IV Domingo de Pascua, Ciclo A.
Tito Romero, C.M.
Dejar la puerta abierta
El cuarto domingo de pascua de cada año es el Domingo del Buen Pastor. Ese día
solemos leer en el evangelio aquella hermosa parábola en la que Jesús se
autodenomina el Pastor de las ovejas, usando una imagen ya conocida desde la
época del Antiguo Testamento: Dios es como un pastor y su pueblo es su rebaño
(Cf. Ez 34). Todo el discurso sobre el Buen Pastor (Jn 10) está compuesto en forma
de parábola, y como toda parábola contada por Jesús, hay que interpretarla para
hallar el mensaje que quiere comunicar. Empeñémonos en eso.
La parábola del Buen Pastor está dividida en tres partes: en la primera, que
corresponde a la lectura de este domingo, Jesús se compara con la puerta del corral
de las ovejas; en la segunda parte, Jesús explica su figura de pastor; y en la parte
final, se habla de las ovejas. Nos corresponde, entonces, reflexionar sobre la
primera parte de la parábola, que corresponde a la lectura del evangelio del cuarto
domingo de pascua del ciclo A, el ciclo en el que estamos.
Si leemos este texto desde unos versículos antes, nos damos cuenta de que el
contexto en el que Jesús pronuncia la parábola del Buen Pastor es de controversia
con los fariseos (en el capítulo anterior, Jesús está discutiendo con los fariseos a
raíz de la curación del ciego de nacimiento, Jn 9). Es a ellos, entonces, a los que
Jesús básicamente dirige esta comparación. Ya hemos dicho que en esta primera
parte Jesús habla de la puerta del corral de las ovejas. Comienza diciendo que “el
que no entra por la puerta en el corral de las ovejas, sino que salta por algún lado,
ése es un ladrón y un salteador. El que entra por la puerta es el pastor de las
ovejas” (Jn 10,1-2). Si tomamos en cuenta la manera de actuar de los fariseos, a
los que se dirige Jesús, que solían prácticamente asaltar el corazón y la fe del
pueblo con normas y amenazas para que éste cumpliera con sus preceptos
religiosos, resulta claro que la alusión al ladrón que pretende entrar en el corral por
un lugar falso, está referida a ellos. En efecto, la religión y la fe nacen por
convencimiento, no por obligación, como pensaban los fariseos. No se puede amar
a Dios por decreto ni al prójimo por obligación. Pretender obligar a una persona a
cumplir con ciertos deberes religiosos para ser considerada “buena o religiosa” es
casi un atentado contra la libertad; es como querer meter a Dios en el corazón de
la gente por la fuerza. Dios no entra así. Él no nos fuerza a creer en él. La religión
no se impone. Quien actúa de esa manera, es como un ladrón y salteador, un
asaltante de la fe. Jesús desenmascara la manera de actuar de sus adversarios y a
la vez se coloca como modelo. Él no entra por la puerta falsa al corazón de la
gente, él entra por la puerta real, y de esta manera se autodefine como el pastor
verídico de las ovejas. Jesús nunca obligó a nadie a creer en él (recordemos, por
ejemplo, el caso del joven rico, Mt 19), más bien invitaba a la gente a seguirle,
pero eran ellos los que debían decidir. Jesús proponía un proyecto y a la vez daba
razones para que se confíe en él (sus discursos, sus milagros, su manera de vivir).
Cuando una persona se convencía de que el proyecto de Jesús era real y
beneficioso, gracias a las evidencias que él mismo mostraba, y se decidía a
seguirle, entonces Jesús se convertía en su pastor, un pastor que entró en su
corazón por donde debía, por el convencimiento, por la razón, por el cariño.
