SOLEMNIDAD. La Santísima Trinidad
La Santísima Trinidad
Padre Pedrojosé Ynaraja
Me pongo a redactar este mensaje que os dirijo a vosotros, mis queridos jóvenes lectores, poco
después de haberme unido mediante la televisión a la reunión de plegaria que, convocados por el
Papa, se han encontrado en un rincón de los jardines del Vaticano, los presidentes de gobierno de
Israel y de la Autoridad Palestina, con él mismo Obispo de Roma. Han sido dos horas y media, la
mayor parte del tiempo dedicado a la oración. Me había propuesto unirme de la mejor manera
posible a su súplica, tratando de estar identificado con ellos, incluso en las actitudes corporales, de
manera que no me he limitado a escuchar, sino que he tratado de estar siempre viendo lo que me
trasmitía la emisora del CTV. Os confío que ha sido un acto profundo, tremendamente serio. Ni ha
habido aplausos, ni he captado ninguna carcajada, ni ha concluido con un refrigerio. Y añado que no
ha sido aburrido.
Se trataba de gente que creía en un único Dios y de una concepción de la divinidad, que partía de
un común y aceptado personaje; Abraham. Las sillas eran idénticas, las posturas, exquisitamente
correctas, las mismas. Pese a que el tiempo asignado a cada confesión religiosa era el mismo, los
intervalos de meditación abrigados por suave música meditativa semejantes, he observado una
pequeña diferencia que no os quiero ocultar. Escogido el orden según el criterio de su aparición
histórica y por ello al Cristianismo le ha tocado el segundo lugar, sólo en este ha participado, en su
expresión visible, la presencia femenina. Algo querrá decir. Ahora bien, advierto que a la hora de
saludarse despidiéndose, me ha parecido que en las otras dos delegaciones, lo mismo que he
observado en la pequeña orquesta, también había mujeres, y que sus ademanes y gestos, eran los
mismos que el de los varones, que abundaban mucho más en el acto.
Me preguntaba al acabar, si estando en tantas cosas de acuerdo y habiendo puesto tanto interés en
rezar en común por la paz en Tierra Santa y en el resto del mundo ¿Por qué se nos ocurre
estructurar nuestro credo, vertebrado en la Trinidad? ¿no sería preferible ignorarla? Hoy mismo,
haberla mencionado, hubiera originado un conflicto ideológico.
Pese a lo que he escrito, proseguiré hablándoos de la Santísima Trinidad. Y no es orgullo, ni
pretender exhibir la propia singularidad. Os pondré un ejemplo que seguramente os parecerá
estrambótico. Muy iguales parecían en su porte, pero no sabemos si lo que había en sus bolsillos
era lo mismo. Y el que llevara uno más que los otros no ofendía a los demás. Era su propia riqueza.
Se ha invocado al Dios único Creador, se ha reconocido que quería que entre la comunidad humana
hubiera paz. Para que quedara esto último más claro, los tres se han referido a ella en las tres
lenguas que les son propias. Shalom, Shalam, Paz, que así lo han pronunciado. Se ha aterrizado en
exigencias tan concretas, como el diálogo, no faltaba nada…
Juntos han plantado un olivo, signo tradicional de paz y señal de sus deseos…
La unidad y paz entre los hombres es un ensueño, una quimera, una esperanza en la que hay que
poner todo el empeño posible.
La unidad, la paz y el amor en la interioridad de Dios es esencial, total realidad.
Y Jesús solicitó al Padre que nos ayudara a ser en el Amor, semejantes a lo que era su realidad más
genuina.
Reconocer la diversidad de las tres Personas y descubrir el Amor que impregna la íntima unión que
hay entre ellas, más la invitación a penetrar en el misterio sagrado, nos empuja aun más a lograr la
unidad humana. El respeto a la integridad y diversidad de cada uno, no sería ningún problema.
Reconocer la realidad de que Dios es Uno.y.Trino, aparentemente cosa inútil, resulta acicate
y acerca a una solución de unidad y amor nunca imaginado.
La unidad y paz entre los hombres es un ensueño, una quimera, una esperanza, que el Amor,
esencia de todo lo divino, llegado mediante la Fe, se hace Gracia y empuje del Espíritu, a una mayor
santidad, que a nadie se le niega.