V Semana de Pascua.
Martes
a.- Hch. 14,19-28: Fin del primer viaje apostólico
Concluye el primer viaje apostólico de Pablo y Bernabé, habían sembrado a manos
llenas la Palabra del Señor, habían conseguido una buena cosecha de fieles. El dolor
de la lapidación sufrida por Pablo a manos de judíos venidos de Antioquía a Iconio,
le hace exclamar más tarde. “Es necesario que pasemos muchas tribulaciones para
entrar en el Reino de Dios” (v. 22). Organizar esas nuevas comunidades dejando
presbíteros, animando a los fieles a la perseverancia, y encomendándoles a la
gracia y al poder de Jesucristo fue su apostolado. Vueltos a Antioquia contaron sus
experiencias y cuanto Dios había hecho con ellos y cómo habían abierto la puerta
de la fe a los gentiles.
b.- Jn. 14, 27-31: La paz os dejo, mi paz os doy
El evangelio nos presenta la conclusión de este primer discurso de despedida de
Jesús a sus discípulos donde les deja su paz, antes de partir al huerto de los Olivos
(v.27.31). El concepto paz en su sentido amplio y pleno, es don y promesa, que se
entiende desde el ámbito de lo que Jesús comprende por fe. Su rico significado va
desde el bienestar material, ausencia de guerras, de enemistades personales, hasta
la alegría, la prosperidad, el éxito, la felicidad y la salvación en sentido religioso
(Cfr. Sal.72,2-7). La paz aparece aquí como la conocida y deseada paz mesiánica,
tiempo de una paz universal, prosperidad y reconciliación entre los hombres,
incluso con la naturaleza. En ese sentido se entiende el canto de los ángeles con el
nacimiento de Jesús como Mesías (cfr. Lc.2,14). Con la aparición del Mesías
comienza la era de la paz escatológica que va desde el buen deseo, el saludo hasta
la paz entendida como salvación del hombre y del mundo entero (cfr. Flp.4,7;
Mt.10,34, Lc.12,51; Jer.6,14, Mt.10,13; Rm.5,1; Ef.2,14). Jesús da su paz, bien
escatológico, que no puede dar sino a los suyos. Esa paz adquiere contenido sólo
desde Jesús, pertenece al donante y no se puede separar de Jesús, porque es ante
todo, un don del resucitado, que incluye el perdón de los pecados
(cfr.Jn.20,19.21.26). Este don incluye la creación nueva, distante del mundo, que
también tiene su paz asegurada por las armas, muy distinta de la que existe en la
comunidad de los discípulos de Jesús. Paradojalmente la paz, que no es de este
mundo, gracias a Jesús, está en el mundo. El lugar de esa paz es la Iglesia, la
comunidad de los creyentes que celebra a Jesús Resucitado, que se deja definir por
su palabra. Sin embargo esa paz de Dios, es combatida por el mundo por ello nos
recomienda: “No se turbe vuestro corazón. Creéis en Dios: creed también mí” (v.
1). La comunidad no está libre de turbaciones, precisamente porque creen en
Jesús, su promesa de paz se cumple, en medio de esos conflictos. Jesús se va pero
vuelve, los discípulos si realmente aman a Jesús deberían alegrarse, porque Jesús
va al Padre, regresa a Dios. La pascua es comienzo de ese retorno, pero también
está presente en la comunidad eclesial por medio de su palabra, de su Espíritu
Santo, sin dejar de estar junto al Padre. Ambas cosas no se excluyen, es más la ida
de Jesús al Padre, es la condición para su presencia permanente en la comunidad.
El discurso termina con la despedida y marcha de Jesús a su pasión. Es el
enfrentamiento entre histórico y salvífico de Jesús, Hijo y Revelador, y Satanás,
príncipe de este mundo (cfr. Jn.12,31; 14,30; 16,11). Durante la pasión Jesús,
destruye el poder de Satanás, hasta convertirse en Kyrios, Señor (cfr. Jn.4,34); la
humanidad ingresa en un nuevo señorío definida por la voluntad salvífica de Dios,
marcada por la cruz y resurrección de Cristo Jesús.
La invitación de Juan de la Cruz, es a que si conocemos a Jesucristo y a su Padre,
el Dios de la paz, queramos servirle en un fecundo silencio, hecho oración que
dibuja una nueva realidad para nuestro entorno con el testimonio personal.
“Procure conservar el corazón en paz; no lo desasosiegue ningún suceso de este
mundo; mire que todo se ha de acabar” (D 153).
Padre Julio Gonzalez Carretti OCD