VI Domingo de Pascua, Ciclo A.
DA GUSTO TENER SED
Padre Pedrojosé Ynaraja
Hace tiempo se anunciaba con esta frase un refresco. Me ha venido a la cabeza
ahora que os escribo a vosotros, mis queridos jóvenes lectores, y a la vez voy
preparando yo la próxima fiesta de Pentecostés. Los contenidos de la liturgia desde
hace unos días, van en esta dirección. El tiempo pascual acelera ideas nuevas que
nos deben ilusionar y ponernos a la vista la próxima fiesta.
En la primera lectura se nos habla de Samaría. En aquel tiempo, esta región
intercalada, entre Galilea y Judea, estaba habitada por los samaritanos. Eran estos
una secta judía, amalgama entre tradiciones bíblicas y de otros orígenes. Ocurrió
que, cuando fueron deportados los judíos a tierras de Babilonia, en la región de la
que os hablo, con el pequeño resto, que por su poca categoría social, ni merecían el
destierro, ni era necesaria la vigilancia, se introdujeron también, como medida para
corromper su fe, gentes de otros lugares y culturas. Permaneció exclusivamente la
Torá o Pentateuco, por parte hebrea, añadiéndosele lo que llegaba de fuera. En
tiempos de Jesús, pues, se identificaba territorio con religión. En la actualidad la
región pertenece a la Autoridad Palestina y vive la entidad religioso cultural que
llamamos samaritana, en la cumbre del monte Garizín, encima de Nablús, población
que corresponde bastante con la antigua capital. Al lugar donde ahora uno
encuentra lo que queda del antiguo reino del norte, se le llama Sebastiye, situado a
11km. Hoy en día la totalidad de la comunidad religiosa, se compone de unos 670
fieles, que forman un barrio edificado exclusivamente para ellos no hace mucho.
Anteriormente cada familia ocupaba lugares diferentes de la ciudad. Sólo unos
pocos fieles viven ahora cerca de Tel Avid y alguno más,según creo, en EEUU.
Felipe va allí a evangelizar y la gente lo acoge. Pese a que los apóstoles eran
judíos, rivales socialmente hablando, de los samaritanos, son conscientes de que
Jesús no marcó fronteras. Marchan, pues, a completar ellos la predicación de la
doctrina de Cristo, que les ha ofrecido el diácono Felipe, infundiéndoles el Espíritu
Santo.
En la segunda lectura, la carta de San Pedro advierte a sus lectores, que han de
estar dispuestos a explicar a los demás, las razones de su Fe. Estoy de acuerdo que
el fanatismo no es ni correcto, ni bueno, ni legítimo, pero eso no implica que
escondamos los motivos que nos mueven a obrar de una determinada manera. A
ser lo que somos. Los que se relacionen con nosotros deben advertir que nuestro
comportamiento no es el mismo que el del común de los hijos de vecino y se
preguntarán el porqué. La Fe no es cosa que debamos guardarla bien cerrada, en la
caja de caudales de nuestra conciencia. Debemos estar dispuestos no solo a hablar
de ella, sino también a ofrecerla generosamente a los demás. Es lo que
corresponde a personas que viven esperanzadas, como nosotros debemos ser.
Esperanza que hoy tanto escasea, dicho sea de paso y lamentándolo.
El Señor sabía muy bien que había sido el maestro de los apóstoles y les recuerda
que lo que les ha enseñado. No son noticias o verdades únicamente para guardar
en el frigorífico mental de cada uno. Ha querido que supieran que exigían vivir de
una manera diferente, y esto supone saber cumplir y ponerlo en práctica. Si
aprender puede costar poco, realizar lo aceptado es a veces difícil. Si lo es, no se lo
oculta, les anima, porque para conseguirlo, no estarán solos. Él les enviará su
Espíritu, su fuerza y con ella sí que podrán. No deben, pues, temer. Vuelvo al
principio: si tenemos sed de Fe, cuando nos llegara esta ayuda que se nos anuncia,
sentiremos una gran satisfacción. Que con la Fe se nos da también la alegría, el
júbilo.