MIERCOLES DE CENIZAS. CICLO A
¿Por qué es tan importante el Miércoles de Cenizas?
EMILIO RODRIGUEZ ASCURRA / contactoconemilio@gmail.com
La celebración del miércoles de cenizas forma parte de la tradición litúrgica
de nuestra fe, aun con los cambios que ha habido respecto del sacramento
de la Reconciliación, ésta no ha perdido vigencia sino que ha sabido
revalorizarse, adaptarse a lo que la Iglesia ha sabido interpretar como
“ejercicio cuaresmal”, en palabras de Eusebio de Cesarea, a lo largo del
tiempo.
El Miércoles de Cenizas como inicio del tiempo cuaresmal se da entre los
siglos V y VI, en los que los penitentes públicos se reconocían apartados de
la Gracia de Dios e iniciaban un camino de purificación interior y de
mortificación corporal, propuesto para el miércoles anterior al domingo
primero de cuaresma, y que se extendía durante cuarenta días hasta el día
de la reconciliación, que tenía lugar el Jueves Santo. Éste dato nos llega
gracias al Sacramentario Gelasiano, uno de los más antiguos libros
litúrgicos romanos que data del siglo VII.
Durante estos cuarenta días los penitentes, luego de haber hecho confesión
privada de sus pecados delante del Obispo, éstos les imponían las manos,
cubrían sus cabezas de cenizas, se los vestía con el cilicio, una especie de
vestido hecho con pelo de cabra, y se los invitaba a emprender un
verdadero camino de penitencia y perdón, pasando a formar parte de la
orden de los penitentes. Así se entregaban a diversas prácticas piadosas y
mortificaciones, vestían ropas oscuras y poco lujosas, se sometían a
rigurosos ayunos, practicando la abstinencia de carne, daban numerosas
limosnas. En las celebraciones litúrgicas eran ubicados en la parte de atrás,
y sólo podían permanecer allí hasta la oración de los fieles, en la que se
hacía una oración especial por ellos, luego se les despedía.
Ninguno podía participar del rito de la liturgia eucarística, dado que no se
encontraban en comunión con Dios. Así el Miércoles de Cenizas ha
perdurado a lo largo de los siglos, aun cuando no solo la confesión sino
también la penitencia han quedado reducidas al ámbito de lo privado, y a
veces solo parecieran una mera formalidad, la Iglesia nos invita a un tiempo
de reflexión acerca de nuestra condición miserable, de nuestra existencia
atravesada por el pecado, traspasada por la Misericordia de Dios, pues su
amor pudo contra las tinieblas del pecado. Sin embargo no puede redimirse
aquello que no se conoce, y aunque Dios lo sabe, somos nosotros,
penitentes, quienes haciendo un acto de humildad nos reconocemos como
tales y anhelamos recuperar la comunión con Él.
Se nos proponen tres prácticas específicas: el ayuno, la oración y la
limosna, es decir, un tiempo de diálogo sincero y concreto con Jesús en el
que podamos dejar de lado todo aquello que nos aparta de él y en donde el
otro ocupe un lugar en nuestras vidas, de lo contrario ¿dónde estaría el
cambio?. Podría decirse, en palabras del Papa Francisco, que la cuaresma es
un tiempo para dejar de lado la “autorreferencialidad” para abrirnos a la
fraternidad. Todas éstas prácticas, claro está, deben desembocar en una
mejora de nuestra vida cristiana, en una vivencia cada vez mas profunda de
nuestra vida sacramental, de manera especial de dos de ellos: la
Reconciliación o Confesión que nos devuelve el estado de Gracia para
reingresar en la Co munión.-