Quinta Semana de Pascua
Miércoles
Permanecer en Cristo (I): una unión vital
Juan 15, 1-8
“El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto”
Pasamos hoy a la lectura de la segunda parte del discurso de despedida de
Jesús, que abarca todo el capítulo 15 hasta el versículo 4 del capítulo siguiente.
En Juan 15,1-8, Jesús usa el evocativo símbolo de la vid y los sarmientos. Para
los oyentes de Jesús era fácil visualizar la enseñanza, observando cómo se
cultiva, como crecía y cómo se producía la uva y la uva de la mejor calidad.
Vamos entrar también nosotros en esta imagen.
Un nuevo contexto
El capítulo 14 terminó con la orden de Jesús a sus discípulos: “ Levantaos,
vámonos de aquí ”. Jesús y sus discípulos terminaron la última cena y salieron
hacia el Monte de los Olivos pasando por los viñedos que crecían alrededor de
Jerusalén en esa época.
Recordemos que era la víspera de la fiesta de la pascua, la fiesta de la luna
llena. A esa hora la luna brillaba intensamente sobre los campos que rodeaban la
ciudad y los discípulos podían distinguir el camino mientras bajaban por la
hondonada, rodeando las murallas de Jerusalén, podían contemplar los viñedos e
incluso verse las caras mientras iban conversando con Jesús.
Sin duda los discípulos estaban tratando de comprender mejor las enseñanzas
de Jesús mientras estuvieron sentados en la sala de la última cena. En varias
ocasiones Jesús les había anunciado su regreso al Padre a través de su muerte.
Esto los había dejado tristes e turbados en sus corazones. Jesús les había
hablado de la venida del Espíritu Santo, quien ocuparía su lugar y, de una forma
extraordinaria, los conduciría de nuevo hacia Él.
Esto debía haberlos dejando con nuevas preguntas. Sobre todo una frase que a
lo mejor debía estar martillando en ellos, era: “ vosotros en mí y yo en
vosotros ”. Esta era la implicación de lo dicho en 14,23: “ Si alguno me ama,
guardará mi Palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos
morada en él ”. Todo esto se sintetiza en la palabra “Permanecer”.
Los discípulos están sorprendidos, se trata de algo novedoso y al mismo tiempo
grandioso: “ Vosotros en mí y yo en vosotros ”. ¿Qué significa esto? Jesús
explica: “ Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el viñador. Todo
sarmiento que en mí no da fruto, lo corta, y todo el que da fruto, lo
limpia, para que dé más fruto. Vosotros estáis ya limpios gracias a la
Palabra que os he anunciado ” (15,1-3). Veamos las ideas fuertes:
1. Los personajes de la alegoría
Jesús: la “vid verdadera”
Yo soy la vid verdadera ” (15,1ª). Jesús se contrasta a sí mismo con el bien
conocido símbolo de pueblo de Israel que la vid.
El orante que escribió el Salmo 80 fue bien claro cuando se refirió al Pueblo de
Israel comparándolo con una vid: “ Una viña de Egipto arrancaste y la
plantaste en esta tierra ” (v.9). En el capítulo 5,7 del profeta Isaías
encontramos también una preciosa descripción de la “ viña del Señor de los
ejércitos ”, de c￳mo Dios le prepar￳ el terreno, la cuid￳ e hizo todo lo que pudo
para que diera los mejores frutos, pero cuando vino a buscar estos frutos no
encontró sino uvas pasmadas, encontró agraces.
En las palabras “ Yo soy la vid verdadera ”, Jesús no está diciendo que el Israel
bíblico sea una falsa vid. Lo que quiere decir es que Él es la verdadera vid de la
cual el pueblo de Abraham fue un símbolo, una imagen. Es decir, que es Jesús
quien produce al final el fruto que Dios ha estado buscando a lo largo de la
historia.
El Padre: “el viñador”
Mi Padre es el viñador ” (15,1b), el agricultor. Una pequeñísima anotación
técnica, el término griego “georg￳s” (de donde el nombre “Jorge”), describe la
actividad de un jardinero. Sabemos de todo el cuidado, la concentración y el
empeño con que trabaja un jardinero. Pues así es la obra de Dios Padre, él es el
jardinero que se ocupa de su viña.
Los discípulos: “los sarmientos”
En el v.5, Jesús compara a un discípulo suyo con la rama de una vid: “ Yo soy la
vid, vosotros los sarmientos ”, y enseguida explica que hay dos tipos de
ramas: las ramas que dan fruto (15,5b) y las ramas que no dan fruto (15,6).
Por lo tanto los discípulos de Jesús podemos ser clasificados en dos tipos. La
diferencia está en el producir fruto o no.
2. La obra del Padre como viñador
Se mencionan dos tareas:
La primera obra de Dios Padre como viñador es cortar, arrancar (literalmente),
la rama que no da fruto: “ Todo sarmiento que en mí no da fruto, lo corta
(15,2a).
Quizás pueda ser iluminador aquí el pasaje de 1 Jn 2,19: “ Salieron de entre
nosotros, pero no eran de los nuestros. Si hubiesen sido de los nuestros,
habrían permanecido con nosotros. Pero sucedió así para poner de
manifiesto que no todos son de los nuestros ”. Podríamos releer este texto a
la luz de las deserciones que eventualmente constatamos.
