
castillo de Emaús, tristes, desconfiados y diciendo (Lc. 24,21): Nosotros
esperábamos que había de redimir a Israel, y entendiendo ellos también que había
de ser la redención y señorío temporal. A los cuales, apareciendo Cristo nuestro
Redentor, reprendió de insipientes y pesados y rudos de corazón para creer las
cosas que habían dicho los profetas (Lc. 24, 25)” (2S 19, 9).
Padre Julio Gonzalez Carretti OCD