Solemnidad. La Asunción del Señor, Ciclo A.
Mario Yépez, C.M.
Se abre la era de los testigos
Lucas vuelve a repetir en el libro de los Hechos de los apóstoles el relato de la
ascensión con el que concluyó su evangelio (Lc 24,50-53), pero añade algunas
otras cosas a este encuentro de Jesús con sus discípulos configurando así la
convergencia entre el tiempo de Jesús y el tiempo de la Iglesia. A Lucas le preocupa
que se marque un cambio de etapa (pero en continuidad) en el plan de salvación y
para ello es preciso que Jesús vuelva al Padre con lo que termina la misión llevada
a cabo por el Hijo. A partir de ese momento, la comunidad cristiana inicia su tiempo
de santificación acompañada por la fuerza del Espíritu Santo por lo que, constituida
la comunidad de Jerusalén, es decir, los Doce, se hallan preparados y expectantes
para la venida del Espíritu Santo. Por tanto, es importante en este relato que se
subraye la promesa del Padre ante la partida inminente de Jesús. El tiempo de la
“restauraci￳n” (concepto judío) todavía no ha llegado pero tampoco parece coincidir
lo que se habría entendido por el judaísmo con la propuesta del evangelio. Más
bien, se abre el tiempo del testimonio, con lo cual los seguidores de Jesús tienen
que ser testigos de Cristo plasmando así el itinerario que seguirá Lucas en su obra
de los Hechos de los apóstoles (Jerusalén, Judea, Samaria y el confín de la tierra).
Culmina el tiempo de Jesús, sube a lo alto y crece la esperanza de la promesa
hecha. Este nuevo tiempo que se inicia también tiene su punto culminante y queda
revelado en el discurso de los dos hombres vestidos de blanco: Jesús volverá de la
misma forma que lo vieron marcharse.
La carta a los efesios que recoge hoy la liturgia es un fragmento muy peculiar pues
está lleno de términos referidos al “poder”. En un contexto bastante atiborrado de
deidades y fuerzas poderosas (mundo griego) encontramos esta exhortación a creer
en el Dios de Jesucristo. La eficacia del poder de Dios no radica en su arbitrariedad,
en su decidida intervención en la vida de los hombres para que éstos le teman sino
más bien en una decisión que repercute de la mejor de las formas para el ser
humano: su salvación. Sin duda, su concepción de poder y de autoridad no se
impone por temor o por despotismo puro, sino en salir de sí para revelarse al ser
humano y ofrecerle una vía de salvación a su propia realidad y que el hombre
olvida por lo que muchas veces su conducta contradice su alta dignidad.
Mateo concluye su evangelio con el pasaje de la ascensión. Es un encuentro
peculiar pues los discípulos aún persisten en sus dudas, pero Jesús revela la
autoridad que le ha sido dada y con la misma puede enviar (mandato imperativo) y
confía que sus discípulos puedan llevar la Buena Noticia a todos los pueblos. El
mandato también se extiende a bautizarlos en el nombre del Padre, y del Hijo y del
Espíritu Santo configurando de un modo particular este rito de ablución (pasa a ser
rito de iniciación) y continuar enseñando lo que Jesús les instruyó de manera
particular. La presencia de Jesús en la comunidad a pesar de la ascensión o la
vuelta al Padre es confirmada con las últimas palabras de Jesús. La comunidad
ahora pasa a significar la autoridad de Jesús en medio del mundo, pero en un
sentido totalmente nuevo.
En un mundo que apela a entender la autoridad como despotismo, opresión,
desinterés por el bien común, escuchamos en la liturgia de esta solemnidad de la
ascensión términos que nos hablan del poder y la autoridad de Dios y cuesta mucho
asimilarlo a la primera. Jesús delega a los suyos continuar su obra de salvación,
establece un marco de autoridad para la comunidad cristiana, pero él sigue estando
con su iglesia para siempre. Esto convierte a la Iglesia en una autoridad pero no
para destruir la dignidad de las personas sino para ayudarlas a encontrar su
plenitud. Sin duda hay un conocimiento escondido acerca de Dios que solo los
humildes pueden comprender y es que aquello que entendemos por poder y fuerza
se traduce en el mejor de los beneficios que podemos obtener: el mismo Dios. De
allí, la responsabilidad de la Iglesia de anunciar al Dios de Jesucristo, a este Dios
que se revela en la historia y nos abre las puertas del cielo trazando así la ruta por
la cual debemos seguir para alcanzar la máxima realización como persona. Estamos
en el tiempo de la Iglesia, no avanzamos solos por la vida, la presencia de Jesús
late en la vida de fe de la comunidad, por ello resulta triste refugiarse en una
soledad intimista que nos aleja del verdadero sentido de la esperanza cristiana. Por
eso solo los testigos
serán los protagonistas de esta nueva era, quienes con palabra y obra convencen al
mundo de que ya es tiempo de salvación y no de opresión; ya es tiempo de la
verdad y no de la mentira; ya es tiempo del Espíritu y no de lo impuro y diabólico.
Es verdad: “Dios asciende entre aclamaciones, el Se￱or al son de trompetas”. La
vuelta del Padre ha sido confirmada y la exaltación del Hijo a la derecha de Dios se
convierte en el punto culminante de la obra salvífica del Hijo. Hemos sido
sepultados en Cristo, ahora viviremos con él. No hay otro poder que esté al nivel
del poder de Dios y sin duda no tiene nada que ver con la concepción humana que
generalmente tenemos. El poder entendido como fanatismo y manipulación de las
conciencias es la enfermedad que atrofia el pensamiento puro y sincero, que
destruye las relacionas humanas, que divide a las comunidades, que mata los
buenos sentimientos de hacer lo mejor para los demás. Este “poder” es sin￳nimo de
idolatría absoluta. Roguemos a Dios para que nos dé el discernimiento necesario
para saber ser auténticos líderes que promuevan los altos valores humanos y
cristianos, que promovamos la unidad en medio de nuestras diferencias, y así nos
alejemos de poner al hombre como el centro del universo, o mejor dicho a nosotros
mismos. Dejemos que sea él, el Hijo, quien se siente y dictamine su juicio ante los
hombres. Tú Señor que subiste al Padre, hoy tu pueblo pide que regreses de la
misma forma que has subido, cuando tú lo creas conveniente, y completa tu obra.
Hasta entonces, aléjanos del poder que nos corroe e ilumínanos para comprender el
verdadero sentido de la autoridad y de seguro tocaremos el mejor de los himnos y
con maestría, con notas que son los aciertos de nuestra vida en humildad y
sinceridad.
Con permiso de somos.vicencianos.org