Dicho esto, es bueno que hagamos un alto a la reflexión bíblica para analizar
nuestra fe. ¿En qué se basa nuestra vida religiosa? Responder a esta pregunta es
importante, porque es casi como determinar qué clase de ovejas somos o quién es
en realidad nuestro pastor. Ya sabemos que el verdadero pastor, Jesús, entra al
corazón por el convencimiento y no por obligación ni la amenaza. Si tenemos una fe
basada en el cumplimiento obligatorio de normas y preceptos, entonces quizá Jesús
no sea nuestro verdadero pastor, sino la propia ley. Y cuando las leyes, incluso las
religiosas, determinan nuestra manera de vivir, entonces ya no somos libres, nos
han robado esa libertad que Dios nos dio, nos han asaltado. No es religiosa la
persona que cumpla más preceptos: ayunos, limosnas, rosarios, misas,
jaculatorias, etc. Todas estas prácticas no tienen sentido si se hacen por obligación
o por un apetito de figuración. Pero si nuestra fe se basa en el cariño y confianza a
Jesús, a su persona y a su proyecto, entonces él sí es nuestro pastor. Jesús es el
que debe guiar nuestra vida con sus palabras, sus mensajes, su manera de pensar
y entender el mundo. Él debe ser “el pastor que camina delante de las ovejas y las
ovejas le siguen porque conocen su voz”, como dice la misma lectura (Cf. Jn 10,4).
Una persona verdaderamente religiosa es la que tiene a Jesús en el primer lugar de
su vida, no a los preceptos. Más bien, quien tiene a Jesús como su pastor, como el
guía de su vida, entonces lo escucha, le tiene confianza y le ama; y ese amor lo
lleva a vivir como él, a obedecerle, no por obligación, sino por convencimiento,
como una prueba de amor. Solo de esta forma tienen sentido los preceptos
religiosos. El cumplimiento de las prácticas religiosas solo se explica como una
demostración del cariño y confianza que le tenemos a Jesús, nuestro pastor, al que
escuchamos, queremos y confiamos.
Volvamos al texto bíblico. Una vez que Jesús hizo esta comparación, se dio cuenta
de que sus interlocutores no la habían entendido (Cf. Jn 10,6), por eso se vio en la
obligación de profundizar más en ella. Ahora da un paso más en la alegoría de la
puerta: “Yo soy la puerta de las ovejas… El que entre por mí estará a salvo; entrará
y saldrá y tendrá alimento” (Jn 10,7.9). Ya no se trata solo de que entrar en el
corazón de la gente por el convencimiento; ahora Jesús afirma que le puede dar al
ser humano que lo elija (es decir, que se haya convencido de que vale la pena
tenerlo como pastor), lo que otras realidades y otras personas nunca podrán:
seguridad (“el que entre por mí estará a salvo”), libertad (“entrará y saldrá”) y
además nunca le faltará nada (“y tendrá alimento”). Es cierto, solo con Jesús el ser
humano puede llegar a su plenitud. La persona solo es persona cuando tiene a
Jesús como su pastor, porque solo él puede colmar nuestras necesidades, tanto
materiales como espirituales: necesidad de seguridad, de felicidad, de libertad, de
cariño, que son precisamente las realidades que nos definen como personas. Quien
se ha convencido de que vale la pena seguir a Jesús en vez de tener como norma
de su vida a las cosas materiales, a los preceptos y a otras personas, entonces
puede decir junto con el salmista de este domingo: “Si el Señor es mi pastor,
entonces ya nada me falta” (Sal 21); si tengo a Jesús, entonces ya no necesito
más.
Queridos amigos: Jesús debería ser a la vez el pastor de nuestra vida y nuestra
puerta de acceso a la plenitud. Pero él no invade nuestra vida, más bien pide
permiso para entrar. Jesús toca la puerta de nuestro corazón para que lo dejemos
entrar. Si sabemos que al entrar en nuestra vida, puede satisfacer todas nuestras
necesidades, entonces debemos dejarle la puerta de nuestro corazón siempre
abierta. ¡Pasa Jesús, la puerta de mi corazón está abierta! ¡Entra en mi vida, y
siéntete como en tu casa!
Con permiso de somos.vicencianos.org