La segunda obra de Dios Padre es limpiar las ramas que sí dan fruto. Esto lo
hace con su Santa Palabra: “ Y todo el que da fruto, lo limpia, para que dé
mas fruto. Vosotros estáis ya limpios gracias a la Palabra que os he
anunciado ” (v.2b-3). Cuando se retiran bien los frutos se pueden recoger
después más y mejores. Quien sabe darse a los demás, le vienen más dones y
tiene luego mucho más.
Lo propio de un discípulo es estar siempre dando más y más frutos. Para ello la
Palabra de Dios va haciendo su trabajo interno: se va volviendo en savia de vida
que fructifica en muchos signos de superación y crecimiento; esta es la manera
como poco a poco vamos mejorando y pareciéndonos cada vez más a Jesús.
3. Los primeros grandes frutos
El primer gran fruto: la oración eficaz
En una vida comprometida de esta manera (sobre esta base de la relación justa
y amorosa con los demás) la oración (la petición: lo que se espera de Dios) se
vuelve eficaz: “ Pedid lo que queráis y lo conseguiréis ” (v.7b). En otras
palabras, los esfuerzos que estamos esperando realizar alcanzan sus logros. Y
esto porque nuestra vida está en sintonía con el querer de Dios. La eficacia de
la oración está condicionada al plan de Dios, un plan que conoce quien está en
comunión de vida con Jesús. Esto significa:
(a) vivir lo que Jesús nos ha prometido en su Buena Noticia, y
(b) llevar a cabo su obra en el mundo.
(a) Notemos que en el texto Jesús dice “ mis palabras ”, para elo no utiliza el
término griego “logos”, que indica la Biblia entera, sino “rhema”, que indica las
promesas específicas de Jesús. Esto es precisamente lo que hay que pedir. No
olvidemos que la oración y la Palabra de Dios van juntas: la Palabra nos describe
el amplio cuadro de la obra de Dios en el mundo, lo que él hace para nuestra
salvación, para nuestra plenitud como creaturas suyas. Esto es lo que nos
ofrece como promesa. La oración no es una manera de arrancarle a Dios lo que
yo quiero que él haga, sino pedir que haga lo que prometió hacer. Por eso hay
que orar en sintonía con la Palabra: “ Si mis palabras... pedid... lo
conseguiréis ”. A veces puede tomar algo de tiempo, pero ciertamente lo hará.
(b) Si miramos el contexto del discurso de despedida de Jesús (Juan 14-16)
notaremos también que cuando Jesús habla de la oración no se refiere a
cualquier tipo de petición. Constantemente se refiere a la oración que implora la
fecundidad de la misión (que al fin y al cabo es la obra transformadora del
mundo). Leamos Jn 14,12-14. Una vez más queda claro que la fecundidad de
evangelización (y todo esfuerzo por transformar el mundo) depende en última
instancia de la comunión con Jesús y de la obra del Padre.
El segundo gran fruto: el glorificante testimonio
El texto concluye con la frase: “ La gloria de mi Padre está en que deis
mucho fruto, y seáis mis discípulos ” (v.8).
Podríamos decir que aquí está la síntesis todas las enseñanzas. Se comenzó con
la obra del Padre (una especie de nuevo génesis en la vida pascual del cristiano,
como se describi￳ en el v.2: “ Mi padre es el viñador ” que trabaja por la vi￱a
para que de mas fruto ”) y se termina con la “ gloria del Padre ” en la
plenitud de la vida (ver el v.6 que se refiere al final de los tiempos). El Padre
está en el origen y en el culmen de todo.
Un discípulo le da “ gloria ” al Padre, es decir, revela su verdadera realidad de
Padre generador de vida. La manera de evidenciarlo es: (1) viviendo en
comunión con Jesús –que es la plenitud de vida- en la dinámica del discipulado y
(2) convirtiéndose en un valiente apóstol que esparce frutos de vida por
doquiera que va. Notemos que hay un “hacia dentro” y un “hacia fuera”, en la
dinámica del hombre nuevo creado por Dios.
Los dos aspectos van juntos y configuran una vida de glorificante testimonio. Por
el estilo de vida de los discípulos, por el gozo, el amor y la paz que irradian –que
son los dones pascuales de Jesús- , por su compromiso concreto a favor de la
vida en el mundo, los discípulos atraen a mucha gente hacia esta novedosa
experiencia de Dios.
Y en esta fecundidad misionera que hace del mundo la viña –el jardín de la vida-
que Dios siempre quiso, “ el Padre es glorificado ”, es decir, es reconocido y
acogido por el mundo como “Padre” generador de vida.
Cultivemos la semilla de la palabra en lo profundo del corazón
1. ¿Por qué Jesús pronuncia la alegoría de la Vid y los Sarmientos? ¿Cuál es el
tema?
2. ¿Cuál es mi lugar en comparación? ¿Qué es ser discípulo de Jesús?
3. ¿Cuál será el fruto que el Señor está esperando de mi a partir de la Palabra
que estoy escuchando hoy?
Padre Fidel Oñoro CJM