IV Domingo de Pascua, Ciclo A.
¡QUE TIEMPOS AQUELLOS!
Padre Pedrojosé Ynaraja
Empieza Jesús, mis queridos jóvenes lectores, refiriéndose al comportamiento del
pastor con sus ovejas. Ninguno de los que escuchaban al Señor, seguramente,
tenían rebaños. Serían agricultores o alguno que otro pescador o artesano. Ahora
bien sus ancestros eran beduinos y de esto se sentían orgullosos y el oficio no les
era desconocido. Desde Abraham, su padre étnico y nuestro padre en la Fe, hasta
no hace muchos años, este ejercicio, el pastoreo, seguía los mismos criterios y
costumbres. Vivían en descampado, dormían en cabañas o, con frecuencia, al
atardecer, se acercaban al pueblo cercano donde vivía el propietario y encerraban
en corrales a las ovejas y sus corderos. En mi niñez lo pude ver en casa de un tío
mío, en la Castilla más genuina. Me admiraba verlos llegar al atardecer, se
acercaban a la casa que tenía la puerta abierta y, unos detrás de otros, iban
entrando. Los de mi tío, no los de los demás lugareños. Se sabían la casa, conocían
a los pastores y zagales y se dejaban coger y hasta que les fuera separada por un
momento su cría, para que yo la viera. Para mí todas eran iguales, para el pastor
no. Sabía cuántos días tenía cada lechal y estos se dejaban tocar por mí, chiquillo
inexperto. Sentían confianza y sabían que serían protegidos y hasta alimentados y
saciada su sed, si durante el día les había faltado.
Os he contado esto para que comprendáis que a mí no me cuesta entender las
metáforas que el Maestro utiliza en el evangelio de la misa de hoy. Pero, desde
hace años, vengo observando que muchos rebaños pasan mucho tiempo
estabulados, los pastores distraen sus horas solitarias, escuchando con su
transistor a lo mejor, el partido de su equipo favorito. Su alimentación es a base de
alimentos tal vez enlatados o conservados en un congelador. Nada de migas fritas
en sebo, como en otros tiempos. Si vosotros no lo entendéis, no os preocupéis,
tampoco los primeros oyentes le entendieron, ellos por otros motivos. Os confío el
dicho popular, no hay peor sordo, que el que no quiere oír. Este era su caso, ojala
que no sea el vuestro.
Habla Jesús de que muchos han venido antes que Él y les han engañado. Se refería
a los disfrazados de mesías, a los agoreros de luchas y libertades políticas, que
resultaban a la postre ser falsas. Hoy tal vez nos recordaría campañas comerciales
de propaganda de productos que no eran lo buenos que anunciaban, o de
pseudomedicamentos que prometían mucho y se comprobó más tarde que nada
curaban. A políticos que enardecían a masas y resultaron carentes de eficacia, sin
que ellos lo pasaran mal, pero el pueblo si que resultaba ser su víctima. O hasta a
predicadores que proclamaban y proclaman todavía, doctrinas que dicen nunca se
han anunciado, hasta que ellos las han descubierto y nos las anuncian y después
uno sabe que su vida no está acorde con lo que vociferan.
Leyendo historias ejemplares, no es extraño enterarse que desde pequeños algunos
fueron piadosos, es decir, confiaron al Señor sus dudas y dificultades, que tal vez
empezaron a comulgar de muy pequeños, sin los correspondientes cursos de
catequesis que se impartían y que algunos capitostes clericales exigían. Amaban
mucho a su Jesusito y basta. Fueron creciendo y creció también su fervor y, en
llegando a la edad adulta, no se alejaron de la Iglesia. No hay que extrañarse. El
Maestro es parvulista con los bebés, maestro con los chicos, tutor con los que
aspiran sinceramente a la santidad adulta. Sus enseñanzas no engañan.
Es difícil de entenderle a veces, otras parece que se esconde y nos abandona, pero
nunca nos deja solos.
Al final del breve fragmento del evangelio de la misa de hoy, el Señor dice: yo he
venido para que tengan vida y la tengan en abundancia.
Quisiera que lo meditaseis desde dos extremos. En primer lugar como dicho para
cada uno de nosotros. No se trata e sentirse esclavo de unos mandatos y
prohibiciones, sino de vivir en plenitud y serenidad sus enseñanzas. Seguramente
que el ambiente actual os inclinará a sentiros decepcionados, abatidos, sin
apetencias, sin ilusiones. No os dejéis engañar, ni busquéis sucedáneos. Quieren
algunos, al constatar que no son capaces de conseguir satisfacción, fabricarse
mediante el ensueño del alcohol o de la droga, un sustituto que les alegra de
momento pero que les va, poco a poco, derivando hacia la anulación total de su
personalidad. La Fe aceptada, conduce al Amor, al Amor que se recibe y al que se
responde amándole, sin que traicione nunca el Amigo.
Si la primera experiencia de traición de los compañeros, de la ruina de proyectos
soñados, o de caer víctimas de las crisis económicas, empieza cuando se inicia ya el
descubrimiento de la libertad, continuará siempre, con más o menos intensidad.
Jesús mismo saboreo la tentación en el desierto, al iniciar su vida apostólica y
cuando estaba a punto de finalizarla, en Getsemaní, todavía la dificultad fue mayor.
Lo maravilloso de nuestra Fe, es que no la depositamos en un libro o en unas
teorías, la referencia de nuestras creencias, la ponemos en una Persona que nunca
engaña, ni engañó, que nunca falla, ni falló.
Y respecto a vuestros amigos o amigas que observáis que se han alejado, o nunca
estuvieron en la órbita de Dios, poned mucha atención, observad si viven con
plenitud su vida. Acercaos a ellos y ofrecedles vuestra Fe. Advertidles que no
pretendéis captarlos para vuestro grupo o grupito. Que vuestra intención no es
proselitista. Decidles y aseguradles, que lo que queréis es ofrecerles gratuitamente,
felicidad.
Os pongo un ejemplo para que me entendáis y acabo con ello. Hace unos años,
resultó que una cabina telefónica de aquí cerca, estaba averiada de tal manera que,
con solo introducir una moneda metálica, se ponía en funcionamiento la
comunicación que no se acababa hasta que uno lo quisiera y colgara el terminal.
Los emigrantes de la población no se lo callaron, avisaron a todos sus paisanos, que
cada domingo formaban largas colas para telefonear de tal suerte a sus familias,
residentes en América o África. A nadie extrañaba que lo hicieran. Y lo agradecían a
lo que les habían avisado de aquella ganga.
Nuestra Fe vale mucho más que una conexión telefónica. El Maestro ha venido para
que tengamos vida y la tengamos en abundancia y lo mismo también para nuestros
contemporáneos, vecinos nuestros o de otros continentes a los que, a lo mejor, el
Señor se le ocurre que nosotros podemos colaborar en el éxito de sus deseos, los
de Dios.