V Domingo de Pascua. Ciclo A.
Domingo
a.- Hch. 6, 1-7: Eligieron a siete varones llenos de Espíritu Santo.
En la primera lectura, a la sana convivencia de la primitiva comunidad cristiana de
Jerusalén, se añade un nuevo servicio, el de los diáconos. Las viudas se quejan,
que no son atendidas en sus necesidades materiales, o la ayuda a los necesitados.
Si bien en la comunidad todos eran judíos, otros eran venidos de la diáspora, es
decir, eran de habla griega. La solución mejor que encontraron los apóstoles fue
seleccionar siete varones insignes y probos en la fe y virtudes cristianas, Lucas
añade, llenos del Espíritu Santo (v. 3), para encargarse de la ayuda a los pobres,
con la predicación de la palabra y la caridad. Los apóstoles seguirán con su
ministerio de evangelización. Los siete diáconos tienen nombres griegos: Esteban,
Felipe, Prócoro, Nicanor, Timón, Pármenas, Nicolás; los apóstoles les impusieron las
manos, orando por ellos y su futuro ministerio. También hoy el ministerio de los
diáconos es un gran servicio a la Iglesia, servicio que hay que promover, para
renovar la comunidad eclesial en su entrega y dedicación a Dios y a los hombres.
b.- 1Pe 2, 4-10: Vosotros sois una raza elegida, un sacerdocio real.
Hasta el momento el apóstol nos ha presentado la vida cristiana de lo que significa
ser santos (cfr.1Pe.1,13-21); la regeneración por la palabra y el misterio pascual
(cfr.1Pe.1,22-25), y lo que nos propone hoy la vida cristiana como sacerdocio a la
luz de Cristo, piedra angular de la Iglesia (cfr.1Pe.2, 4-10). Todo tiene como
trasfondo la preparación de la Pascua del AT, completada por la nueva luz del
Nuevo Testamento (cfr. Ex.12, 21-28). A medida que leemos el texto aparecen
títulos para el nuevo pueblo de Dios, que se habían pronunciado para el antiguo
Israel: raza elegida, por haber sido escogida entre todas las naciones (cfr. Ex. 19,5;
Dt. 7,6; 14,2; reino de sacerdotes (cfr. Ex.19,6), capacitados para ofrecer
sacrificios espirituales de la nueva alianza (v.5; cfr.Ex.24,5-8; Ap.1,6); nación
santa porque escogida, por la acción del Espíritu, pueblo adquirido por la sangre del
Hijo de Dios (cfr. Hch.20,28;1Pe.1,19), finalmente, pueblo de Dios, que atrae no
sólo a los miembros de las Doce tribus, sino las naciones gentiles (v.10; Is.9,1).
Esta Nueva alianza, se realiza en torno a la nueva roca, una piedra viva que es
Cristo Resucitado; la antigua alianza se llevó a cabo a los pies del Sinaí, piedra a la
que, el pueblo no podía acercarse, bajo pena de muerte, aquí ahora todos pueden
acercase a ÉL (vv.4-8; Ex.19, 23). Este pueblo puede reunirse en torno a una
persona, que fue rechazado, muerto, pero escogido, resucitado. Los cristianos en
torno a Jesucristo, formar una templo espiritual, que ofrece no rito sino actitudes
espirituales, personales, no abluciones, sino compromiso de fe (vv.5-8; cfr.
Rom.12,2; Hb.13,16). De ahí que los cristianos ofrecen sacrificios de orden moral,
conversión incesante, caminar hacia Cristo. La palabra cual leche espiritual alimenta
y nutre el proceso bautismal de conversión la permanente renovación de los fieles
(cfr.1Pe.1,22-25). Finalmente, los cristianos constituyen el nuevo y verdadero
Israel, con las mismas prerrogativas que tuvo el antiguo pueblo de Dios (v.9; cfr.
Ex.19,5-6; Is.43,20-21). Los discípulos están seguros de ser el nuevo Israel, por el
conocimiento personal que tenían del Resucitado, la piedra del nuevo pueblo. La
Iglesia de Pedro se reconoce como el nuevo pueblo escatológico, en el que se
cumplen todas las promesas del antiguo Israel. El hecho de la muerte y
resurrección de Cristo, s para la Iglesia, tan importante como la revelación de
Yahvé en el Sinaí. Tal acontecimiento es el núcleo de la constitución del nuevo
pueblo y fundamento de su sacerdocio real. Las tablas de la antigua alianza son
sustituidas por una Persona, Cristo, que se ofrece en sacrificio por amor a toda la
humanidad, que ofrece una nueva alianza cimentada en un corazón nuevo, capaz
de ofrecerse totalmente a la voluntad del Padre y edifica el templo espiritual lugar
donde se ofrece el único culto agradable a Dios. Se trata del sacerdocio común de
los fieles y el sacerdocio ministerial no se excluyen, sino que se complementan, son
dos ministerios diferentes en esencia y en grado, pero ambos, participan del único
sacerdocio de Cristo (cfr. LG 10). Este sacerdocio de los fieles se vive desde el
bautismo, con el testimonio de vida y la oración, auténtico sacrificio de ofrecer la
propia existencia con todos sus trabajos, dolores y alegría, día a día en el altar del
propio corazón. Es el culto en espíritu y en verdad al Padre, que concretamos en la
celebración eucarística, culto espiritual que enseñará Pablo (cfr. Rm. 12, 1). El
Padre que se construya un pueblo en torno a la nueva piedra, lo que es anterior a
toda fe individual. De ahí que la celebración eucarística tiene todas estas
características: pueblo de Dios en acto de ofrecer el sacrifico espiritual, cuando
responde todo él al llamado divino, y cuando ofrece, como sacrificio su fe en Jesús
resucitado y confiesa su adhesión a la nueva ley de amor que Cristo proclama como
mandato a su pueblo.
c.- Jn. 14,1-12: Yo soy el camino, y la verdad y la vida. Nadie va al Padres
sino por mí.
