Solemnidad. Domingo de Pentecostés. )
Rosalino Dizon Reyes.
En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común (1 Cor 12, 7)
Jesús exhala su Espíritu sobre los discípulos para que vivan en comunión unos con
otros, con él y su Padre.
Jesús sabe lo que ellos necesitan antes de que se lo digan o admitan. Pasa por
puertas cerradas y penetra los secretos del corazón.
Nada más ponerse, pues, en medio de los suyos, el Maestro les saluda: «Paz a
vosotros»—como si, siempre valientes, nunca se hubieran amilanado ante su pasión
atroz. Y les enseña las manos y el costado—como si ellos, siempre sabios, nunca
hubiesen sido reacios a creer en un Mesías sufriente. No abriga sentimientos
recriminatorios; está allí para llenarlos de alegría, y no de remordimiento que los
abata aún más.
Les desea la paz de nuevo. ¿Acaso lo hace esta vez para que ellos recuerden con
cariño una misión preparatoria de paz y proclamación del reino emprendida por
ellos antes y de la cual volvieron contentos porque hasta los demonios se les habían
sometido en nombre de Jesús? Pero lo cierto es que a los escondidos se les manda
salir: «Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo». Dicho esto, el que
acaba de perdonar a los discípulos la infidelidad y la cobardía ahora les comunica su
Espíritu y les da el poder de perdonar pecados y también de retenerlos, por si a
este medio se ha de recurrir para alcanzar el fin, a saber, el arrepentimiento y el
perdón.
Es que la misión definitiva que se nos confía es de reconciliación y comprensión
mutua. Tenemos que salir de nuestras seguridades e ir a los dispersos por el
mundo, a los en las periferias especialmente, para compartir con ellos un solo
Espíritu, que éste siga estallando en llamas que posen sobre toda humanidad.
Los humanos somos hembras y varones, jóvenes y ancianos, pobres y ricos, de
diferentes pueblos y naciones, culturas y lenguas, pero juntos podemos formar un
solo cuerpo. Tenemos necesidad del Espíritu Santo que nos capacite para esta
misión de la unidad en diversidad, para procurar en colaboración la comunidad de
discípulos de un solo pensar y sentir, tan amigos unos de otros que ninguno de
ellos pasará necesidad, de personas que se quieran entre sí, como hermanas y
hermanos, y a los pobres, como sus señores (X 680).
El egoísmo construye torres de confusión, no comunidades, incluso tomando el
medio por el fin. Nos es imprescindible el Espiritu de entrega abnegada de Jesús; es
indispensable que vayamos recordando la pasión de Jesús y nos fijemos en sus
manos, costado y pies, en el pobre llagado.
Con permiso de somos.vicencianos.org