V Domingo de Pascua, Ciclo A.
Rosalino Dizon Reyes.
Para ofrecer sacrificios espirituales (1 Pe 2, 5)
La cena que muchísimo ha deseado comer Jesús con los suyos antes de su pasión
es prenda de la convivencia eterna allí donde el Maestro y los discípulos
compartirán gozosos el pan tierno y el vino nuevo del reino plenamente establecido.
Durante la última cena Jesús muestra—de modo tan escandaloso que Pedro rehúsa
participar—su amor y su servicio hasta el extremo. También anuncia tanto la
traición de Judas como la negación de Pedro. Deja claro que ha llegado la hora de
su tránsito del mundo al Padre.
El ambiente no puede ser sino sombrío y perturbador. Por eso, consuela Jesús a sus
seguidores: «Que no tiemble vuestro corazón». Más adelante los tranquilizará con
el don de paz: «La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy como la da el mundo.
Que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde».
Nos desconsuela a no pocos de nosotros notar que la religión, tal cual la hemos
conocido, se está desapareciendo, junto con la cultura calificada de cristiana. A
veces los que vivimos en una sociedad pluralista nos sentimos tan atacados por
elementos seculares, empeñados en cercenar nuestra libertad religiosa, que
acabamos, sin darnos cuenta, trivializando los sufrimientos de los realmente
perseguidos en muchas partes del mundo. No contentos con una postura
autodefensiva, incluso nos hacemos guerreros culturales, listos para lanzar una
contraofensiva.
Pero se nos manda a meter la espada en la vaina. También las bienaventuranzas
ofrecen como protección garantizada solo la extrema pobreza que significa fe
absoluta y confianza completa en el Padre y sus medios. Y como el Padre, a quien
nadie jamás ha visto, está en el Hijo único y él en el Padre, en Jesús tenemos que
creer también y confiar. Nos asegura que él es el camino y la verdad y la vida, y
que quien lo ve, ve al Padre.
Así que lo único que hemos de hacer para no apartarnos del camino de la verdad y
la vida es andar por el camino de servicio abnegado de Jesús. Para tener asegurada
la visión de Dios, nos basta con tener los ojos fijos en Jesús. De este modo también
los que somos «una raza elegida, un sacerdocio real, una nación consagrada, un
pueblo adquirido por Dios», le damos el culto puro, consistiendo en atender a los
necesitados, sin ninguna discriminación, y en no acomodarnos a las seguridades
mundanas.
De verdad, el dedicado a la Palabra, proclamando hazañas salvadoras y atribuibles
solo al Señor, y haciendo memoria de ellas, hace todo lo posible para que reine la
armonía y para que ningún pobre se desatienda y pierda la fe y la confianza en
Jesús. El verdadero discípulo—lo fue san Vicente de Paúl—tanto conoce a Jesús por
la fe que sabe «dejar a Dios por Dios» y hacer obras alumbradoras.
Con permiso de somos.vicencianos.org