Solemnidad. La Asunción del Señor, Ciclo A.
Sociedad de San Vicente de Paúl en España.
«Esta casa, hermanos míos, servía antes de refugio para los leprosos; se les recibía
aquí y ninguno se curaba; ahora sirve para recibir pecadores, que son enfermos
cubiertos de lepra espiritual, pero que se curan, por la gracia de Dios. Más aún, son
muertos que resucitan.» (SVdeP XI, 710)
Este domingo celebramos la fiesta de la Ascensión del Señor, y las tres lecturas nos
muestran varios elementos fundamentales para el seguimiento de Jesús. Uno de
ellos es la presencia fundamental del Espíritu Santo: “Después de haber dado
instrucciones por medio del Espíritu… Ustedes serán bautizados con Espíritu Santo.
Recibirán la fuerza del Espíritu Santo” (Hch. 1,2.5,7); “Bauticen en el nombre del
Padre, del Hijo y del Espíritu Santo” (Mt 28,2.19) Otro elemento es la comuni￳n de
vida, la comunidad - koinonía: “Estando reunidos…” (Hch 1,6); “Jesús, cabeza de
la Iglesia, que es su cuerpo…” (Ef. 1,22); “Los once discípulos (como comunidad
discipular) fueron a Galilea” (Mt. 28,16) Por último, podemos encontrar la
universalidad de la misi￳n encomendada por Jesús: “Serán mis testigos en
Jerusalén, Samaria y hasta el confín del mundo” (Hch 1,8); “Vayan y hagan
discípulos entre todos los pueblos” (Mt. 28,19) Estos tres elementos, fundamentales
para el discípulo misionero de Cristo, están enmarcados en una causa justa: La
Causa del Reino de Dios.
Cada uno de nosotros bautizados, estamos bajo estas encomiendas: “Vayan,
bauticen, hagan discípulos, sean mis testigos, anuncien la Buena Noticia a toda la
humanidad.
Sólo el Espíritu nos ilumina e impulsa, a través de los signos de nuestro tiempo, a
testimoniar con la propia vida que otro mundo es posible y que queremos vida
digna para todos. Por tanto, son varias las razones que deben impulsarnos a
trabajar cada día, desde nuestros contextos y realidades, desde nuestra propia
cultura, con la confianza plena que el Se￱or “estará con nosotros hasta el fin del
mundo”. Con su presencia las cosas se nos harán no más fáciles, sino más
llevaderas, más esperanzadoras, puesto que se nos promete la permanencia del
Espíritu Santo en medio de nosotros.
¿Qué más podemos pedir? Tenemos que tomar con seriedad el compromiso al que
esto nos lleva. Los cristianos no podemos quedarnos de brazos cruzados, esperando
que las cosas cambien por sí solas. Debemos despertar del letargo y descubrir la
falta de sentido ocasionada tantas veces por situaciones injustas, como guerras y
violencia, falta de amor y solidaridad, que constantemente acechan a nuestras
sociedades. No podemos quedarnos mirando al cielo, como los discípulos (“¿qué
hacen allí parados mirando al cielo?”), sino que debemos ponernos en camino para
buscar la transformación de la humanidad sufriente, empezando por la propia
realidad individual y de la familia, para luego ir contagiando a los vecinos, a la
vereda, al pueblo, a los consocios de nuestras Conferencias, a la ciudad…
Estas razones, en este día, hacen que tomemos conciencia clara de que el poder
transformador del Señor nos impulsa para que nos hagamos responsables de que
su Causa del Reino tenga eficacia histórica en nuestros días. Nuestro estilo de vida
ha de ser el estilo del testimonio evangélico de Jesús y de su causa; un testimonio
que, por su esencia evangélica, hemos de vivir y ofrecer a los otros, con tanta
convicción como amor desinteresado y respetuoso.
¡Ánimo cristianos – vicentinos; la humanidad, nos espera!
«¡Qué dicha que la casa de San Lázaro sea un lugar de resurrección! Este santo,
después de haber permanecido durante tres días en el sepulcro, salió lleno de vida
(Jn 11, 38-44)… Pero ¡qué vergüenza si nos hacemos indignos de esta gracia!…; no
serán más que cadáveres y no verdaderos misioneros; serán esqueletos de San
Lázaro y no Lázaros resucitados, y mucho menos hombres que resucitan a los
muertos» (SVdeP XI,711)
Con permiso de somos.vicencianos.org