IV Domingo de Pascua, Ciclo A.
Mario Yépez, C.M.
Una sola puerta para entrar
En esta primera lectura se concluye el discurso kerigmático de Pedro presentado
por Lucas después de la efusión del Espíritu Santo. El mensaje dirigido a los
habitantes y peregrinos de Jerusalén (“casa de Israel”) es la proclamaci￳n de Jesús
como el “Se￱or” y “Cristo”, con lo cual se fundamenta la divinidad de Jesús y el
cumplimiento de las promesas del AT en el crucificado que ha resucitado. Estamos
ante el cierre que presenta Lucas para este discurso lo que inmediatamente suscita
una reacción en su auditorio: “¿qué hacemos?”. Pedro les llama a reorientar su vida
en Cristo, tienen que “convertirse”, pero también bautizarse con lo cual exige esta
ablución como signo de pertenencia a la comunidad de seguidores de Cristo Jesús,
con lo cual son perdonados sus pecados y reciben la gracia del Espíritu Santo. La
salvación parte de este anuncio pero a la vez implica una decisión formal pues no
se puede formar parte de una generación incrédula y a la vez ser cristiano. Pero por
sobre todo, esto es una acción o iniciativa de Dios pues es Él quien agrega a la
comunidad más hermanos en la fe.
Continuamos leyendo en la segunda lectura la primera epístola de Pedro. Se abre
esta exhortación con una doble pregunta condicional acerca del valor del
sufrimiento. Es preferible sufrir haciendo el bien que pecando y el mejor ejemplo de
ello es el mismo Cristo que padeció por nuestros pecados. Pedro rememora a su
manera la pasión desde la visión del siervo sufriente y de esta forma confiesa la fe
en Cristo que asumió los pecados en su sacrificio redentor en el madero. Esta
entrega de liberalidad nos introduce en el misterio de la muerte y de esa forma, al
morir al pecado, vivimos para la justificación con lo cual hemos recuperado nuestra
dignidad de hijos de Dios. Pedro quiere explicarse mejor y utiliza la metáfora de las
ovejas que al encontrarse extraviadas necesitan volver ante su pastor y obispo, que
no tiene otra razón de ser que cuidar de cada una de las ovejas del redil.
El capítulo 10 del evangelio de Juan empalma y tiene sentido con la última
sentencia del largo capítulo 9 de la curación del ciego de nacimiento. Si
recordamos, Jesús habló a los fariseos acerca del juicio por el que ha venido y
utiliza la metáfora de la ceguera denunciando así la falta de luz de los fariseos que
dicen que ven. Ellos interrogan a Jesús al respecto y Jesús les encara su estado de
pecado. Como vemos, Jesús está confrontando la autoridad de los fariseos y su
irresponsabilidad de guiar a sus hermanos cuando están ciegos. Inmediatamente
después, el evangelista nos introduce en un discurso de Jesús que tiene varias
secuencias de comparaciones que giran acerca de la tarea del pastoreo. Es obvio
que Jesús continúa la confrontación anterior. El pastor es el que entra por la puerta
para llegar así al espacio donde se encuentran las ovejas y se pone al servicio de
ellas, mientras quien no entra por la puerta sino vulgarmente hablando las “salta”
no se preocupa de las ovejas sino se sirve de ellas pues es ladrón y bandido.
Tenemos pues la “puerta” como primer símbolo a tener en cuenta. Luego, se
resalta la voz del pastor que es reconocida por sus ovejas ya que éste las llama a
cada una por su nombre. Y el pastor se pone delante de ellas para que le sigan con
lo cual les ofrece la seguridad que esperan pues saben bien que siguen al pastor, lo
que no pasa cuando surge la presencia del extraño que solo puede hacer estragos
en el rebaño. Pues la exigencia de pasar por la puerta es la apertura a recibir la luz
de Cristo y eso
identifica quién puede ser realmente el único Pastor. Los demás, quienes se aferran
a creer que son la luz, se saltan la puerta y provocan estragos entre las ovejas. De
allí que sólo quien puede ver puede ser capaz de guiar, mientras quien no ve lo
único que hará es confundir y aprovecharse de las ovejas.
A esta comparaci￳n se une una segunda: “Yo soy la puerta de las ovejas”. Cristo se
convierte en el “paso” obligado para poder ser salvado. Quien es capaz de
reconocer a Cristo como el salvador, vivirá en la libertad de los hijos de la luz, pues
no hay oscuridad ni ceguera de ningún tipo. Los que pretenden saltarse la puerta
solo son ladrones y bandidos, no tienen luz y mucho menos vocación de pastor. Lo
único que les importa es matar y destruir y no son capaces de abrirse a la vida
plena que otorga la salvación de Cristo.
Reconocer a Cristo como la puerta de las ovejas es confirmar que solamente le
seguimos a él y que por él accedemos a la salvación. De allí que tenga sentido
luego la siguiente comparaci￳n: “Yo soy el Buen Pastor” (Jn 1,11), porque es él
mismo quien nos guía. Es evidente, que la confrontación iba para los fariseos en el
pasaje evangélico, pero de fondo está el cuestionamiento en torno al único Pastor al
que debemos seguir, Cristo, como nos recordaba la exhortación de Pedro. Es Dios
quien agrega a la comunidad muchos miembros, pero todas ellos deben antes
convertirse, es decir, centrar su vida en Cristo y aceptar la fe mediante el baño
bautismal. Este es el paso por la puerta que luego nos invita a reconocer siempre la
voz del pastor que nos conduce a pastos con seguridad, pero a la vez nos advierte
de otras voces que pueden terminar confundiéndonos y apartándonos de la vida. La
comunidad cristiana valoró mucho este tema y la metáfora del Buen Pastor pasó
por imponerse más que al de la “puerta”, pero en el fondo, guarda el mismo
sentido de la centralidad de Cristo. Por eso, quienes participamos de la misión de
pastorear al pueblo de Dios nunca debemos perder de vista que el único Pastor es
Cristo, y la Iglesia debe pedir mucho a Dios para que quienes asumimos esta
responsabilidad de pastorear seamos imitadores del Buen Pastor y no saltemos la
puerta buscando hacer daño a las ovejas sino más bien preocuparnos por ellas y
que puedan siempre escuchar la voz del único pastor. Recemos con el salmista y
confirmemos lo que dice: “aunque camine por ca￱adas oscuras nada temo, porque
tú vas conmigo”.
Con permiso de somos.vicencianos.org