Domingo 6° de Pascua A
DIOS ES AMOR
Quien me ame a mí, será amado por mi Padre,
y yo también lo amaré y me manifestaré a él . (Jn 14, 15-21).
Dijo Jesús a sus discípulos: - Si ustedes me aman, guardarán mis
mandatos, y yo rogaré al Padre y les dará otro Protector que
permanecerá siempre con ustedes, el Espíritu de Verdad, a quien el
mundo no puede recibir porque no lo ve ni lo conoce. Pero ustedes lo
conocen porque está con ustedes y permanecerá con ustedes. No los
dejaré huérfanos, sino que volveré a ustedes. Dentro de poco el mundo
ya no me verá, pero ustedes me verán, porque yo vivo y ustedes
también vivirán. Aquel día compren-derán que yo estoy en mi Padre y
ustedes están en mí y yo en ustedes. El que acoja mis mandamientos y
los cumpla, ése es el que me ama. El que me ama a mí, será amado por
mi Padre, y yo también lo amaré y me manifestaré a él . (Jn 14, 15-21).
Jesús nos habla del amor, el valor supremo que se identifica con el mismo Dios:
“Dios es amor”. Todos los humanos buscamos el amor, como esencia de la
vida. Y Dios-Amor es la fuente del máximo amor y gozo. No busquemos otras
fuentes de amor, que matan el amor verdadero.
Sin embargo, ¡cuán pocos buscan, descubren y gozan el verdadero amor, que es
mutua acogida, confianza, ayuda, respeto, estima, comprensión, perdón,
compasión y comunicación..! Pocos se conectan con la fuente de todo amor
verdadero: la Trinidad. Muy pocos se abren al amor salvífico que Dios les tiene,
por ser verdaderos hijos suyos. Somos más hijos de Dios que hijos que de
nuestros padres, cuyo amor es una chispita frente al amor divino.
Vale la pena pensarlo: ¿Qué recibimos de nuestro Padre Dios? La vida física, la
vida espiritual, la vida eterna, y todo lo que somos, tenemos, amamos, gozamos
y esperamos: el aire, el sol, la tierra y todo necesario para vivir.
La mayoría de los humanos viven y buscan sustitutivos del amor: el placer, el
dinero, la fama, el dominio sobre los demás, el bienestar y placer de unos pocos
la costa del sufrimiento de los más. No se imaginan lo que les espera: la pérdida
eterna del Padre, de la familia, amigos…
Nuestra vocación en esta vida y en la eterna es amar y ser amados por Dios y
por el prójimo. El amor es la vida de la vida; y la vida sin amor verdadero, es
muerte ya en esta vida.
Pero ¿cómo lograr el amor verdadero a Dios y al prójimo, -dos amores
inseparables-, y la consiguiente felicidad de vivir y… de morir para vivir la fiesta
eterna?
Es necesario reconocer las maravillas de Dios que están al alcance de nuestros
sentidos y de nuestra inteligencia.
El amor de Dios nos envuelve totalmente, gratuitamente, y con ternura. Todo lo
que somos, tenemos, amamos, gozamos y esperamos, viene de su divina y
generosa mano. Nadie nos ama como Dios nos ama: nos invita a acogernos bajo
su manto de misericordia y ternura. Mas si nos negáramos a recibir su invitación
al Banquete Eterno, nadie ni nada nos podrá librar del remordimiento eterno y
de la privación definitiva de todo bien y de todo amor, de todo placer…, para
siempre.
Jesús es la personificación del amor de Dios para con nosotros: “El que me
ama, será amado por mi Padre, y yo lo amaré y me manifestaré a él” (Jn
14, 21). “Yo estoy en mi Padre, y ustedes están en mí y yo en ustedes
(Jn 14, 20).
La prueba fehaciente del amor a Dios y al prójimo está en cumplir sus
mandamientos: “El que cumpla mis mandamientos, ése me ama” (Jn
14, 21) . Dios nos da los mandamientos, pero nos da también la fuerza y la
alegría de cumplirlos, para alcanzar su eterna felicidad eterna.
Es necesario conectar día a día con el Resucitado presente, pues él quiere y
puede comunicarse con nosotros, y basta que nosotros deseemos de verdad
comunicarnos con él, acogerlo en la vida. A Dios sólo podemos conocerlo si
lo amamos, y podremos amarlo si mantenemos con Él un trato filial,
asiduo, acogedor, amoroso, agradecido, abierto, de tú a Tú, dos
personas concretas .
Padre Jesús Álvarez, ssp