Pautas para la homilía
Solemnidad. Domingo de Pentecostes
“Como el Padre me envió, así os envío yo...”
I.- Los textos del domingo.
a.- San Lucas no ofrece una crónica de sucesos sino que nos induce a descubrir la
revelación teológica del misterio de Pentecostés: Con la fuerza del Espíritu aparece
un lenguaje nuevo donde para hablar de Dios no hay que usar idénticos vocablos
sino participar en el mismo amor al prójimo, como mandato del Señor.
b.- San Pablo utiliza con plena validez el ejemplo del organismo humano: Multitud
de órganos, cada cual con sus funciones se mantienen coordinados y subordinados
por la vida que les inunda desde el origen, para cubrir las necesidades personales.
Si falta el alma brota la descomposición y corrupción cadavérica. Así es también en
el cuerpo místico de Cristo.
El mismo Espíritu, que reinó al comienzo... es quien instaurará en el mundo el
perdón y la paz, con la mediación del mismo ser humano, creado a imagen y
semejanza de Dios. El Espíritu hace que todos formemos una unidad mayor y más
fuerte aún que la expresada por las energías biológicas, con tal de que la libertad
actúe correctamente. En cada uno, y en cada tiempo, se manifiesta el Espíritu para
el bien común.
c.- San Juan recoge el saludo del resucitado por dos veces: En la primera reciben la
confirmación de la experiencia pascual, y rompe la decepción y el miedo que les
embargaba; en la segunda les envía con su fuerza a mostrar al mundo la salvación
de Dios. No basta creer el hecho de la resurrección; es necesario experimentar su
presencia novedosa, a través de la cual la comunidad cristiana encuentra en Cristo
su centro y fuerza evangelizadora.
II. Una realidad viva.
a.- Personal. Tratemos ante todo de descubrir y vivir que la realidad de Pentecostés
es algo de orden personal, individual, que cada cual tiene que incorporar ahora a su
vida, desde su condición particular. Los primeros cristianos tuvieron serias
dificultades para aceptar que lo que vivían era voluntad de Dios; se convencieron -
por la fe- de la cercanía de Jesucristo resucitado, vivo y tan eficaz como la realidad
física humana anterior.
b.- Imprescindible. El Espíritu Santo es una realidad tan importante en nuestra vida
espiritual, que sin ella ni siquiera podemos decir: “Jesús es el Señor”. A su lado,
con la misma confianza y serenidad, afirmaremos que la acción del Espíritu no
puede faltarnos en ningún momento, porque tenemos como fundamento de nuestro
propio ser al Dios-Espíritu, aunque con demasiada facilidad no seamos conscientes
de ello: Es Dios que se da, para que podamos existir y persistir. “En Él vivimos, nos
movemos y existimos”.
c.- Sobre-natural. La persona es el sujeto de la inhabitación Trinitaria, en cada uno
de los cristianos. En ello consiste la filiación divina, de manera gratuita a través de
la mediación del Hijo, Jesús el Cristo. Desde dentro, en nuestra propia esencia
radica la sobrenaturaleza, y desde allí mueve las diferentes facultades para verificar
sus propios actos de una manera ordenada y habitual. También a la fe pertenece la
colaboración necesaria de la libertad humana para mantener el orden y la fidelidad
a los planes divinos.
III. El Espíritu nos hace libres.
a.- Fuerza interior. El Espíritu tiene la misión de hacernos libres, superando
cualquier tipo de esclavitud alienante. Es la energía para luchar contra las fuerzas
disgregadoras del yo-humano: “demonios”, pecado, egoísmos, vanidades, miedos y
tantos otros movimientos que oscurecen la razón llevándole a tomar como bueno
aquello que no lo es. Dios actúa siembre desde dentro y en ningún caso violenta ni
el ser ni la libertad humana.
b.- Fuerza unitiva. En Pentecostés las personas de diversa lengua, raza y nación,
libres y esclavos fueron capaces de entenderse... Nosotros también lo seremos, en
cuanto que hemos sido bautizados en el mismo Espíritu, para formar un solo
cuerpo. Cierto es que quedará a nuestro cargo descubrir sutilmente los campos de
combate del desorden, para reforzar con la oración la fortaleza de nuestra fidelidad
cotidiana.
c.- Fuerza evangelizadora. Dios-Amor presente en nosotros es la base de la unión
con él y la fuerza expansiva para anunciarlo a los demás. No es un descubrimiento
intelectual o meramente racional, sino afectivo, existencial, de unidad con Dios por
amor gratuito. La fe es insuficiente desde lo cognitivo si no se acompaña de la
adhesión voluntaria a sus contenidos transformantes de la vida. Hemos de fiarnos
del Señor, y hacer lo que nos manda.
Tal experiencia nos ha de motivar a orar en todo tiempo para descubrir la alegría
que encierra el hecho de compartir con los demás el tesoro escondido en nuestro
corazón, y así celebrar el mandamiento del Señor: Amaos unos a otros como yo os
he amado. Recibid el Espíritu Santo; perdonaos mutuamente. Paz a vosotros.
Permaneced en mi amor.
Fray Manuel González de la Fuente
Con permiso de: dominicos.org