El éxito total de la vida
Voy a prepararles un puesto
Ascensión de Jesús a los cielos, Ciclo A
Los once discípulos partieron para Galilea, al monte que Jesús les había
indicado. Cuando vieron a Jesús, se postraron ante él, aunque algunos
dudaban todavía. Jesús se les acercó y les habló así: - Me ha sido dada
toda autoridad en el Cielo y en la tierra. Vayan, pues, y hagan que todos
los pueblos sean mis discípulos. Bautícenlos en el Nombre del Padre y
del Hijo y del Espíritu Santo, y enséñenles a cumplir todo lo que yo les
he encomendado a ustedes. Yo estoy con ustedes todos los días hasta el
fin de la historia. (Mt 28, 16-20) .
En este paso evangélico se presentan tres realidades: * el pleno dominio de
Jesús sobre toda la creación visible e invisible; * la misión salvadora
universal de la Iglesia, encomendada a todos sus miembros; * y la presencia
permanente de Jesús resucitado entre los suyos hasta el fin del mundo ,
como garantía de la victoria final sobre el sufrimiento, sobre el mal y sobre la
muerte; victoria en la que Jesús nos incluye a nosotros.
Jesús, vuelve al Padre, accede a una vida infinitamente superior y, como Rey
eterno, toma posesión de toda la creación visible e invisible, que anhela
compartir con nosotros: “Donde yo estoy, quiero que estén también ustedes”.
“Me voy a prepararles un puesto” (Jn14, 2). Como “Persona universal”
resucitada, cumple su promesa infalible: “Estoy con ustedes todos los días hasta
el fin del mundo” (28, 20). ¡Maravillosa presencia que hemos de vivir y
agradecer con gozo, sin cansarnos nunca!
La Resurrección y la Ascensión son dos misterios inasequibles e increíbles desde
la perspectiva humana. Son tan maravillosos y desconcertantes, que nos cuesta
creerlos como realidades que nos tocan personalmente, pues Cristo las ha
ganado también para nosotros. No podemos ignorarlas y perderlas, sino hacer
que ocupen nuestra mente y nuestro corazón, considerando todo lo demás
como lo que es: valores relativos, caducos, de segundo orden.
Jesús ha querido asimismo compartir con nosotros su misión evangelizadora y
salvadora en favor de la humanidad. Pero la evangelización no es sólo transmitir
verdades, doctrinas y dogmas, o sólo repetir los que el Maestro dijo, sino ante
todo vivir como él vivió y hacer lo que él hizo y como lo hizo: ayudando a los
más posibles a salvarse mediante una relación de encuentro amoroso personal
con Jesús resucitado presente y con los hermanos, imitando su forma de vivir,
de amar, de trabajar, de sufrir y de morir, para resucitar y ascender
definitivamente a la vida plena como él.
Dios nos ha asignado a cada cual una parcela de personas a evangelizar y
salvar; parcela que necesitamos localizar ya, empezando por casa, y siguiendo
por todos cuantos se relacionan con nosotros. Como cristianos, debe ser la
preocupación principal de nuestra vida: nuestras salvación para gloria del
Padre.
Pero evangelizar no es sólo predicar de palabra, sino también orar por esa
parcela y por ella ofrecer los sufrimientos de la vida, la enfermedad y la muerte,
darles ejemplo de vida unida a Cristo, y en especial llevarlas en el corazón a la
Eucaristía, sacramento máximo de salvación.
Para eso ha nacido, vivido y muerto Jesús: para abrirnos y señalarnos su mismo
camino de éxito final y total, y para compartir con nosotros su misión salvadora
a favor de los otros. Lo cual está al alcance de todos, aunque exija dedicación y
esfuerzo optimista permanente, pero seguros de su promesa: “Yo estoy con
ustedes” (Mt 28, 20), “Quien está unido a mí, produce mucho fruto; pero sin mí
no pueden hacer nada” (Jn 15, 7). Nada en orden a la salvación propia y ajena.
Padre Jesús Álvarez, ssp