IV Domingo de Pascua, Ciclo A.
Javier Balda, C.M.
Lo reconocieron al partir el pan
Todos los salvados y purificados por su sangre le reconocemos como el Pastor
auténtico que nos conduce hacia las fuentes tranquilas de aguas vivas. Ser de
Cristo es escuchar su voz, es seguir sus pasos, es participar de su amor, es comer
del alimento que nos ofrece, es tener la seguridad que nos conduce hacia la casa
paterna. “Yo soy el camino, la verdad y la vida para nuestras vidas”.
Ser de Cristo es caminar con los hermanos, es reunirnos alrededor de una misma
mesa, es comer y alimentarnos de un mismo pan, es intentar vivir un mismo amor
y llegar juntos a la casa del Padre. “Ámense como Yo les he amado”.
Somos rebaño del Señor. Somos ovejas por las que Cristo dio su vida y nos marcó
con su sangre. Somos pertenencia de Dios.
Somos rebaño del Señor, Iglesia de Cristo, familia de Dios. Somos comunidad que
debe vivir la misma fe, la misma esperanza, el mismo amor. Pero, ¿escuchamos la
misma voz? ¿Seguimos los mismos pasos? ¿Aceptamos la misma verdad?
¿Comemos un mismo pan? ¿Compartimos un mismo amor?
Soy oveja pero soy rebaño. Soy individuo pero soy comunidad. La puerta del
aprisco no se cierra al entrar yo sino que queda abierta para los demás. ¿No soy yo
el que muchas veces intento cerrar esa puerta? ¿No soy yo el que muchas veces
impido el que otro entre por esa puerta? A todos nos llama y nos invita el Señor.
A todos nos reúne, a todos nos cuida, a todos nos da su calor para que, uniendo
nuestras manos y apretando nuestros corazones, seamos todos: amor recibido,
amor ofrecido, amor compartido.
Soy oveja del Señor. Soy rebaño del Señor. Y solo lo seré en la medida que sea
capaz de ser comunidad de amor. “Donde hay amor, donde dos o más se amen, allí
estoy Yo”.
Ama y deja que Dios goce en tu amor. Ama y deja que sonría en tu amor. Ama y
deja que Dios entre en tu corazón y guíe tu vida y tu amor.
Con permiso de somos.vicencianos.org