El evangelio nos presenta la revelación del Padre, y cómo llegar a ÉL. La marcha
de Jesús, que les preocupa sobre manera a los discípulos, posee un secreto: la
realidad del Padre. De ÉL ha venido Jesús, a ÉL retorna, pero no sólo, sino que sube
con todos los redimidos. Esa relación con el Padre, que los discípulos conocen, es
raíz y origen de toda su existencia. La comunidad, realidad palpable es testigo de
cómo la ida de Jesús, es necesaria, para que se de esa misma relación que tiene
con el Padre, en cada uno de sus discípulos. El Padre lo desea abiertamente, Jesús
quiere dar a conocer su misterio (vv. 7-8). Las palabras de Felipe, son un abrir el
misterio de la comunión trinitaria, por parte de Jesús, porque no sólo se hablará del
Padre, sino del Espíritu Santo (cfr. Jn. 14, 16-17), en el momento justo en que se
constituye la comunidad, manifestación viva del misterio de Dios cercano y oculto a
la vez, comunidad de Amor Trinidad. Vemos entonces, que las palabras de Jesús,
hacen presente la realidad del Padre, su misterio y revelación, pero no se agota ahí,
queda abierto al futuro. “No se turbe vuestro coraz￳n. Creéis en Dios; creed
también mí” (v. 1; cfr. Jn. 11,33; 13,21). La adhesi￳n plena a Jesús, es también
adhesión al Padre (cfr. Jn. 10,30. 38; 14, 11-20; 17, 21-23). La misma fe, se debe
tener en el Padre, como en el Hijo (cfr. Jn. 12, 44; 1Jn. 2,23). Contando con la fe
de los discípulos, comienza a develar el sentido de su partida: su muerte es un
volver al Padre. Por medio de su resurrección se crea una nueva relación con el
Padre, su humanidad será glorificada. Va a preparar una morada para los suyos en
el cielo, Casa de su Padre, lo que también se pude entender como la presencia
mutua que existe entre el Padre en el Hijo y viceversa, que ahora se abre también
para los discípulos. La casa del Padre es donde Cristo Jesús nos prepara un lugar
(vv.3-4). La pregunta de Tomás (v. 5), busca tomar conciencia del camino que ellos
deben hacer, por eso Jesús afirma: “Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va
al Padre si no es por mí” (v. 6). El camino hacia el Padre está trazado, Jesús lo va a
recorrer en su última etapa; los discípulos lo comenzarán a recorrer con el inicio de
la pasión, muerte y resurrección de su Maestro. Sólo quien entra en el camino de
Jesús, comprende que es Vida y Verdad, no sólo al inicio, sino siempre. Como único
camino al Padre, el Hijo del Hombre, se compara a la escala de Jacob, lugar de la
comunicación con Dios (cfr. Gn. 28,10-22). Jesús es el Camino hacia el Padre, la
Verdad y la Vida, son su explicación. La Verdad con la que se identifica Jesús, es
expresión de Dios, su palabra definitiva en la que todo fue creado. Jesús encarna
todo el proyecto del Padre, como Mediador, Revelador y Salvador. Quien asume
este Camino, encuentra la Vida, sinónimo de la paz mesiánica, pero además la
experiencia del Resucitado y del Espíritu y el encuentro del hombre con Dios en la
eternidad. No duda Jesús en afirmar entonces: “Si me conocéis a mí, conoceréis
también a mí Padre desde ahora lo conocéis y lo habéis visto” (v. 7). La pregunta
de Felipe, expresa la necesidad más profunda de los discípulos: ver al Padre: “El
que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (v. 9). La exclusividad es absoluta: Jesús
es el único Camino hacia el Padre. Ver al Padre se entiende como comprensión en
fe de su misterio, experiencia de su revelación, presencia de Dios vivificante en la
vida del discípulo. Toda la vida de Jesús es obra del Padre, incluidos los signos y las
obras. Mirando al futuro, serán los discípulos quienes continúen esas obras, que
bajo la moción y unción del Espíritu, serán más grandes que las realizadas por
Jesús (v.12). Finalmente, la comunión tan estrecha que existe entre Jesús y su
comunidad, imagen de la que ÉL tiene con el Padre, ahora le corresponde a ella, a
la comunidad, expresarla como lo hizo Jesús a sus discípulos. Esta es la nueva
dimensión en que ingresan los discípulos, y nosotros, gracias al camino que Jesús
abre en su retorno al Padre. La experiencia que tengamos de Jesús es ya haberse
puesto en camino hacia la morada del Padre.
Traer memoria de la vida eterna, es vivir el evangelio puesta la mirada en Cristo,
camino, verdad y vida nuestra, en ejercicio de santa esperanza. Cuanto más
esperemos de esa vida más alcanzaremos, ense￱a Juan de la Cruz. “Tenga
ordinaria memoria de la vida eterna, y que los más abatidos y pobres y en menos
se tienen, gozarán de más alto se￱orío y gloria de Dios” (D 87).
Padre Julio Gonzalez Carretti OCD