Comentario al evangelio del sábado, 7 de junio de 2014
Queridos amigos:
Llegamos al final de los Hechos. El texto no habla del martirio de Pablo. Lo presenta en Roma, en una
especie de arresto domiciliario. Allí va a transcurrir un par de años recibiendo a todos los que acudían,
predicándoles el Reino de Dios y enseñando la vida del Señor Jesucristo con toda libertad, sin que
nadie lo molestase. El tenor positivo de estas frases hace pensar que Lucas es casi un ferviente
partidario de vivir con un soldado a la puerta de casa. En fin, por encima de estas circunstancias,
importa subrayar cómo vive Pablo esta situación por dentro. Se lo dice claramente a la comunidad
judía de Roma: Por la esperanza de Israel llevo estas cadenas. Todo lo soporta porque –como él mismo
ha escrito a los cristianos de la Urbe– nada nos separará del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús.
Llegamos también al final del evangelio de Juan. Se hace una referencia a la enigmática figura del
discípulo amado, sobre el que se han hecho tantas conjeturas que no merece la pena perdernos en ellas.
En el texto de hoy se vincula esta figura al discípulo que se recostó en el pecho de Jesús en la última
cena y –lo que ahora importa más– al que testimonia la verdad de lo contenido en el evangelio. Lo
escrito no es más que un símbolo porque si se escribieran una por una (todas las cosas que hizo Jesús)
no cabrían ni en todo el mundo. No hay pruebas de que el redactor de esta afirmación fuera andaluz.
Mañana celebraremos la solemnidad de Pentecostés con la que termina el tiempo pascual. Os
invitamos a echar un vistazo a los cincuenta días transcurridos:
¿Cómo ha sido la Pascua de este año 2014? ¿Hemos experimentado alguna victoria “en tanta
guerra”?
¿En qué caminos se nos ha hecho más visible la presencia del Resucitado?
¿Hemos metido nuestros dedos en algunas heridas para comprobar que efectivamente era Él?
¿Con qué animo nos disponemos a celebrar la irrupción del Espíritu y a seguir caminando en la
vida ordinaria?
C.R.