III Semana de Pascua
Martes
a.-Hch.7,51-59; 8,1: Martirio de San Esteban.
El discurso de Esteban, además de un buena síntesis de la historia de Israel, recalca
las infidelidades continuas del pueblo para con Dios, rechazo de su palabra. Les
atribuye la muerte de los profetas, y ahora la muerte del Justo por excelencia (cfr.
Jn. 3, 14: Sab. 2,10ss), es decir, al Mesías. Las palabras de Esteban, en contra del
Sanedrín era una crítica muy dura para sus oídos, para sus conciencias, tanto que
rechinaban sus dientes (v. 54). La visión que contempla luego Esteban, los cielos
abiertos, y el Hijo de Dios en su gloria a la diestra del Padre (v.56), fue la gota que
desató la ira de todos los presentes. Era tanto como afirmar: Esteban ha tenido una
teofanía (cfr. Lc. 3,21), Dios aprobaba sus palabras; identificaba a Jesús de Nazaret
con el Hijo del Hombre. Más aún, quería decir que los cristianos, Esteban hablaba
como ellos, estaban en una justa relación con Dios, mientras que ellos,
permanecían en la distancia y resistencia a Dios (v. 51). Ve a Jesús, participando
de la gloria de Dios y como Hijo del hombre exaltado era una blasfemia para los
judíos. Ellos lo habían condenado por blasfemo al declararse Hijo de Dios, no podían
soportar las palabras del acusado que los acusa de la decisión tomada respecto a
Jesús. Cumplen la ley y lo sacan fuera de la ciudad (cfr. Nm.15, 23); la condena
sería: quien confiese a Jesús como Mesías, sea condenado a muerte. Esteban sufre
el martirio por lapidación, como testigo de Jesús, y muere como ÉL, perdonando a
sus enemigos: “Señor, no les tengas en cuenta este pecado” (v. 60).
b.- Jn. 6, 30-35: Mi Padre os da el verdadero pan del cielo.
En el evangelio encontramos una verdadera revelación: Jesús se autodefine como
el verdadero Pan del cielo. Si Jesús quiere que crean en ÉL como enviado del Padre,
que acepten sus palabras ¿qué signos extraordinarios justifican esta exigencia de
Jesús? (v. 30). El razonamiento de los judíos es también quizás el nuestro. Desde el
momento en que se toca el tema del maná, ellos quieren signos como los que hacía
Moisés, si quiere que ser aceptado como un profeta de esa categoría (cfr.Ex.16,1-
35; Nm.11,4-9.31-33; Sal.78,24; 105,40). La respuesta de Jesús es: “En verdad,
en verdad os digo: No fue Moisés quien os dio el pan del cielo; es mi Padre el que
os da el verdadero pan del cielo; porque el pan de Dios es el que baja del cielo y
da la vida al mundo” (Jn. 6, 32-33). Moisés había dado un pan sobrenatural sí, pero
que saciaba el hambre y la necesidad física; lo que Jesús ofrece es mucho más ya
que satisface todas las exigencias existenciales del hombre. Quien lo acepta y coma
como el verdadero Pan del cielo, no tendrá nunca más hambre. “Entonces le
dijeron: “Señor, danos siempre de ese pan. Les dijo Jesús: “Yo soy el pan de la
vida. El que venga a mí, no tendrá hambre, y el que crea en mí, no tendrá nunca
sed” (vv. 34-35). Quien acepta a Jesús como verdadero Pan, que quita el hambre,
lo hace solo desde la fe. Sólo ella lo descubre como Pan bajado del cielo, y solo la
ella, le revela sus necesidades más apremiantes, como hambre existencial, que sólo
Jesucristo puede saciar. Venir a ÉL, es sinónimo de creer en ÉL. Alimentarse con su
Pan, es entrar en comunión perfecta con Dios. La gente no había comprendido lo
suficiente como para desear un pan que saciase verdaderamente el hambre que
aflige al hombre, como tampoco hoy tantos cristianos dejen la comunión y se
alimente de lo que no nutre para la vida eterna. Quedémonos con las palabras:
“Señor, danos siempre de ese pan” (v. 34).
San Juan de la Cruz nos enseña que la creación, en un comienzo, es la esposa que
el Padre quiere para el Hijo, más tarde será la Iglesia, en que el cristiano come el
pan de la Eucaristía, sentarse a su mesa, es entrar en comunión con el Padre y el
Hijo, pero también con sus bienes, para congraciarse con Dios, da la gracia que el
Hijo nos ha dispensado en este banquete y darnos vitalidad nueva, vigor que nutre
y sacia hasta la eternidad. En verso sería así: Dice el Padre al Hijo: “Una esposa
que te ame,/ mi Hijo, darte quería, /que por tu valor merezca/ tener nuestra
compañía / y comer pan a una mesa/ de el mismo que yo comía, /porque conozca
los bienes / que en tal Hijo yo tenía / y se congracie conmigo/ de tu gracia y
lozanía” (Romance sobre el evangelio “In principio erat Verbum” 3).
Padre Julio Gonzalez Carretti OCD