V Domingo de Pascua, Ciclo A.
Sociedad de San Vicente de Paúl en España.
«Señor, si tú estuvieras en mi lugar, ¿qué harías en esta ocasión?» (SVdeP)
El Evangelio de esta Liturgia, tiene un fuerte sabor a despedida. De hecho, el
pasaje forma parte del diálogo de Jesús con sus discípulos en los momentos previos
a los acontecimientos de su pasión y muerte. Después del signo del lavatorio de los
pies, Jesús ha continuado un largo diálogo con sus discípulos, en el que va
explicitando lo que podríamos llamar su testamento espiritual, presintiendo que ya
está cercano su fin y que ya no estará más en medio de ellos.
Y no es para menos que Jesús dedicara un amplio espacio a preparar a sus
discípulos sobre el futuro que les esperaba ya sin su presencia física. Es obvio que
históricamente es imposible afirmar que Jesús era consciente o no de su inminente
arresto y ulterior condena a muerte; pero en lo que concierne a la narración, su
suerte ya estaba echada; en Juan 12,50, el sumo sacerdote dictó ya prácticamente
su sentencia: “Es mejor que muera uno sólo por el pueblo y no que muera toda la
nación”; por eso, desde aquel momento “los sumos sacerdotes y los fariseos dieron
órdenes para que quien conociese su paradero lo denunciase, de modo que
pudieran arrestarlo.
Es lógico, pues, que Juan vaya poniendo en labios de Jesús palabras de despedida.
Por supuesto que los discípulos no entenderían sus palabras; hasta el último
momento esperaban que se manifestara como el Mesías de Israel, porque aún no
habían podido superar la idea de un mesianismo, extraordinario y espectacular. No
habían logrado entender todavía de qué manera Él estaba ya llevando adelante la
misión que le correspondía como enviado del Padre.
Con todo, Jesús les da ánimo con palabras esperanzadoras: “No se inquieten; voy a
prepararles un lugar, para que donde Yo esté, estén también ustedes”. Hasta aquí
todo va muy bien; ¡quién más que los discípulos quisiera mantener indefinidamente
la compañía del Maestro! El desconcierto viene cuando Jesús les habla de recorrer
el camino por sí solos: “No sabemos a donde vas, ¿cómo podemos conocer el
camino?, le dice Tomás, hablando por el resto de los discípulos.
Para todo ser humano recorrer el camino -de la vida- es y será siempre su mayor
desafío; sin embargo, es lo que tal vez puede producir mayor satisfacción, cuando
tenemos la suerte de haber encontrado el camino acertado. “Yo soy el camino, la
Verdad y la Vida”. Si los discípulos han estado atentos a las palabras, a los signos y
al estilo de vida de su Maestro, no podrán tener ningún temor, pues basta con
seguir sus huellas, basta con actuar en cada circunstancia como lo haría el Maestro
y eso sería más que suficiente.
Sin embargo, parece que los discípulos aún están en ciernes, les falta aún mucha
conciencia, mucha formación, para poder entender cuál es el camino por el que ha
optado Jesús. Pero no sólo desconcierta a los discípulos el tema del camino;
también para ellos es desconcertante la idea de la “Paternidad de Dios”; Jesús
habla con una familiaridad extrema de la paternidad de Dios, al punto de llamarlo
“Mi Padre”, algo que no era tan común en el judaísmo. Que no era tan común lo
podemos confirmar por el revuelo y el escándalo suscitado entre las autoridades del
templo, hasta el punto de tildar a Jesús de loco, y de acusarlo de blasfemo, porque
llamaba Padre a Dios.
Consideremos este discurso dirigido a una audiencia que se encuentra sin ver a
Jesús, la comunidad joanina. A esta comunidad, que recibe el evangelio, se les está
proponiendo seguir el ejemplo de Jesús, de la misma forma que Jesús pidió a sus
discípulos cercanos (en el tiempo y espacio) que siguieran su propio ejemplo. Hoy
cada uno de nosotros bautizados, estamos invitados a vivir y amar como Jesús vivió
y amó.
ᆱ¿Es esto conforme con las máximas del Hijo de Dios?” Si así lo cree, diga:
“entonces, bien, hagámoslo.ᄏ (SVdeP)
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