III Domingo de Pascua, Ciclo A.
Mario Yépez, C.M.
La importancia de la comunidad lara la fe personal
Pedro anuncia la Buena Noticia de la salvación como efecto del derramamiento del
Espíritu Santo sobre él y sus compañeros (Hch 2). Esta primera predicación es la
presentación de Jesús como el exaltado por Dios a su derecha con lo cual se abre la
era de la Iglesia con el signo de la efusión del Espíritu Santo, cumpliendo así la
promesa que recoge la profecía de Joel. De este modo, los peregrinos de Jerusalén,
son testigos y escuchan las “maravillas de Dios” anunciadas por los apóstoles en la
diversidad de lenguas. Jesús, el “nazoraio” (título con el que se conocerán tiempo
después a los seguidores de Jesús), es el centro de la predicación, es el acreditado
por Dios para obrar los signos y prodigios ante los judíos y es quien ha sido
destinado desde antes para experimentar la prueba del padecimiento y de la
muerte. Y a éste mismo Jesús, Dios los resucitó, con lo cual se hace manifiesto el
plan misterioso de la salvación Para Lucas, es Dios quien ha obrado su salvación
por mediación de la acción redentora de su Hijo, quien es exaltado por tan grande
misión, ya que ha superado incluso la expectativa mesiánica alrededor de la figura
de David. Cristo ha vencido a la muerte y no sufrió la corrupción como sí lo
experimentó el patriarca David, y de esto Pedro y sus compañeros se presentan
como testigos. Se abre así el tiempo del Espíritu que acompaña a la Iglesia
releyendo las Escrituras y comprendiendo así el plan salvífico que empezó a
manifestarse en el AT y que encuentra su plenitud en Cristo. Así, el Espíritu Sano
sale en auxilio a la humanidad para que comprenda el misterio de la salvación de
Dios.
La primera epístola de Pedro que proclamamos en este domingo nos recuerda la
condición especial que experimentamos a partir del sacrificio redentor de Cristo que
ya se empieza a entender también por medio de un lenguaje cultual. La oración es
muy importante y nos ayuda a conducirnos por esta vida entendida como un
peregrinaje de extranjero que nos conducirá a la tierra de promisión. También la
exhortación recoge el misterio de la salvación de Dios que se ha manifestado en
Cristo que ha derramado su sangre, sangre pura y eficaz para quienes creemos en
su triunfo sobre la muerte.
Lucas nos manifiesta un relato de aparición de Cristo Resucitado a dos discípulos
que deciden apartarse de la comunidad y regresan a su aldea en Emaús. La pluma
de Lucas revela el sentir de una comunidad que está sumida en la desesperanza y
que manifiesta una desunión y la pérdida del verdadero sentido de la muerte de
Cristo. Justamente esta desesperanza y, hasta podríamos llamar decepción, de
estos dos discípulos son condicionantes para que no puedan reconocer al misterioso
caminante que supuestamente no sabía de lo acontecido en Jerusalén. Esta ceguera
hace que se introduzca el parecer de estos discípulos acerca de lo vivido y revela la
frustración que sienten porque, el tal Jesús, no respondió a sus expectativas de
liberación. De pronto, aquel “forastero”, se atribuye una autoridad que sorprende a
los caminantes y relee con ellos las promesas del AT puesta en boca de Moisés y los
profetas, acerca del padecimiento de Cristo, no sin antes echarles en cara su
necedad. Es un extraordinario ejercicio de relectura bíblica y que prepara para el
encuentro definitivo de revelación que sucede al caer la tarde y sentados a la mesa.
El partir el pan es el evento que desencadena la alegría pascual y tal aparición
desvela los sentimientos interiores que ya se iban dando en el camino en los
corazones de ambos discípulos. Recién allí, pueden entender que lo que han
experimentado no puede quedarse en Emaús, sus hermanos están en Jerusalén y
necesitan escuchar este suceso y regresan a la ciudad santa.
Hoy también nuestros corazones están desesperanzados, ponemos nuestra
confianza en expectativas demasiado terrenales, y nos cuesta releer los
acontecimientos del pasado, revelación de Dios, en todo momento de nuestra
historia. Necesitamos ser hombres y mujeres de fe, pero para ello necesitamos
confiar más en la comunidad que sostiene nuestra fe. Este es el paso fundamental
para luego entender la necesidad de anunciar a este Cristo Salvador sin temor
como lo hizo Pedro. La Escritura es también un medio importantísimo en el
conocimiento del amor de Dios y su plan de salvación. También hoy arde nuestro
corazón cuando escuchamos no solo su Palabra sino cuando somos capaces de
interpretarla y entenderla, no como una sabiduría estática, sino como una sabiduría
que compromete a hacerla vida. Es verdad lo que nos dice la segunda lectura:
estamos como extranjeros en esta tierra caminando hacia nuestro destino final que
es Dios. Pero caminamos seguros, no estamos perdidos, pues alguien nos ha
preparado el camino: Jesús. Hoy también el Señor sale a tu encuentro y te invita a
releer la Escritura, las promesas de Dios, y se sienta a partir el pan contigo
revelándose como el Resucitado. También ahora te toca partir hacia la comunidad y
comparte tu experiencia de encuentro con tu salvador. Esa experiencia personal
adquiere un matiz comunitario de acción de gracias y por eso el salmista tiene
mucha razón cuando dice: “Por eso se me alegra el corazón y se gozan mis
entrañas, y mi carne descansa serena; porque no me entregarás a la muerte ni
dejarás a tu fiel conocer la corrupción”. Motivos para compartir hay, solo basta la
decisión de “regresar” a Jerusalén. ¡Ponte en camino!
Con permiso de somos.vicencianos.org