V Domingo de Pascua, Ciclo A.
Mario Yépez, C.M.
Creer en Jesús nos debe ayudar a vencer obstáculos en la vida comunitaria
En este domingo V de Pascua, el escrito de los Hechos de los apóstoles nos
introduce en una narración que se convierte en el quicio necesario para explicar el
paso de la comunidad cristiana de Jerusalén conformada por judíos convertidos al
cristianismo hacia la apertura a la comunidad judía de la diáspora o también
llamados “helenos” o “griegos” y que después provocará también la evangelizaci￳n
por Judea y Samaria. Probablemente muchos de estos judíos “helenos”, habitaban
Jerusalén pero no llegaron a complementarse por la propia mirada juiciosa de los
judíos recalcitrantes (defensores del cumplimiento de la Ley) viéndose obligado a
reunirse en sus propias sinagogas puesto que manejaban la versión griega de la
Sagrada Escritura. En el caso de la primera comunidad cristiana, esto empieza a ser
un obstáculo pues en la atención a las viudas de este grupo que también había
ganado adeptos a la causa del evangelio, eran menospreciadas.
Es obvio que el problema de sentarse a comer juntos significaba un gran
impedimento para avanzar en la comunión. Los apóstoles toman la iniciativa para
buscar una salida intermedia y es así que deciden constituir con los demás
discípulos a siete varones “helenos” que debían ser testigos del evangelio, probos e
inspirados por el Espíritu con sabiduría. Como vemos, para Lucas es importante
presentar diversas situaciones en las que se va encaminado el plan de Dios y cómo
los apóstoles van buscando las formas para conciliar y tomar decisiones que
busquen sobre todo fundamentar la unidad en medio de la diversidad que venía
dándose en la propia ciudad de Jerusalén. La elección conlleva un gesto propio
(imposición de las manos) y se delega las respectivas responsabilidades, pero como
veremos más adelante, parece que los “helenos” cobrarán también importancia en
la difusión del evangelio ganándose el respeto entre los miembros de la comunidad.
El número empieza a crecer, pero lo más sobresaliente es que también la casta
sacerdotal empieza a ceder ante la proclamación del evangelio, algo sumamente
importante desde el punto de vista de reconciliación con el pasado y de
favorecimiento en la difusión del evangelio, aunque las cosas no fueron dándose en
un ambiente tan pacífico como veremos con el desenlace de Esteban.
La carta de Pedro recoge la tradici￳n simb￳lica de la “piedra” o la “roca” para hablar
del carácter fundante de la fe de la comunidad cristiana pero que a su vez se
convierte en piedra de tropiezo para quienes no creen en él. Sin duda, el énfasis en
la condición particular que adquiere un miembro de la comunidad cristiana queda
muy bien retratado con la metáfora del edificio, donde todos somos importantes
pero lo que le da debida unidad y consistencia en definitiva es la “piedra angular”,
la piedra necesaria para que encaje perfectamente la estructura, y que justamente
los constructores no la supieron valorar. Es así pues que aquella piedra, si por una
parte resulta valiosa por su funcionalidad también se convierte en piedra de
tropiezo para quienes no descubren su valía. El lenguaje cultual llama la atención y
se recurre a él para subrayar el carácter sagrado de la comunidad con lo cual se
fundamenta la misión de la comunidad cristiana llamada a dar testimonio de quien
le ha sacado de las tinieblas a la luz portentosa: Cristo.
El evangelio recoge un fragmento del largo discurso de despedida de Jesús en el
marco de la Cena previa a su pasión y muerte. Según las palabras que
encontramos en esta intervención de Jesús con los respectivos diálogos con sus
discípulos podemos hablar de que Jesús les habla de su partida y cómo deben
entenderla sus seguidores.
Nuevamente, la palabra que más se repite es “creer”. Pero más que un movimiento
de la mente es un asentimiento del corazón que implica también saber esperar. La
relación íntima entre el Padre y el Hijo se extiende a quienes creen en él, de allí que
la partida de Jesús no es sino un paso necesario para que los creyentes puedan
acceder también a la relación íntima con el Padre. La primera interrogante ante la
partida de Jesús la propone Tomás: ¿cuál es el camino? La incomprensión del
discípulo ayuda a dilucidar mejor las consecuencias de esta partida de Jesús. Él
mismo es el camino, la verdad y la vida. Se nota claramente la identificación con
Dios en esta tríada y por supuesto la centralidad de Cristo para llegar al Padre. Una
segunda interrogante propiciada por Felipe, introduce el tema del conocimiento y la
experiencia de ver al Padre. En Jesús se ha manifestado no solo el plan de salvación
de Dios sino su propia presencia, en obras y palabras. Así, es preciso creer y saber
esperar, pero esta esperanza no se traduce en una inactividad sino más bien en la
continuidad de la presencia de Jesús en la comunidad de creyentes pues Jesús
seguirá obrando a través de ellos. La vuelta al Padre es necesaria, pero el ciclo de
la vida humana anhelando su plenitud aún no termina. De allí la responsabilidad de
la comunidad cristiana de testimoniar la importancia de Cristo como único camino
que conduce al Padre, la única Verdad que puede llenar de sentido lo que hagamos,
la Vida que nos espera al final de nuestros días.
Jesús siempre camina con nosotros, la vuelta al Padre, es la reafirmación de la
esperanza cristiana en la vida eterna, pero no andamos solos por este mundo. El
auxilio divino del Espíritu ayuda a la Iglesia a ir discerniendo la realidad y así poder
encontrando las mejores soluciones a los problemas que puedan ir presentándose
en la vida comunitaria de la fe. Hoy como los discípulos del evangelio seguimos
interrogando: ¿Dónde estás Señor?; ¿Cómo llegar a ti Señor? Hoy como en la
primitiva comunidad surgen desavenencias y contradicciones y pedimos iluminación
para tomar decisiones acordes a nuestra convicción cristiana. Hoy seguimos siendo
piedras vivas de este edificio unidos a Cristo la piedra angular, pero también
vivimos a expensas de quienes ven a Cristo como piedra de tropiezo y entonces,
nos desanimamos y hasta renunciamos a ser testigos de una piedra que siendo
despreciada por los hombres resulta ser la piedra que falta para darle consistencia
a una humanidad resquebrajada por el pecado.
Cristo es el camino, la verdad y la vida, y por tanto no debemos dejar de buscarlo,
de implorarle, de pedirle discernimiento, para que así, a pesar de los diferentes
obstáculos que se presenten, sepamos enfrentarlos con la seguridad de sabernos
acompañados por Él. Me uno a la oración del salmista que resume muy bien este
anhelo ferviente del creyente: “Los ojos del Se￱or están puestos en sus fieles, en
los que esperan en su misericordia, para librar sus vidas de la muerte y reanimarlos
en tiempos de hambre”.
Con permiso de somos.vicencianos.org