QUINTO DOMINGO DE PASCUA, Ciclo A.
(Hechos 6:1-7; I Pedro 2:4-9; Juan 14:1-12)
Hace poco una fundación sociológica publicó un reporte sobre las prácticas
religiosas de los latinos. Dijo que los latinos están saliendo de la Iglesia católica
con más frecuencia en los últimos cuatro años que antes. Muchos de los ex
católicos ya acuden a iglesias protestantes, pero un número creciente,
particularmente entre los jóvenes, no van a ninguna iglesia. Como otros
americanos, están contentos a visitar el parque en la mañana de domingo. Nos
dan a nosotros la inquietud que seamos caducados por aferrar a nuestra
religión. Podemos encontrar en la segunda lectura hoy de la Primera Carta de
Pedro algunas razones para mantener la fe.
No sabemos exactamente ni cuándo ni por qué se escribió la carta. Desde que
habla de los presbíteros, parece que fue escrita en los finales del primer siglo
cuando el presbiterio estaba consolidándose. Los contenidos además indican
que los destinarios – los cristianos no judíos en lo que reconocemos ahora como
Turquía -- sentían amenazados. A lo mejor el problema era uno del rechazo de
parte de los vecinos paganos y no de la persecución del estado. Pues, en ese
tiempo no hay récord de persecuciones estatales extendidas contra los
cristianos. Sin embargo, los cristianos recientemente convertidos del paganismo
sentirían alienados del pueblo pagano porque no más participarían en sus
libertinajes. También, es probable que los paganos tuvieran sospechas acerca
de los seguidores de Cristo cuyo cuerpo y sangre supuestamente han
consumido. Viviendo con esta angustia los cristianos del primer siglo estaban en
apuro de una manera semejante de nuestra hoy.
Primero, la carta de Pedro asegura a los cristianos que Jesús conoce su
inquietud. De hecho, experimentó el rechazo completo de parte de su propio
pueblo. Citando un salmo, la carta explica que Jesús fue “ la piedra que
rechazaron los constructores” cuando lo crucificaron en Calvario. Pero su
muerte en la cruz no constituyó su fin. Más bien, resucitó de la muerte para
formar “la piedra angular” sobre la cual sus seguidores se forman en la Iglesia
como “piedras vivas” . Como un gran templo extendiéndose al cielo, entonces,
deberíamos seguir en la Iglesia para dar la gloria apropiada a Dios.
Además, nuestra asociación con Jesucristo encontrado en la Iglesia purifica
nuestras acciones de modo que se hagan ofrecimientos dignos de Dios. Dice la
lectura que los cristianos se han hecho “un sacerdocio santo” dando “sacrificios
espirituales”. Esto significa que una vez bautizados en Cristo, compartimos en
su sacerdocio con el resultado que nuestras oraciones y obras de caridad
complazcan a Dios. Es la gracia de Cristo, mantenida por la participación en la
Eucaristía, que libra nuestras acciones del egoísmo y las llena con el amor. Se
ve la purificación de motivos en el trabajo de algunas compañeras limpiando
casas. Unidas con Cristo, nunca tomará ni un cuarto del local y siempre dejan
todo en orden, aun los rincones más difíciles a alcanzar.
Como una tercera razón para seguir adelante la lectura nos asegura que como
católicos no vamos a tropezar, al menos definitivamente. Mientras los demás
andan por las tinieblas, los cristianos tienen la luz de Cristo. Ella nos dirige más
allá de las tentaciones a ver la pornografía en el Internet. Nos permite
reconocer la maldad en criticar a los demás despiadadamente. Y si caemos en el
camino, el mismo Jesús nos pone en pie con el sacramento de la Reconciliación.
La mujer es orgullosa de su anillo con dos diamantes chiquillos. Dice que tenía
una sola piedra que se le perdió. Entonces su marido le compró otro diamante
para reemplazar lo perdido. Después de un tiempo ella encontró el primero y lo
tuvo colocado en la argolla. Añade que prefiere el diamante pequeño porque le
parece humilde como ella misma. De una manera es como todos nosotros en la
Iglesia católica. Pues, somos piedras vivas reflejando la luz de Cristo para la
gloria de Dios. En la Iglesia somos como diamantes para la gloria de Dios.
Padre Carmelo Mele, O.P.