NO COMPRARÁ BARATO QUIEN NO RUEGA UN RATO
Domingo 4º de Pascua 2014 A
Tradicionalmente este cuarto domingo de cuaresma se conoce como el domingo
del Buen Pastor, tomado del décimo capítulo de San Juan y éste además, del 34
de Ezequiel que canta la alabanza al buen pastor y que arremete en contra del
malos pastores que han hecho destrozos en el pueblo de Israel. Como vivimos
en una cultura urbana, nos quedan muy lejos los pastores, las ovejas y los
pastos, sin embargo, lo diremos más adelante, la figura del Buen Pastor sigue
teniendo vigencia. Pero Cristo habla en esta ocasión de sí mismo como la puerta
por la que hay que entrar al reino de los cielos. La puerta es algo muy
significativo en la vida de los hombres. Más el día de hoy, cuando la maldad
arrecia, los hombres tienen que protegerse contra los ladrones con puertas más
firmes, con candados más fuertes y con chapas más sofisticadas. Pero todavía
podemos fijarnos en esa nueva condición de los hombres que se agrupan en
pequeños compartimientos o klosters, para defenderse, que cuentan con uno o
varios guardias a la puerta, y es todo un ritual para los que no pertenecen al
kloster, poder hablar con los vecinos, pues tienes identificarte, dejar en prenda
una credencial y ser anotado con la placa del automóvil en la lista de los
visitantes. No entran vendedores ni propaganda de ninguna especie. Tuve una
experiencia en un fraccionamiento de la ciudad de León. Íbamos a celebrar la
Misa en esa colonia regularmente y quisimos darlo a conocer. Me llevé varios
muchachos para que me ayudaran a visitar a los vecinos, entregándoles un
volante informativo. Pero la sorpresa fue que no pudimos entrar y cuando me
identifiqué como sacerdote, me indicaron que de todas maneras cualquier
propaganda estaba prohibida, y como última gracia me concedieron que los
muchachos dejaran el volante bajo la puerta pero que no tocaran a ningún
domicilio. ¿Podría caber la comparación con Cristo el día de hoy? Quizá el
guardia no, pero la puerta si, pues Cristo nos invita a pasar por él en
introducirnos:
Primero: a aceptar a Cristo como el líder auténtico de nuestros corazones que no
tiene la espectacularidad de los que se coronan como líderes en el mundo,
deportistas que aparecen en planas enteras y a todo color, ni el brío, el colorido
y el aguante de grupos musicales que encienden el furor de miles y miles de
fans por horas y horas interminables, pero que dejan a los oyentes exhaustos y
fuera de sentido. El liderazgo de Cristo conduce a la paz, a la conquista del
propio éxito, asociados a él hasta la vida nueva que se anuncia como trofeo
para los que lograron vivir no para sí mismos, sino para servicio de la comunidad
cristiana que los vio crecer, desarrollarse y triunfar asociados a Jesús. Si no que
lo digan ahora los dos flamantes últimos santos de la Iglesia, Juan XXIII y Juan
Pablo II.
Segunda a una vida de gracia, de amistad y de plena fraternidad, que no tiene
que ser precisamente para la otra vida, sino para nosotros, el día de hoy
reproduciendo entonces hasta donde es posible con la ayuda de Dios, la vida que
pretendemos vivir en la presencia del Señor una vez que los invitados estén
completos en el Reino de los cielos. Nos hace falta entonces comenzar por
plantar en el corazón de los hombres, la verdad en nuestras palabras, en
nuestros pensamientos y en nuestras obras, alejándonos de la mentira, la
falsedad y el egoísmo, enemigos naturales del Reino.
Tercero, entrar por la puerta de Cristo será introducirse el mundo del Espíritu, de
los sacramentos y de la Iglesia que nos aseguran los medios para que hagamos
presente a Cristo entre los hombres y logremos la entrada como los
triunfadores, los que lograron entrar por la puerta estrecha de la salvación,
quizá de rodillas, quizá con dolor, quizá con sufrimiento, pero sin duda alguna
acompañados por aquellos que nos recomendarán, todos aquellos a los que
logramos acercarnos llevando la ayuda, la fraternidad, la sonrisa, para hacer
este mundo más llevadero, más amistoso y más cristiano.
Por último, a librarnos del enemigo malo que fue vencido irremediablemente por
Cristo el Salvador, en aquellos terribles días del desierto, dándonos a nosotros la
fórmula para ser librados de sus insidias: la oración, la mortificación y el ayuno.
Cada quién escoja lo que más le hace falta, y encontraremos la victoria de
Cristo Puerta, Cordero y Pastor.
El Padre Alberto Ramírez Mozqueda espera sus comentarios en
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