IV Domingo de Pascua, Ciclo A.
Sociedad de San Vicente de Paúl en España.
«Si usted se entrega generosamente a Dios, Él se entregará también a usted y le
colmará de sus gracias y de mayores bendiciones» (SVdeP)
Jesús proyectó su vida hacia el rescate de la persona y de su dignidad como tal.
Cada palabra suya, cada signo realizado por Él se orienta a eso, a rescatar a la
persona y, en definitiva, a rescatar al pueblo, del poder manipulador de sus líderes
y representantes.
En esa clave hay que entender sus enseñanzas; pero más específicamente aún, los
signos realizados por él, signos que muchas veces se confunden con los “milagros”
de Jesús, como si Jesús sólo hubiera sido un milagrero o taumaturgo o, lo que es
peor, como si aquello que erróneamente denominan milagros hubiera sido una
estrategia para atraer adeptos a su movimiento, como hacemos los hombres en las
campañas políticas. Y, en el mismo sentido, el anuncio y el testimonio de los
apóstoles se orienta a que los oyentes tomen conciencia de esta realidad que los
circunda; que descubran que, por encima de todo el aparato político-religioso que
han montado los dirigentes del pueblo, hay una oferta divina basada en el amor y
la misericordia; oferta que fue dada de manera abierta y definitiva a través de
Jesús. Y aquí está la enorme fuerza de la resurrección del Señor. Esas personas que
estaban convencidas de que las autoridades de su pueblo habían hecho con Jesús lo
conveniente y justo, es decir, que lo habían eliminado porque resultaba “peligroso”
para el pueblo, comienzan a descubrir que no había en Jesús de Nazareth ningún
peligro o amenaza para el pueblo, sino para ellos, para los dirigentes que iban
quedando descubiertos como embaucadores y farsantes; ellos sí que eran
peligrosos para la vida del pueblo, ellos sí que sintieron la amenaza de cerca, y por
eso buscaron la mejor ocasión para eliminarlo. Descubrir esto, verlo de un modo
tan claro, pero, sobre todo, descubrir que a ése a quien colgaron de un madero
como a un malhechor, Dios lo constituy￳ “Se￱or y Mesías”, eso s￳lo es obra del
Espíritu a través de Jesús resucitado; eso es redención, eso es rescate, lo cual lleva
espontáneamente a la conversión.
La visión que Jesús tiene de la realidad de su época está marcada por el absoluto
descuido de los guías de Israel respecto a su tarea de cuidar, guiar y proteger al
pueblo.
El Evangelista ha venido mostrándonos imágenes y palabras de Jesús, en las que
queda de manifiesto lo lejos que se hallaba el pueblo de ese querer divino, de que
hubiera vida abundante para todos; no porque el pueblo deliberadamente
rechazase la oferta divina, sino porque había unas estructuras que, en manos de
dirigentes inescrupulosos, se convertían en un obstáculo para que el pueblo pudiera
disfrutar del don de la vida con calidad. A esos dirigentes corruptos los llama Jesús
“ladrones y salteadores”, que no han entrado por la puerta al corral de las ovejas;
esto es, no están en el lugar que ostentan como líderes del pueblo por una
verdadera vocación de servicio, sino para satisfacer sus apetitos de riqueza y de
poder. En esas condiciones, el pueblo a duras penas sobrevive, sin horizonte, sin
mayores perspectivas.
Ante esta situaci￳n, Jesús se propone a Sí mismo como la “puerta del aprisco”; Él
tiene la autoridad y la claridad suficientes para mostrar cuál es el camino, quién
puede guiar las ovejas y quién no. Antes que nada, su propuesta es ayudar a
discernir, a abrir los ojos de la gente para que pueda ver las verdaderas intenciones
de quienes se consideran guías de su pueblo. En esa medida, sólo Él puede ser el
verdadero Pastor, guía del pueblo, puesto que su único interés, su único objetivo,
es que el pueblo tenga vida y la tenga en abundancia.
«Tenemos que atribuir a Dios cualquier cosa buena que resulte de nuestras
acciones, de lo contrario deberíamos atribuirnos todo lo malo que ocurre en la
comunidad» (SVdeP)
Con permiso de somos.vicencianos.org