III Semana de Pascua
Viernes
a.- Hch. 9, 1-20: Conversión de San Pablo.
La conversión de Saulo, es otro de los grandes hitos del libro de los Hechos. El
perseguidor es ahora perseguido por la gracia y camino de Damasco se produce el
encuentro donde del ¿por qué me persigues?, le sigue otra pregunta: ¿quién eres
Señor? (v. 4). Jamás Saulo, se imaginó este encuentro con Jesús resucitado, menos
cuando él iba a Damasco en busca de cristianos para encarcelar, por ser miembros
de esta nueva secta (vv.1-2). Esta conversión va marcar el rumbo de los
acontecimientos en la intención de Lucas, que dedicará buena parte de su obra, a
relatar las actividades del apóstol de los gentiles, como lo insinúa el propio Jesús,
en su diálogo con Ananías, será instrumento elegido para esa misión (vv. 15-16).
La imposición de manos por parte de Ananás, colma del Espíritu Santo a Saulo y
recibe el bautismo (vv.17-19). Esta experiencia paulina será seguida a lo largo de
los siglos por muchos Santos y Santas que descubren en este acontecimiento el
interés de Jesús de escoger a sus discípulos y testigos para el bien de su Iglesia.
b.- Jn. 6, 51-59: Mi carne es verdadera comida.
El evangelista nos invita a pasar del discurso sobre el Pan, al discurso sobre la
Eucaristía, del Pan de vida, al Pan vivo, de la persona de Jesús al símbolo del Pan.
Ya no se habla de fe, sino de comer el Pan, a ello se une la promesa de vida para el
futuro (v.51). Ya no se habla del Pan que es Jesús, sino del Pan que ÉL dará, que
es su carne para la vida del mundo; se alude a la entrega de sí mismo en la cruz
(cfr. Mc.14,22; Mt.26,26; Lc.22,19). Se produjo una discusión acerca del modo
como Jesús, podía dar a comer su carne: “﾿Cómo puede este darnos a comer su
carne?” (v. 52). Fue la interrogante de los que escuchaban a Jesús en la sinagoga
de Cafarnaún. Jesús, no se detiene ni en el cómo, ni en la respuesta que ellos
esperan. Va más allá, a los efectos de la comida: vida eterna y comunión con ÉL y
con el Padre. Asegura que si no se comen su carne, ni se beben su sangre, no hay
vida en ellos, en cambio, quien lo hace, es decir, quien come su carne y bebe su
sangre, tiene vida eterna; su carne es verdadera comida, su sangre es verdadera
bebida (v.53). Quien quiera participar de la vida, ha de participar en la Eucaristía.
Se agrega el efecto salvífico para quien participa en la Eucaristía: vida eterna. Es la
consumación salvífica: “Y yo le resucitaré en el último día” (v.54). La carne y la
sangre de Jesús son verdadera comida, ya que la Cena del Señor, no es simbólica,
sino comida real, se participa realmente de la carne y sangre de Cristo. El, efecto
sacramental es que quien comulga permanece en ÉL y Jesús en el creyente, lo que
expresa la intensidad de la comunión de los creyentes con el Señor (v.55; cfr. Jn.
15, 1-7). Permanecer, viene a significar la duración de la comunión, la participación
de quien ha sido acogido en la comunidad busca esta realidad en la Cena del Señor
en forma definitiva. Esta experiencia afecta no sólo a los creyentes entre sí, sino
que en forma personal crece la vida escatológica entre el creyente y Jesús glorioso.
El enviado, Jesús, vive por el Padre (v.57), es su participación en la vida divina, y
ÉL comunica esa vida, su vida, a los creyentes. La comunión con el Cristo paciente,
hace del creyente propietario por su participación del banquete eucarístico, de la
virtud salvadora de la pasión y muerte de Cristo (vv.56-57). Este alimento
eucarístico, es el contrapunto del maná, puesto que quien lo comió murió, el que
come este Pan bajado del cielo vivirá eternamente. Concluimos, señalando la
importancia que el evangelista da a la Eucaristía relacionada con la cruz de Jesús.
Es el Hijo del hombre Crucificado y Exaltado, el que como Pan da su carne por la
vida del mundo. Jesucristo glorificado es el sujeto principal de la Cena del Señor,
comer su carne y beber su sangre, profundiza la comunión en forma personal.
Encarnación y Eucaristía, entrelazados en el misterio de la Cruz y Resurrección,
para la vida de los creyentes.
Enseña San Juan de la Cruz que la visión beatífica, comienza en el alma del
cristiano desde que comienza a amar a Dios y cumplir su palabra conscientemente,
aunque sabemos que su comienzo lo encontramos en su inicio de fe bautismal.
Viene al alma a habitar el Padre y el Hijo, también después de cada comunión
eucarística, hecha con fe, pan que da vida eterna en el aquí y ahora. ¡Qué de
bienes trae consigo cada visita del Señor! Es lo que enseña Juan de la Cruz, desde
su experiencia eucarística y contemplativa. “ᄀOh qué bienes serán aquellos que
gozaremos con la vista de la Santísima Trinidad!” (D 188).
Padre Julio Gonzalez Carretti OCD