III Semana de Pascua
Jueves
a.- Hch. 8, 26-40: Felipe y el eunuco.
La conversión del etíope, es todo un hito en la evangelización que lleva a cabo
Felipe, pues es el primer pagano, que se convierte a la fe, leyendo un pasaje del
profeta Isaías. La tarea de Felipe, fue llevarlo a Jesucristo e indicarle que aquel de
quien habla el profeta es Jesús de Nazaret. Predicarle la Buena nueva lleva al etíope
a pedir el Bautismo, es decir, acepta y reconoce a Jesús como Hijo de Dios. “Aquí
hay agua, ¿qué impide que yo sea bautizado?” (v. 36). Esta fue una gran hazaña
evangelizadora puesto que hay que considerar el eunuco era un excluido por la
sociedad judía (cfr. Dt. 23, 2) y además que seguramente este hombre era pagano.
Dos razones para ser excluido de la sinagoga, pero no así para la naciente
comunidad cristiana. Es el Señor y el Espíritu Santo, quienes impulsan a Felipe a
evangelizar y protagonizar el encuentro con el etíope (vv. 26 y 29); la iniciativa de
la evangelización, no es cosa de hombres, sino que siempre es de Dios, el diácono
secundó la obra del Señor Jesús.
b.- Jn. 6, 44-51: Yo soy el pan vivo.
El evangelio nos presenta al Hijo, que revela su relación con el Padre, vía para el
cristiano para ingresar en esa comunidad de amor intra-trinitaria. Los judíos, que
aparecen por primera vez, en este discurso murmuran contra Jesús, como sus
padres en el desierto contra Yahvé (vv.41-43;cfr.Ex.15,24;16,2.7-
9.12;17,3;Nm.11,1;14,2.27-29;16,41; Sal.106,25;1Cor.10,10). Protestan contra
el designio de Dios tal como lo presenta Jesús y se niegan a creer en Jesús. El
motivo de la murmuración es que en Jesús, hombre cuyo origen se conoce, se
asiente la revelación definitiva de Dios; no es su divinidad, como su humanidad la
que provoca escándalo y rechazo (vv.42-43; cfr. Mc.6,3;Mt.13,53-58; Lc.4,16-30;
Jn.7,3-5). Frente a este escándalo la Escritura establece la unidad entre ella y la
pretensión reveladora de Jesús, querida por Dios; entre la voluntad divina
manifiesta en la Escritura y el designio sobre Jesús. Rechaza la murmuración,
puesto que la fe sólo se da mediante un asentamiento libre de la voluntad guiado
por el amor (vv.43-46). Ir a Jesús en fe, Dios es quien lleva al creyente a ÉL, sin
su impulso, la fe no es posible, efectiva. El discípulo es elegido, no dispone de la
salvación, de la fe. Ha llegado el tiempo en que Dios se encarga de instruir al
hombre, conocimiento prometido en la Escritura, que el evangelista entiende como
el AT., testimonio clarísimo del Padre a favor de Jesús (v.45; cfr. Is.54,13;
Jer.31,33s). El verdadero discípulo, es el que ha escuchado hablar a Dios en el AT;
ha oído y aprendido del Padre, por eso, se acerca a Jesús, de ahí que se cumple la
Escritura, con la fe que pone el discípulo en Jesús. La revelación plena y completa
ahora se da sólo en Jesucristo (cfr. Jn.1,18; 5,37; 1Jn.4,12). Nadie ha visto a Dios,
sólo que según el evangelista, el que está en Dios y ha visto al Padre, comunica la
revelación definitiva, porque ha visto al Padre, por su relación suprema e
inmediata, comunica el conocimiento auténtico de Dios. Finalmente, encontramos
los principios fundamentales del discurso: el que cree ya tiene vida eterna. Su
existencia se arraiga en la vida de Jesucristo Resucitado y presente (v.47). Jesús en
persona es el Pan de vida, palabra y persona constituyen unidad, no sólo es el
donante de vida sino que es el don. Hay una comunión personal con el discípulo,
por ello, le comunica vida eterna, relación entre palabra y sacramento, Eucaristía.
Se conjuga el símbolo del pan y la palabra (v.48). Como Pan de vida, Jesús es el
verdadero Pan del cielo, alimento para la eternidad. La diferencia radical con el
maná, es que los padres comieron y murieron, no alcanzaron la vida eterna. Sólo
Jesucristo, el Hijo del Hombre, el Pan de vida escatológico, Pan bajado del cielo, por
su origen pertenece al ámbito divino, y por ello, quien lo come no muere.
Juan de la Cruz, enseña que tener por maestro al propio Dios, es dejarse formar
por su querer, su voluntad, aunque en la vida de oración el discípulo piense que no
hace nada y ÉL lo hace todo, es para aprender a escuchar con advertencia amorosa
su voz que todo lo transforma, para darnos vida nueva en el Espíritu. Dejar la
propia condición, para entender a Dios, es básico para el espiritual que comprende
que Dios quiere ser guía, el discípulo, puestos los oídos a su palabra se abandona a
su querer divino. “Aprenda el espiritual a estarse con advertencia amorosa en Dios,
con sosiego de entendimiento, cuando no puede meditar, aunque le parezca que no
hace nada; porque así, poco a poco, y muy presto, se infundirá en su alma el divino
sosiego y paz con admirables y subidas noticias de Dios, envueltas en divino amor”
(2S 15,5).
Padre Julio Gonzalez Carretti OCD