Comentario al evangelio del sábado, 31 de mayo de 2014
Queridos amigos y amigas:
Cerramos el mes de mayo y también la semana litúrgica con la fiesta de la Visitación de la Virgen
María .
Ella, María, tenía razones poderosas para cuidarse, para permanecer tranquila en Nazaret. Necesitaba
tiempo para asimilar su inesperada maternidad. Nadie podía exigirle que, después del susto, no pensara
durante un tiempo en sí misma.
Tú tienes también tus problemas. Quizá no son enormes, pero en más de una ocasión te han servido de
excusa para no complicarte la vida. Tienes derecho a disfrutar del fin de semana después de cinco días
de trabajo intenso. Andas ajustado económicamente como para dar una cuota fija a Cáritas. El médico
te ha dicho que tienes que descansar más, que ya no tienes años para andar visitando ancianos
solitarios en sus casas. Tus padres insisten en que lo primero es el estudio y luego, si sobra tiempo,
puedes empezar a pensar en otras cosas. Lo oyes a menudo por la calle: “Nadie va a resolver mis
problemas”.
Ella, no obstante, dejó la aldea de Nazaret y, sin pensarlo dos veces (“con prontitud” dice Lucas), se
puso en camino hacia Ain Karim, el pueblo de su pariente Isabel. No se había recuperado del asombro
producido por el anuncio del ángel y ya estaba pensando en la manera concreta de echar una mano. Los
160 kilómetros que separan Nazaret de Ain Karim fueron testigos del paso decidido de una muchacha
solidaria.
Tú, en más de una ocasión, has sentido algo semejante. No eres tan insensible como para no darte
cuenta de que tus hijos necesitan que les dediques más tiempo. Quieren comentarte cómo les va en el
colegio y lo bien que lo han pasado con los amigos el fin de semana. Tú sabes que tus padres son algo
más que trabajadores a tu servicio y que sería bueno decírselo alguna vez. Alguien te ha dicho que en
el tercero hay una pareja de ancianos que apenas reciben visitas. Has descubierto que en el colegio hay
una chica a la que nadie invita nunca a dar una vuelta. De acuerdo, tú también tienes tus problemas,
andas con el tiempo tasado, se te ha echado encima una semana a tope. Dice Lucas que ella lo hizo
“con prontitud”. ¿Cuánto tardas tú en recorrer los tres metros que te separan de tus padres, los dos
pisos que hay entre el tuyo y el de los ancianos solitarios?
Ella no entró en casa de Isabel haciéndose la importante, quejándose de la cantidad de cosas que había
tenido que dejar en Nazaret para venir a servirle, poniendo cara de sufridora, exigiendo sutilmente
reconocimiento. Ella entró saludando; es decir, regalando a manos llenas la gracia y la paz. Desbordó
tanta alegría que hasta el pequeño Juan se vio afectado por esas ondas misteriosas de entusiasmo.
Tú, cuando te pones en camino, siempre estás tentado de que tu mano izquierda se entere bien de lo
que hace la derecha. A veces -es verdad- no te importa hacer un favor, pero tampoco está de más que te
lo agradezcan. Te has sorprendido en más de una ocasión haciendo una lista de los esfuerzos que has
tenido que hacer “para estar un ratito contigo, chica”. Cuando piensas en ella sientes que tu entrega
tiene que ser gratuita. Si no, ¿qué gracia tiene? ¡Ya hay mucha gente que hace muchas cosas, y a veces
duras, para recibir algo a cambio! Comprendes que la tarjeta de visita de una entrega gratuita es
siempre la alegría y la sencillez.
Ella se vio inmediatamente correspondida por Isabel. No rechazó la alabanza. Simplemente, con el
espíritu alegre, la dirigió al que es la fuente de todo amor, prorrumpió en un canto de agradecimiento a
Dios, su salvador.
Tú sabes muy bien que si brota de ti un pequeño gesto de entrega es porque Alguien se te entrega todos
los días sin reservas. ¿Has pensado ya en cantar tu Magnificat? ¿Has pensado en orar con María ?
C.R.