IV Domingo de Pascua, Ciclo A.
Rosalino Dizon Reyes.
Constantes en escuchar la enseñanza de los apóstoles, en la vida común, en la
fracción del pan y en las oraciones (He. 2, 42)
Mientras caminamos hacia un lugar escogido, viene Jesús resucitado a
acompañarnos. Desea él que nuestra peregrinación nos lleve al verdadero destino.
Busca abrirnos los ojos con su enseñanza. Quiere asegurar que nuestro andar no
sea solamente una que otra forma del escapismo o un síntoma nada más de la
desilusión y la desesperación.
No estamos, desde luego, tan desesperados como los discípulos de camino a
Emáus, desilusionados porque los recientes acontecimientos no resultaron conforme
a sus expectativas. No hablamos en primera persona como ellos, usando el tiempo
pasado y diciendo: «Nosotros esperábamos que él fuera el futuro liberador de
Israel». Gracias a Dios, seguimos poniendo nuestra fe y nuestra esperanza en Dios
por Jesús y no nos hemos distanciado de su Iglesia—si bien nos desilusionan de vez
en cuando ciertas decisiones y actuaciones eclesiásticas, como, por ejemplo,
aquéllas que tienen que ver con el retiro forzado de monseñor William Morris como
obispo de la diócesis de Toowoomba en Australia, sobre lo cual comentó un
misionero paúl australiano que a dicho obispo y a dicha diócesis se les había
tratado de manera inapropiada e injusta.
Pero sí, como los dos discípulos, necesitamos a Jesús que nos explique toda la
Escritura. Aunque no somos tan incrédulos como ellos (su incredulidad sorprende
porque en el Evangelio de Lucas hay seis predicciones sobre la resurrección de
Jesús), no tenemos tampoco ni la sabiduría completa ni la agilidad suficiente para
creer lo predicho por la Escritura sobre la gloria suponiendo la pasión.
Necesitamos a Jesús que nos confirme que tienen razón las mujeres y no están
diciendo tonterías. Nos hace falta sobretodo la compañía del resucitado para que él
nos presente la oportunidad de intimidad y compenetración por medio de la fracción
del pan.
Así alimentados de la mesa de la palabra de Jesús y de su cuerpo y su sangre, por
más que nos detenga cualquier obstáculo, rostros cargados de tristeza no
llevaremos. Según san Vicente de Paúl, si nosotros nos fundamos en las máximas
evangélicas y comulgamos con Jesús, tenemos la certeza de que, pase lo que pase,
se cumplan o no nuestras expectativas, y aun cuando nos parezca que todas
nuestras cosas están a punto de perecer, no nos sobrevendrá ningún mal ni nos
veremos privados de ningún bien (RC , II, 2). Así que seremos siempre risueños
testigos de que Dios resucitó a Jesús. Convencidos de que decir «Jesús ha
resucitado» es igual a decir que «Jesús está en medio de nosotros», lograremos
mantener ardiente el corazón, avivado el espíritu vicenciano y superada toda forma
de mediocridad (cf. Proyecto Provincial 2006-2009, Provincia de Zaragoza, 1.1).
Con permiso de somos.vicencianos.org